16: Mátalos a todos

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La mujer yacía en el suelo de aquella vieja casa, cubierta en un charco de sangre, sus ojos abiertos y su mirada fría eran algo que le pondría los pelos de punta a cualquiera. Su uniforme blanco de enfermera ahora era en su mayoría rojo, tenía varias heridas alrededor de todo su cuerpo, eran heridas de arma blanca, era obvio. Frente a ella, mirándola, estaba aquel hombre con un cuchillo en la mano, ensangrentado, gotitas caían a través del filo y era una escena tétrica. Pero aún más tétrico que la escena, era la mirada de aquel hombre, transmitía tanta maldad que no cualquiera estaría dispuesto a sostenerle la mirada por mucho tiempo.

Su pecho subía y bajaba irregularmente, fue un ataque de ira enorme contra su esposa. Es que todo era culpa de ella, por haber engendrado a una ramera en su vientre. Maldito sea el día en el que se engendró esa maldita niña.

Maldito sea el día en el que se volvió tan hermosa y maldito sea el día en el que decidió entregársele a cualquier perro que se encontrara en la calle.

Porque él lo sabía, sabía que ella siempre salía con esos niños, sabía que ellos la manoseaban a su antojo. Tocaban su cuerpo, nunca los había visto, pero él lo sabía, sabía que ellos le habían quitado la virginidad a su hija, sabía que ella disfrutaba de ser tocada por esos malnacidos. Y al saber eso, la sangre le hervía.

Su hija, con aquella piel blanca y tersa, aquella silueta llena de curvas divinas, aquel rostro angelical lleno de pecas y esa mirada azulada que sólo te incitaba a pecar. Oh, maldita ramera, era sólo eso, una ramera. Una prostituta, la perra del pueblo.

Por eso decidió irse de Derry, para alejar a su hija de aquellos mocosos con los que siempre andaba. Para que nadie pudiese tocarla con sus sucias manos, simplemente por eso lo hizo. Pero apenas dio la vuelta, y esa jodida perra volvió a aquel infernal pueblo.

Cuando volvió de su trabajo esta mañana (porque tuvo que hacer medio turno y no pasó la noche en casa) y se encontró con que su hija había desaparecido, simplemente perdió el control de sí mismo. Su esposa estaba preparándose para salir a trabajar esa mañana, como siempre lo hacía, y cuando ella no supo cómo responderle sobre el paradero de su hija, simplemente perdió el control.

Y más al encontrar en la habitación de su hija libros de su escuela esparcidos por toda la cama, los cajones medio abiertos con señales de que se habían llevado la mayoría de las cosas que allí había, y claro, el dinero que siempre guardaban para emergencias había desaparecido.

Ella volvió a Derry, volvió para que esos hijos de puta pudiesen manosearla de nuevo, para que pudiesen hacérselo cuantas veces ellos quisieran. El sólo hecho de pensar en ello lo volvía loco. Por eso hizo lo que hizo, por eso apuñaló a su esposa, porque después de todo era su culpa. Y no se arrepentía de nada. Ahora tiene cosas muchos más importantes que hacer. Como por ejemplo, ir a encontrar a su hija y arrastrarla de vuelta a Chicago.

"Oye, oye..." escuchó la voz de alguien, al principio pensó que fue su imaginación pero luego al girar, se encontró con un payaso, grande y con una sonrisa enorme.

Frunció el ceño "¿Qué quieres?"

Soltó una carcajada "Beverly ha vuelto a Derry" dice como si fuese un secreto "¿Sabes por qué volvió?"

Negó con la cabeza "No"

"Oh, sí, sí lo sabes, Marsh" sonrió y se acercó a él "Beverly volvió porque es una perra adicta a los penes"

Gruñó y levantó su cuchillo "¿Qué dijiste?" pregunta "¿Quién eres?"

"Lo sabes bien, Marsh, lo sabes bien" canturrea "Baja ese cuchillo, me presento" extiende su mano "Soy Bob Gray, pero me dicen Pennywise, el payaso bailarín"

Shit, I love you - ReddieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora