Ring, Ring, Ring...
—Cuatro buitres S.A., soluciones pa follá, dígame. —Levanto la vista de mi café, confuso por lo que acabo de escuchar—. ¡Coño, mamá! Te dije que no me llamaras mientras estoy trabajando. ¿Qué? Espera, que salgo fuera.
El tipo del móvil se incorpora con tal ímpetu que impacta contra nuestra mesa del bar cual toro enrabietado. Mi café se convierte en un tsunami que se derrama por encima del borde de la taza e inunda la llanura cubierta de un ya no tan blanco pedazo de mantel de papel del chino.
—¡El coño de mamá! —dice el Flaco sentado a mi izquierda. Contempla el charco de chocolate fundido que se ha formado entre sus manos con la boca abierta, como si se le hubieran cortocircuitado las neuronas. Luego agarra otro churro y lo unta con la mezcla de fluidos de la mesa como si no hubiera pasado nada y se lo traga mientras se babea la camisa al masticar.
—¿Quién era ese? —pregunto aprovechando que Jaime, el mejor amigo de mi infancia, por fin ha cerrado la boca.
—¿Eh? Nadie. Es el primo del Flaco o algo así. ¿Verdad, Flaco?
—Hmmpf —responde el aludido con la boca llena—. Esh mi bremo Fer...
—Pues eso —lo corta Jaime—. ¿Entonces qué? ¿Le dijiste a la tía esa que me dijiste lo que te dije que le dijeras?
—¿Eh? Ah, sí —respondo.
—¡Toma ya, Nacho! —Siento como la mano de Jaime impacta sobre mi espalda y me encojo cual perro asustado—. ¡Así me gusta! Marcando territorio. —Me acaba de parecer que la camarera ha fruncido el ceño tras la barra—. ¿Y qué? ¿Ahora todo bien?
—Pues más bien no —murmuro rehuyendo su mirada. Como si por alguna razón temiera que me juzgue o que me vea como un perdedor—. Lleva dos semanas sin hablarme desde entonces.
—¿Pero qué me dices? Vaya... —Por primera vez en toda la mañana Jaime se queda sin habla. Contempla el desorden de la mesa como si se acabara de dar cuenta de su presencia y las palabras perdidas se hubieran ahogado en el café—. ¡Eh! ¡Camarera! ¡A ver si puedes venir a limpiar esto!
—¡A limpiar esto! —repite el Flaco.
El que dijeron que era su primo vuelve a entrar, se sienta enfrente de mí sin dejar de mirar el móvil y se pone a chatear con alguien ignorándonos por completo como si solo fuéramos parte del decorado.
—Pero, a ver si me aclaro —dice Jaime—. Sois novios o algo así, ¿verdad?
—Sí, bueno no, no sé. A Jenny no le gusta esa palabra, dice que no cree en el amor romántico.
—¡Uy! Eso es malo. A ver, tú y yo sabemos que eso del amor romántico son los padres, pero es bueno que las tías crean en ello, son más fáciles de manejar. Ya sabes.
—Bueno, no sé.
—Así que se llama Jenny, ¿eh?
—Sí. Creo que la conoces. Jennifer Álvarez, su hermano Sebas iba a nuestra clase del insti.
—Sebas, Sebas... ¡Ostras sí! La hermana del Sebas.
—¿Ves?
—¡Joder tío! Menuda potra tienes. Esa tía está buenísima. —Jaime se reclina en su asiento y me contempla con los ojos bien abiertos—. Todos intentamos ligárnosla hace años y no nos hacía ni puto caso.
—Hm, sí. —No sé muy bien qué responder.
Se forma el silencio. Jaime parece haberse sumido en su propio mundo y los demás nunca han estado presentes.
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La niña del expreso de las 8:14
Short StoryMe robaron a mi Juana en las catacombas de la ciudad, y en las mismas catacombas encontré otra niña callejera. Sola, perdida entre el tronar del metro que entraba en la estación y el barullo de la gente que se acercaba en tropel dibujando un gran ar...