Capítulo 1: El despertar

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Ese momento era sin lugar a dudas su final. No era capaz de hallar ninguna escapatoria posible en ese interminable laberinto de árboles, tan altos que rozaban el cielo oscuro. Por más que avanzará, la espesura del bosque no llegaba a su fin, y por si fuera poco, el dolor de las heridas no le dejaba avanzar tan rápido como él quisiera. El tiempo que tan eterno parecía a su alrededor, se estaba desvaneciendo como si fuese sencillamente polvo. Ya era incluso capaz de escuchar con absoluta claridad los gritos de violencia que juraban derramar su sangre.

Las luces ardientes de las antorchas se desparramaban entre la muchedumbre, avivando con una ferocidad implacable la ira de estos, mientras que el desesperado y exhausto joven perdía la consciencia y la energía conforme la lúcida luna llena empezaba a aparecer. Y justo cuando todo parecía perdido, justo cuando estaba a punto de dejar escapar la esperanza, el gran quizás sucedió.

La piedra de obsidiana de su arcaico brazalete de plata, empezó a resplandecer al igual que el manantial que se abría en su camino. El agua que antes se hallaba de un azul nebuloso se había vuelto completamente negra y un extraño vapor oscuro se desprendía de ella. Sin tener conciencia de lo que hacía, básicamente seguido por un nuevo y extraño instinto, el muchacho se zambulló en el manantial.

Cuando su cuerpo se sumergió del todo, su mente pudo encontrar por un instante la paz. Pero ese efímero momento de luz fue reemplazado rápidamente por una oscuridad abrumadora y agobiante. Empezó a sentir como el agua quemaba sus pulmones, los cuales clamaban con anhelo el aire que les correspondía. Atemorizado, comenzó a dar brazadas y patadas intentando palpar algo que no fuese ese resbaladizo líquido, y por fin, cuando sentía que estaba a punto de perder la vida, logró lo que tanto ansiaba. Su cabeza emergió de las profundidades, y al abrir los ojos contempló extasiado un paisaje totalmente desconocido.

El manantial dónde se encontraba seguía siendo el mismo, sin embargo, el frondoso bosque había desaparecido dejando en su lugar una llanura con escasos árboles, como sauces y cerezos, y una pequeña pero acogedora cabaña. Pero sin duda lo que más llamó su atención fue el inmenso cielo que refulgía sin la ayuda de un sol o una luna. Sin percibirlo ya había llegado hasta la orilla, donde se dejó caer pesadamente. Y allí con los ojos entreabiertos, pudo observar una silueta emborronada, la cual le recordaba a la sombra de un ángel, de un ser inmortal, una esencia con principio pero no final.

Por unos segundos llegó a pensar que eso no era más que un sueño, pero al darse cuenta de su capacidad para pensar rechazó automáticamente esa idea. Sin embargo, no tuvo más tiempo para reflexionar porque su mente agotada, decidió desconectar de la realidad, arropándolo en un profundo y desgarrador sueño. Ese momento sin lugar a dudas era su principio.

Los demonios de su mente atacaban con desesperación sus sueños, atormentándolo constantemente con un mismo recuerdo. Su madre y él huían de la gente que amenazaba con matarlos, los cuales horas antes los consideraba de su propia familia.

Pero la verdad duele demasiado, la sinceridad lo destruye todo. Y desgraciadamente, su gran secreto arrasó su mundo por completo.
Pensaba que todo fue culpa suya, que él mismo había matado a su madre. Y es que si simplemente no fuese quién es. Si simplemente hubiese sido el hijo que todos esperaban. Si simplemente hubiese sido un hijo de la tribu del sol. Toda esta tragedia podría haberse evitado. Sin embargo, el amor no se puede controlar, pues no posee reglas. Y la pasión que arraigo en el corazón de su madre, cuando vio por primera vez a su verdadero padre, resulto ser como un huracán imparable. Pero por muy fuerte que fuese su amor, eran demasiado diferentes. Ella, hija del sol. Él, hijo de la luna. Dos antiguas tribu enfrentadas desde tiempos inmemoriales. Un odio ancestral que perduraría hasta el fin del mundo.

Sucesivamente, estos pensamientos alteraban el corazón del desolado chico. Pero llegó el fin de su largo sueño y con una repentina sacudida, el joven se despertó de su letargo. Cuando abrió los ojos, pudo observar que estaba tumbado en una amplia cama acolchada con suaves mantas decoradas con virtuosas flores. La habitación parecía sacada de un palacio victoriano, a un lado se hallaba un gigantesco armario de roble decorado con detalladas florituras, y al otro lado, dos sillones de terciopelo verde junto con una mesita de mármol, donde reposaba un jarrón con cuidados tulipanes negros. En frente un extenso balcón, recubierto por una ornamentada cortina, a conjunto con las sábanas, se abría en la pared de en frente, dónde se dejaba entrever un cielo azul oscuro plagado de pequeñas e infinitas estrellas.

Conforme se iba despertado, iba siendo consciente de como su fuerza salía descontrolada de sí mismo, de cómo la noche atraía un poder insaciable a su ser. Sus tatuajes, que tantos recuerdos le traían, estaban completamente deformados, se habían convertido en manchas negras tan borrosas, que parecía que flotase alrededor una especie de aura radiante de oscuridad. Primero, comenzó a sentir que como martilleaban su cabeza, poco a poco su dolor se fue profundizando tanto hasta inundar su cuerpo, su corazón empezó a latir vigorosamente, llegaba a tal velocidad que sus oídos se taponaban y su vista se difuminaba. Solo sentía una rabia incontrolable que necesitaba expulsar.

Se levantó de un salto de la cama, y guiado por una sed insaciable de sangre, fue en busca de su víctima. Rompiendo violentamente la única puerta que había consiguió salir de la habitación, se encontró con un largo pasillo lleno de puertas. Era un territorio desconocido para él, sin embargo, supo con precisión dónde se encontraba esa energía que ardía con levedad. De una patada abrió la tercera puerta a la izquierda, y allí descubrió a una joven con un indomable cabello azabache y unos ojos dorados como la luz del sol. Por unos instantes, cuando sus miradas se encontraron, el tiempo se detuvo, fue casi como mirarse a un espejo, pero segundos después, perdió la lucidez del momento y se abalanzó sobre la chica, con la intención de quitarle la vida, o más bien con la intención de quitarse la vida.

La joven estaba atemorizada. Un repentino cambio había surgido de su habitual rutina. Un chico de mirada bicolor resplandeciente había inundado su pequeño planeta.

Cuando lo vio desplomarse como si de una pluma se tratase en la orilla del lago, su corazón dio un pequeño vuelco, y sin pensar en lo que hacía, recogió al desvalido joven con un ojo del color del sol, y otro de la luna. Lo dejo caer con suavidad en la cama, y con dulzura lo arropó como si lo conociese de toda la vida. Sabía que tenía que estar asustada, pues desde hacía tres años vivía en ese diminuto mundo, y desde entonces no había vuelto a ver ningún ser humano. Nadie más, a parte de ella, había sido capaz de hallar ese refugio.

Sin embargo, había una voz casi inaudible dentro de ella que le animaba a no sentir terror ante lo desconocido. Una intensa curiosidad que se sobreponía ante el miedo. Un millón de preguntas navegaban en su mente, llevándole a divagar durante horas sobre ese misterioso chico. Pero pronto se vio interrumpida por ese mismo joven que ardía con incandescencia. Su cuerpo entero expulsaba una especie de vapor negruzco que incluso manchaba las puntas de su cabello dorado. Sus venas comenzaron a oscurecerse como si su sangre se hubiese convertido en un letal veneno negro, y aunque todavía ni siquiera le había tocado, la chica intuía que incluso la sangre podría derretirla en un abrir y cerrar de ojos.

La energía del caótico joven se había vuelto abrumadora, no podía controlarla. Sus ojos irradiaban el furor que albergaba su alma. Durante unos momentos, el mundo se paralizó. Solo podía ver cómo él se acercaba a una velocidad inhumana. Era como si toda la decoración de la habitación hubiese desaparecido, dejándolos totalmente solos.

Una luz le cegó por completo, cuando recibió el primer golpe directo al estómago. Nunca había sentido un dolor tan peculiar como ese. Podía sentir como su cuerpo comenzaba abrasarse. El daño había sido tan profundo, que incluso durante unos segundos, había olvidado cómo se respiraba. Con un esfuerzo que no sabía ni que poseía, se levantó y se enfrentó a su adversario.

Sabía que con la fuerza no podría ganarle, pero tal vez el ingenio podría salvarla de su atroz muerte. Con el corazón todavía en un puño, la chica se abalanzó con la agilidad de un lince, hacia el libro blanco sin ningún tipo de escritura, que reposaba junto a una pequeña bola de cristal, en la mesita de noche al lado de la cama. Al tocarlo, el cuaderno se abrió y sus páginas comenzaron a revolotear. El chico salto lo más alto que pudo para abalanzarse sobre ella, pero antes de que se diese cuenta, movió sus labios y con claridad y sonoridad pronunciando dos sencillas palabras "Damnatio Memoriae" (La condena de la memoria).

De repente, miles de rayos de luz salieron despedidos de las hojas hasta alcanzar al furibundo muchacho. Su cuerpo comenzó a destellar con fulgor hasta que se desvaneció, convirtiéndose en parte del resplandor. Finalmente, la chica cerró el libro, atrapándolo en un infinito laberinto de recuerdos y sueños, y tal vez incluso pesadillas.

El Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora