Capítulo III. El juramento.

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Muchos dicen que tengo los ojos amarillos, otros tantos marrones y unos pocos juran recordarlos negros. Puedo afirmar con total certeza que su verdadera esencia no es ninguna de las anteriores. ¿Cómo? Cuando odio se tornan oscuros, con indiferencia marrones. Si estoy alegre, muchos dicen verlos anaranjados, perfilados de manera que recuerdan a la mirada de un gato. Suelen ser de esa tonalidad durante la mayor parte del tiempo pues, no suelo decaer muy a menudo pero, desde hace algunos años, mucha gente dijo verlos de un color verde apagado, rozando el gris, pero sin perder ese tono claro tan característico en ellos. 

Se supone que los ojos son el reflejo del alma; tan cambiante e inestable. Si limitas tu tiempo a entregárselo a la soledad y al desespero, puede que tus ojos tomen el color que en aquellos momentos relucía en los míos. Ese verde que ha perdido la esperanza, que ha perdido el brillo, que a olvidado por completo el destello de su esencia. 

- Me encantan tus ojos, Leo. - Pronunció Denís, como si fuera capaz de leer mis pensamientos a través de éstos. -Lástima que no veas un pimiento con ellos. - Matizó sonriente, mientras repartía las cartas entre nosotros en montones de siete. 

- ¿Quien ha dicho que no veo? - Pregunté yo. Tomé mi pequeño montoncito y, echando un vistazo a las que me habían tocado, proseguí.- Tengo suficiente agilidad visual como para ver las trampas que llevas haciéndome durante más de media hora. 

- No tienes pruebas.- Replicó él, tomando las suyas entre sus manos y recolocándolas a su gusto.- El problema es que tu capacidad como jugadora se ha oxidado, hermana. - Alcé levemente mi ceja derecha en respuesta a sus palabras. Era incapaz de enzarzarme en una discusión con él y mucho menos después de todo lo que estaba haciendo por mí. Ese muchacho era oro puro. 

Hacía unas horas que los padres de Loise habían regresado y, por lo tanto, ella había vuelto a casa pero, no sin antes llenar nuestras cabezas de confusión. ¿Quien era realmente esa chica? ¿Era consciente del efecto que producía en las personas? Todo parecía demasiado irreal como para poder sacar nada en claro. 

- ¿Te la has tomado? - Preguntó él, robado una carta del montón extra. Al parecer no le quedaban más azules. 

- A medias.- Respondí yo, repitiendo su gesto. 

- ¿Y como se supone que tengo que tomarme eso? - Preguntó él, mirándome fijamente a los ojos. 

- Con un poco de agua.- Eché un vistazo a la nueva carta que había conseguido, intentando hacer caso omiso a su brusco cambio de estado anímico. Con solo dos palabras había conseguido enfurecerle de una forma inimaginable. - Es tu turno pero, si quieres, puedo tirar por ti. 

- ¿Qué es para ti tomarte la medicación "a medias"? - Insistió él, dejando todas sus cartas boca-arriba. 

- He partido una pastilla por la mitad y me he tomado una de las dos partes esta mañana. Por la noche me tomaré la otra. 

- Eso no fue lo que se te dijo. - Se cruzó de brazos, inclinando su rostro hacia atrás. - Una pastilla y media por día, seguimiento rutinario y... 

- ¿En quien confías? - Interrumpí yo, uniendo mi mirada con la suya.- Yo no soy una enferma corriente. Ambos sabemos que prefiero aguantar el mono antes que quedarme en estado vegetal durante los próximos meses. - Respiré hondo, dejando mis cartas boca-abajo, sobre las sábanas.- Ya me he enfrentado a las drogas, ahora me toca luchar conmigo misma. 

- Leo, yo estoy demasiado cansado para seguir peleando contra todo. - Se pasó la mano izquierda por el pelo, peinando ligeramente sus rizos al mismo tiempo que liberaba un suspiro de resignación.- Solo quiero quedarme en el lado cómodo por unos momentos pero, siento que las circunstancias no me lo permiten... No puedo relajarme. 

American GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora