Resignación de Verónica

208 37 30
                                    


Había visto por última vez a Verónica esa misma mañana, justo cuando todos estábamos desayunando. Rebeca, Susana, Alex y yo éramos los únicos que "sabíamos" que Verónica tenía algo raro.

Estábamos agotados; era un viaje de la universidad, estrictamente orientado a esas conferencias aburridas acerca de quién sabe qué. No era como que nos importara mucho; de hecho, nuestra única motivación para estar ahí era conocer otro lugar, relajarnos y pasarla bien. Pero Verónica, siempre Verónica complicando todo.

Lo único que dijo antes de partir fue un "no se preocupen por mí". No importaba cuán inteligente fuera, cuán altas fueran sus calificaciones en los exámenes, si no se tomaba las cosas en serio no iba a pasar de semestre. Esa mala costumbre de ir y venir, faltar y estar "como en otro mundo", ya nos estaba pesando más de la cuenta a nosotros sus amigos.

―¿Deberíamos ir por ella? ―me preguntó Alex.

Le contesté que sí, que sería lo más apropiado, y el resto también estuvieron de acuerdo. Sin embargo, no debíamos informar a los maestros ni levantar mucha sospecha, o nos iría mal a todos.

Tomamos un autobús y nos dirigimos a ese lugar que nos comentó la loca de Verónica.

Recuerdo que de vez en cuando decía que ahí debía haber alguna respuesta a su condición, y que la única manera de volver a ser normal de nuevo era ir para descubrirlo. «¿De verdad era lo más prudente ir a buscarla?» me preguntaba de manera constante por el camino, pues esas sensaciones raras y preocupantes me albergaban. No era la primera, ni la segunda, octava o décima vez que sentía algo así cuando se trataba de Verónica. ¿Por qué?

―¿Crees que esté bien? ―preguntó Rebeca con evidente preocupación.

―Por supuesto, ya sabes cómo es ella ―contesté.

―Pero ya se está haciendo tarde y esta ciudad es desconocida para ella. Estoy muy preocupada.

Rebeca tenía los rizos en el rostro, se notaba algo pálida y demostraba una verdadera preocupación por su amiga. Aunque eso no nos iba a servir de nada. Lo que debíamos hacer era estar atentos a cualquier cosa por si la veíamos en la calle o algo así.

―Tranquila Rebeca ―le dije con voz de convencimiento―. Nosotros tendremos más problemas que ella por irnos del hotel. Ya verás.

Gracias a lo fácil que era convencer Rebeca ―y a mi don de la palabra― ella se compuso en cuestión de nada. Ya estaba acostumbrado a que muchas cosas se resolvieran de forma tan sencilla alrededor de mí. De hecho, en cierto punto podía llegar a pensar que era algo un poco artificial, forzado, que no tenía mucho sentido, que iba en contra de las reglas de este mundo. Pero al fin y al cabo eran minucias que no me importaban lo suficiente en ese momento.

Solo tuvimos que esperar unos minutos más a que llegáramos a la parada. El chófer nos avisó tal como le había pedido; nos bajamos con cuidado, observamos el atardecer y nos dirigimos al lugar.

No mentiré al decir que me entró un escalofrío al fijarme con más detenimiento en lo que nos rodeaba.

Un campo verde opaco, algunos cerros, una granja abandonada, la carretera solitaria, el cielo cada vez más oscuro y el viento soplando estrepitosamente. No sé ni cómo me había acordado a la perfección de las indicaciones de Verónica para llegar ahí. Como si dicho lugar estuviera impreso en mi mente como instrucciones claras de algún ser superior. Y ahí otra vez esa sensación de "artificialidad".

Alex se me acercó mientras Susana conversaba con Rebeca.

―¿Estás seguro de que es aquí? ―preguntó―, porque esto me da muy mala espina.

Resignación de VerónicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora