prólogo

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-Nana, tengo miedo. - ella me sonrió como siempre lo hacia cuando intentaba tranquilizarme.
-No tienes porque, mi niña linda. Ellos solo necesitan ayuda. Tu ayuda. Eres la única que puede ayudarlos a encontrar paz. – mi abuela era la persona más sabia de todo el mundo y confiaba en ella más que en nadie, pero eso no evitaba que todo se sintiera tan extraño.
En la sala había mucha gente, en su mayoría llorando. La energía ahí dentro era pesada e incluso sentía una pequeña dificultad para respirar.
Me aferré con más fuerza, si es que se podía, a la mano de mi abuela cuando vi al anciano señor que estaba sentado en la banca frente a nosotras. Mi abuela me dio ánimos con un leve empujoncito y aquel hombre me recibió con una pequeña sonrisa.
-Hola, pequeña. - saludó el hombre.
Sentía a mi abuela atrás de mi dándome su apoyo en silencio, así que me acerqué más con cortos y tímidos pasos a él y con una pequeña sonrisa me decidí a hablarle.
-Tu esposa es muy hermosa. – compartí observando a la mujer que se encontraba del otro lado de la habitación rodeada de más gente a la cual no conocía.
-Lo sé, pero no me case con ella solo por eso. Es la única persona en la Tierra que me entiende. Puedo ser yo con ella y nada más. – intentaba hacerlo, pero el contener las lágrimas era cada vez más y más difícil. La manera en la que él hablaba de ella era tan pura, tan llena de amor. – Sé que va a estar bien, pero necesita escuchar algo. –
- ¿El qué? –
-Que nunca voy a dejar de amarla y que necesito que viva lo que le quede de vida por los dos. –
- ¿Y cómo voy a hacer que me escuche? - cuestioné preocupada. No quería que me todos me vieran como si estuviera loca.
-Solo tienes que decirle que voy a estar ahí todas las noches en las que sienta la necesidad de brindar sin ningún motivo con vino rosado. Y que la llave del tercer cajón de mi escritorio esta en el bolsillo derecho de mi saco color vino. -
Después de escuchar atentamente lo que me acababa de decir el hombre me acerqué abriéndome paso entre la gente para llegar a la mujer de la que estábamos hablando.
Al principio fue difícil, se puso a la defensiva y casi hace que me echen, pero una vez que mencione lo del vino rosado y el cajón de su escritorio sus lagrimas se intensificaron y me envolvió en un incómodo, al menos para mí, abrazo.
Mi abuela me veía con una sonrisa orgullosa sonrisa y podía ver junto a ella como aquel hombre del cuál seguía sin saber su nombre se desvanecía con una gran sonrisa en su rostro.
Lo había logrado, lo había ayudado a encontrar su paz.

Mi abuela siempre me había dicho que lo que nosotras podíamos hacer era un don, uno para ayudar a las personas a las que nadie escucha ya.
Desde que nací podía ver, escuchar y sentir cosas que nadie más podía. La única persona que compartía este don era mi abuela la que había estado conmigo enseñándome todo lo que sabía hasta que ya no pudo hacerlo más.
No era algo que yo buscara en realidad. Era más o menos lo opuesto, por más que me escondiera, siempre encontraban una manera de llegar a mí y una vez que estaban frente a mí, era imposible ignorarlos.
Nunca me había avergonzado de lo que podía hacer, pero sabía que no todos lo entenderían. Por ese mismo motivo guarde el secreto durante toda mi vida hasta mi cumpleaños 21 gracias a unos entrometidos que no podían mantener su nariz fuera de los asuntos ajenos.

creep. jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora