Capítulo 2: Sacrifios y venganzas

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El joven cayó en un abismo del cual no podía hallar escapatoria, el destino mismo lo hizo caer en sus recuerdos más profundos, esos recuerdos que él quería olvidar, esos recuerdos que le hacían sentir culpable.

Sabía que lo que estaba a punto de cometer no estaba bien. Pero necesitaba hacerlo, necesitaba saber la verdad. Conforme iba subiendo las escaleras de mármol, pensaba en lo que sucedería si su madre se enterase. Siempre le había repetido que la curiosidad mató al gato, que no debía hacer tantas preguntas. Pero si algo tenía claro también, es que un gato tiene siete vidas. Y estaba dispuesto a sacrificarlas todas, con tal de averiguar quién era realmente, o mejor dicho quién será.

El templo griego se abrió ante sus ojos ocupando todo el paisaje. Un colosal e imponente edificio de mármol se abría en mitad del espeso bosque. Por fin, le preguntará al oráculo su impredecible e inevitable futuro. Comenzó a subir las interminables escaleras, y justo al pisar el último escalón, notó como un calor abrasador recorría todo el espacio, como si estuviese repleto de personas. Aunque en realidad, no lo estaba en absoluto, y aun así el chico presentía la mirada de alguien encima de él.

Con decisión traspasó el pórtico hexástilo con columnas corintias y un extenso frontón triangular decorado con relieves que representaban el mito de Prometeo, quien entregó el poder del fuego a su clan. Dentro de la nave, pudo contemplar la inmensa estatua de mármol, dónde descubrió la fuente de la que provenía de toda esa energía desbordante. La escultura estaba modelada con esmero y dedicación, transformándola por completo, hasta tal punto de recrear a la perfección, la figura del dios de los dioses. Zeus se hallaba sentado en su magnífico trono dorado, el cual se elevaba mediante pequeñas esculturas de esfinges, superpuestas una encima de otra, que fingían ser las patas de este. Recostado al lado de las musculosas piernas del dios se situaba uno de sus atributos, una majestuosa águila. Por otro lado, en una de sus robustas manos, sujetaba una llama de fuego tan minuciosamente esculpida que parecía que en cualquier momento podrías contemplar como el humo ondulante escapa de ella. En la otra, reposaba la figura en miniatura de la diosa de la victoria, Niké, con sus manos y alas extendidas hacia el cielo.

Y por supuesto, no podía carecer de su característica barba frondosa y de la laureola que reposaba sobre su cabello ensortijado con sus delicados y estilizados bucles. Asimismo, Zeus poseía una mirada penetrante que parecía ser capaz de leer tus más profundos pensamientos, junto con unos rasgos que pronunciaban más su actitud respetable y severa. Sin embargo, a pesar de sentir como su corazón estaba a punto de escapar de su cuerpo por el miedo que le enfundaba esa presencia, fue capaz de pronunciar con firmeza su petición.

-Oráculo, le ruego que escuche mi plegaria. Necesito hallar una respuesta clara y concisa ante mis días venideros- repitió el joven en voz alta como tantas veces había ensayado. Acto seguido, se arrodilló ante el dios, y cogió con agilidad su espada dorada, a la cual le tenía un gran aprecio, pues en su ritual de consagración fue la única, entre cientos de todo tipo de armas, que brilló intensamente al acercarse a ella. De hecho, ni si quiera tuvo que probarla como la mayoría de sus compañeros para que surgiera luz de ella y de esta forma saber que era la elegida. Fue como si siempre le hubiese estado esperando. La espada era de media hoja, la guarda tenia forma de dos cabezas de una hidra y en el puñal poseía una pequeña inscripción dónde se contemplaba la palabra "Ήλιο", por la cual recibía su nombre, Helio. Con sumo cuidado puso el filo del arma en su palma, y en un rápido movimiento creó una herida, de la cual comenzó a brotar sangre dorada, que se desparramó entre las pulcras baldosas.

Por unos instantes, el ardor de la habitación se convirtió en puro hielo. Una presencia poderosa e intimidatoria se extendió por toda la habitación. En ese momento comprendió que, sin duda, no estaba preparado para nada de lo que estaba a punto de acontecer. De repente, una voz grave y celestial, que procedía de todas partes, rompió el inaguantable silencio.

El Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora