Capítulo II. Secretos inconfesables.

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Apagó el motor y retiró lentamente la llave del contacto, estirando el cuello para poder tener una mayor visión del interior de la casa. Las luces del salón estaban todas encendidas y, a través de las cortinas, se podían intuir lo que eran las siluetas de tres personas. Mamá, Matt pero ¿a quien pertenecía la tercera? Ante aquel pequeño lapsus me sorprendí a mí misma recordando el nombre de mi segunda sorpresa, Adrián.

- ¡Ha vuelto, Leo! ¡Está aquí! - Exclamó Denís, preso de la euforia. Una alegre sonrisa se dibujó en su rostro y, emocionado por la noticia, dio un salto por encima de la puerta del piloto. Él estaba aquí y yo había olvidado por completo qué era lo que quería decirle. Todas mis fuerzas parecían haberse evaporado al escuchar las últimas dos palabras. Está aquí. Adrián había vuelto. ¿Cuanto tiempo iba a quedarse? ¿Iba a aceptarme después de todo el daño que causé? - ¿Qué te pasa? - Interrumpió así mi reflexión, mientras buscaba desesperadamente en sus bolsillos.

Me quedé totalmente en blanco.  

No quería bajar del coche, quería quedarme en su interior para siempre o, por lo menos, llegar con él tan lejos como fuera posible con cinco litros de gasolina. Sin embargo, no podía pasarme el resto de mi vida huyendo de mis problemas. Debía aprender a afrontarlos y enmendar todos aquellos errores que no me atreví a reparar en el pasado.

- Puedes hacerlo, Leo. - Insistió él, abriéndome la puerta. No me atreví a mirarle a los ojos. No estaba preparada.- Yo confío en ti y, cuando te vea así, él también lo hará.

- ¿Cuando me vea cómo? - Pregunté, aún sin apartar la vista de aquellas relajadas siluetas.- Sigo siendo la misma niñata que le robaba los porros cuando él no estaba.

- Eres esa mujer que tuvo los ovarios cuadrados de entrar por propia voluntad en uno de los mejores centros de rehabilitación de los Estados Unidos, que lleva sin beber ni dar una sola calada un año...

- Ocho meses.- Corregí, interrumpiendo su improvisado discurso.

- Ocho meses de rehabilitación y un año sin emborracharte.- Precisó.

- Pero meses antes de entrar bebía, Denís. - Insistí. - Creí que podría pero seguía bebiendo y fumando. Soy una mierda de persona y, cuanto antes lo admitamos, será mucho mejor.

- Mira, yo no te voy a negar que cometiste un gran error, el mayor de tu vida. Y sí, la jodiste. Pero supiste asumir la responsabilidad de tus actos y tomaste medidas para reparar los daños. Si eso no es un ejemplo de madurez no se qué lo es. - En ese punto, al ver que seguía siendo incapaz de mirarle, posó su mano derecha en mi barbilla, obligándome a aceptar el cruce de nuestras miradas.- Ahora vas a salir del coche y le vas a dar un abrazo al cabronazo de Adri. - Entorné mis labios para pronunciar unas palabras.- Lo harás y yo estaré contigo, como siempre. Ahora sal de aquí o se te acabará pegando al culo ese asqueroso olor a humedad.

Me deshice del cinturón y, tras salir del vehículo tan rápido como mis nervios me lo permitieron, caminé hasta posarme frente al gran ventanal del salón. Parecían tan felices y relajados que me daba infinito coraje irrumpir así en su momento de paz. Era como si nada hubiera sucedido, como si alguien hubiera estado leyendo el libro de mi vida y se hubiera dedicando a suprimir todo lo malo con grandes pinceladas de corrector.

- Denís. - Murmuré, dándome la vuelta para volver a mirarle a los ojos en medio de la oscuridad.- Hay algo que llevo meses queriendo decirte. - Caminó hasta pararse junto a mí y, con una cariñosa sonrisa dibujada en su rostro, me tomó del brazo para acompañarme así hasta el interior de la casa. - Me alegro de que seas mi hermano por casualidad y mi mejor amigo por elección.

- ¿Sigues creyendo que tú me elegiste a mí como amigo? - Dijo él, sin dejar de sonreír, mientras subíamos las escaleras del porche.

- Por supuesto ¿por qué iba a ser de otra forma?- Respondí yo, una vez parados frente a la puerta.

American GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora