Capítulo I. Me llaman Leo.

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Abrí la puerta trasera del vehículo y, con la ayuda del brazo de Matt y mi innata torpeza, accedí a su interior. Así fue como aterricé de pronto en otra dimensión en donde, mientras el temblor de mis piernas se negaba a desaparecer, el resto de mi cuerpo se adormecía sobre aquel nuevo y lujoso asiento. Suspiré en el silencio que me ofrecían mis largos cabellos negros y entorné los ojos. Sentía la extrema necesidad de morderme el labio inferior con todas mis fuerzas para canalizar mi brusco cambio de estado anímico pero, entonces, recordé a Fitzerald pellizcarme la nariz al mismo tiempo que negaba con la cabeza. No debemos infligir lesión a nuestra frustración, repitió el eco de su voz desde las profundidades de mi mente.

- Te eché de menos, Leo. - Interrumpió una voz en mis pensamientos. - Todos lo hicimos. - Volteé lentamente el rostro para mirarle y esbocé una tenue sonrisa. Agradecí sus palabras y, de hecho, yo también le había extrañado pero, jamás aceptaría ese alta médica por el sentimiento. No estaba preparada. Hubiera preferido pasar el resto de mi existencia en aquel infierno antes que volver a poner las suelas de mis zapatos sobre el ardiente arcén. - ¿Como te encuentras?

- Hijo, no acoses a tu hermana. - Interrumpió mamá, algo que agradecí enormemente. Una vez Denís la toma con alguien, le es imposible dejarlo en paz. - Leonor estará muy cansada, cariño... Se que lo estás mi vida. - Inclinó su asiento hacia atrás, tendiéndome sus manos para tomar las mías. Correspondí su gesto sin emitir sonido alguno. - Están heladas, corazón. - Las frotó contra las suyas repetidas veces, de forma cariñosa. - Te va a encantar tu nuevo cuarto. Es grande, con un espejo enorme y tienes mosquitera, como en las películas americanas.

- ¡Estamos en América, Helena! - Exclamó Matt, entrando en el interior del coche. No pude evitar sonreír ante su afirmación. Siempre amé su sentido del humor y, aun que hubiera pasado tanto tiempo desde la última vez que escuché su voz, me era imposible evitar volver a reírme con sus ocurrencias. - ¿Qué? Vamos, mujer. No ha sido para tanto. Me lo pusiste a tiro.- Acarició su pierna para suavizar un poco aquella mirada desafiante con la que parecía querer atravesar su alma. Mamá, cuando quería, podía llegar a ser muy intimidante.

Sentí el motor rugir bajo mis pies y entonces tomé una larga bocanada de aire a través de mis entreabiertos labios. Justo antes de terminar, cerré bruscamente éstos. Substitución. Ahora. Bonito cielo. Al percatarse de mi gesto, Denís posó su mano izquierda en mi rodilla y asintió lentamente. Tenía su apoyo y con eso me bastaba. Mamá, Matt y Denís pero ¿donde diablos estaba David? Fruncí el ceño hacia él, a modo de duda, a lo que él respondió negando con la cabeza.

- No ha querido venir. - Susurró. Automáticamente, como si tuviera oídos en la espalda, mamá se dio la vuelta y cambió el sentido de su oración, clavando ahora aquella fiera mirada en él.

- No ha podido, Denís. - Corrigió. Tras ello, me devolvió una tierna mirada y procedió con su explicación.- Él hubiera querido estar pero, ya sabes como es tu hermano. Se ha quedado ayudando en la tienda de la tía Sophie pero vendrá para cenar.

Sonreí. Desde mi entrada en el centro River Plate supe que él no iba a estar nunca más. Que no iba a llamarme ni a preguntar por mí, ni tan siquiera para saber si estaba recuperándome con buenos resultados o si, por el contrario, querría abandonar la terapia. Nunca fui plato de buen gusto para él pero, sin embargo, yo seguía queriendo saber por qué motivo no quería saber nada de mí.

Durante el transcurso de aquel viaje de vuelta a mi nuevo hogar, me sentí extrañamente vacía. Como si todos aquellos meses no solo hubieran sepultado a mi no-yo, sino que hubieran diseñado un nuevo telón para la función de mi existencia. ¿Qué seria de mí a millones de kilómetros de la tierra que me vio nacer? Mi vida ahora, pese a haber recobrado ligeramente la cordura y las ganas de vivir, era un completo misterio. ¿A donde ir? ¿En qué pensar? ¿Como evitar ese constante impulso de querer beberme hasta el agua de los ceniceros? ¿Iban a bastar aquellas frases grabadas a fuego en mi mente? Era extraño reflexionar sobre mi nuevo futuro sin tener la menor idea de qué era lo que mi familia tenia preparado para mí.

American GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora