En aquella tarde, con el sol a punto de esconderse y las luces apagadas en la habitación de aquel chico, se encontraba Cuauhtémoc López tirado en su cama mientras lloraba
Se sentía decepcionado de sí mismo, confuso y enojado. Era un mar de sentimientos inexplicables
El chico se culpaba por todo, pues el sabía que tuvo que decirle sus sentimientos a Aristóteles desde que los descubrió al igual que tenía que parar las esperanzas de aquel anónimo cuando se dio cuenta de sus intenciones
Pero no lo hizo
Y ahora se sentía mal por ello
Porque su admirador le había dejado otro ramo de flores igual de hermoso que los anteriores, con la tarjeta que decía:
Rosas negras
Mi amor perdurará para siempreEs una promesa
Y gracias a todas aquellas flores su habitación estaba inundado en un hermoso perfume que le recordaba a aquel chico misterioso
Pero también estaba el joven Córcega , aquel chico que le enseñó tantas cosas y lo ayudó en todo, ese que nunca lo dejó caer y siempre le sacaba una sonrisa, el mismo que estaba plasmado en cada una de las fotografías que colgaban de su pared
Y se sentía culpable, porque aún sabiendo los sentimientos del chico misterioso no se detuvo a la hora de besar a Aristóteles.