Margaretha #2/2

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Una a una comenzaron a subir a bordo entonando sus voces y encantando a quienes las escucharan con su embrujo seductor.

El capitán pudo abrir los ojos y verlas a diferencia de sus camaradas. Las sirenas buscaban un talismán. Así se lo hicieron saber.

—Johann, ¿crees que nos engañarás? ¿Crees que puedes retener lo que nos pertenece por derecho y nos ha sido restringido por maldición?

Habían dejado de cantar para que él las escuchara, quien quedó estupefacto ante los bellísimos seres con colas de peces que se elevaban de las olas, saltaban en el aire y aterrizaban con instantáneas piernas, florecidas en un santiamén, sobre la cubierta.

—¡Capitán! —gritó Martina y Lionard la retuvo detrás.

—¡Martina!, ¡Milord! ¡Permanezcan en un camarote!

Martina demudó sus facciones que se tornaron frías, de ojos sin alma. El capitán observó también a Lionard y su anteriormente atemorizado rostro ahora se veía desprovisto de toda emoción.

—¿Quién es ella Johann? —preguntó el ser de una belleza inconmensurable.

—No es nadie mi señora —contestó en alemán a pesar de no saber en qué idioma le había hablado, puesto que le había entendido—. Es sólo una joven que han encomendado a mi cuidado en éste viaje. Ella no tiene nada que pueda interesarles. Por favor. No la lastime, mi señora.

—Educado te comportas, Johann. ¿Acaso ya sabes lo que estamos buscando?

—He oído rumores de mis hombres. Le aseguro, mi señora, que nada hay que tenga valor para usted que vaya a hallar en mi poder.

—Sin embargo lo buscaré y no importa qué prometas, porque éste barco hundiré —amenazó.

Al capitán le brillaron los ojos. Esta era su oportunidad. Ninguno de los maleantes podría decir que el naufragio habría de ser su responsabilidad.

—Nada me complacerá más que servir a mi señora —se apresuró, pero apenas lo anunció supo que había sido un error.

La sirena lo fulminó con mirada acusadora.

—¿Por qué tanta urgencia por ver a esta magnífica nave hundirse en estas aguas, Johann? ¿Debo usar mi canción?

—Temo revelar una verdad que usted no comprenda, mi señora, pues ciertos propósitos de los hombres, ustedes jamás osarían en su mundo.

—¿Debo ejercer mi influencia sobre la criaturita que proteges, así que camine encantada hacia las aguas, para que decidas revelar tu secreto?

—Le ruego, mi señora. No es mi secreto, ni mi voluntad. Sólo soy víctima de las maquinaciones de estos impíos contra gente inocente a la que pretenden dañar.

—¿Es eso solo? Di que verdad.

El capitán no tuvo ningún poder sobre sus palabras. Toda la información de que disponía fue revelada en el acto y la sirena que lo sometía lo creyó honrado.

—Has hablado verdad, capitán. Por ello no hundiré la embarcación. Buscaré mi talismán, como en cada barco que por aquí se acerque, hasta hallarlo y tú no deberás volver a surcar estas aguas si no quieres que nuestra ira se vuelva contra ti.

Pero un deseo te concederé antes de espantar a tus semejantes para que corran la voz de que lo estamos buscando y no tendremos piedad con quien lo posea.

—Gracias, mi señora. Sólo le pido que mantenga alejados de los amotinados a los dos jóvenes bajo mi protección. Ella debe estar a salvo y él la ayudará.

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