C4: Las Llaves

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Mientras ascendíamos por el elevador hasta el séptimo piso del edificio, él comenzó a contar algunas cosas extrañas sobre su abuela. Dijo que en varias ocasiones la había descubierto practicando hechicería, dejando velas encendidas debajo de la alacena y cosas así. 

''Había encontrado partes mutiladas de animales pequeños; alguna que otra ardilla y alguno que otro cuervo, lo cual no me sorprendió demasiado,'' decía Iker, alardeando un poco. 

Cuando vivía en Oakim, varios chicos de mi escuela hacían rituales extraños y eran parte de una especie de secta.  No lo veía más allá de un gran esfuerzo de los humanos por pertenecer a algo.

 Pero, allá no existían los bosques; en su lugar existía una pequeña quebrada a la cual era peligroso acceder, porque podías resbalar y caer a un vacío mortal, tal y cómo le pasó a aquél hombre hace una década. Por lo tanto la zona estaba restringida por una cerca eléctrica y cinta amarilla. Era seria la advertencia de no ir a la quebrada, pero estos chicos igual lo hacían todo el tiempo. ¿Quién sabe por qué?''

—¿Estás seguro de esto? —le pregunté al tiempo en que la puerta del elevador se desplegó y entonces comencé a dudar de mi propia idea, un poco.

—No me digas que ahora vas a acobardarte, babosa.

Me cogió por el brazo con mucha intensidad y me arrastró a correr con él por el pasillo del séptimo piso. Nos detuvimos frente a la puerta de la señora Briggs, y antes de meter la llave en la hendidura, Iker me recordó que no debía hacer el más mínimo de los ruidos, porque su abuela tenía el sueño tan fragil como una burbuja.

Cuando la puerta se abrió, ésta emitió un ligero chirrido. Iker apretó con mucha fuerza sus labios y las venas en su mano y brazo se volvieron mucho más notorias. Yo tragué saliva y con ella, mi nerviosismo, me armé de valor para entrar.

Mis ojos continuaron a detallar cada rinconcito de la casa. 

Cuando Iker iluminó la sala con la linterna de su celular, noté que era bastante lujosa: Su enorme pantalla plana era casi tan grande como el mueble de madera antigua en la cual se apoyaba. Al lado de la tele había una estantería repleta de libros de cocina, libros de auto ayuda y de cómo ser un empresario exitoso y una que otra novela clásica: Don Quijote de la Mancha, Miguel de cervantes... interesante mujer.

Giré sobre mis talones y entonces vi la cosa más extraña: Dos perros sometidos a taxidermia, encima de una de las repisas. Intenté ignorarlos mirando más libros y algunas botellas de vinos costosos encerradas en una elegante vidriera adornada con detalles dorados, pero eso me había dejado un poco fuera de mí misma.

—El de pelo blanco se llamaba Ascuas —agregó Iker al notar mi intriga, muy cerca de mi hombro haciendo que me sobresaltara un poco — y el negro, Gotita. Fuego y agua, totales opuestos.

—¿Qué les ocurrió?

—Murieron de ancianos. El tiempo es el asesino más silencioso. Pero mi abuela no pudo dejarlos ir. Mis padres adoraban a estos perros... decían que ellos les traían alegra a esta casa, así que... allí están: ''dando alegría'' aun cuando solo son un par de cascarones vacios.

Volví a mirar al par de perros muertos, y en lugar de sentir desagrado, ésta vez sentí alguna clase de empatía, supongo. Incluso, pensé por un segundo que tal vez tanto Iker como yo nos equivocábamos con respecto a Stella Briggs. El valor sentimental es algo hermoso.

—Mira, no quiero aburrirte con eso —murmuró en un tono bajo —. Sabes a qué vinimos.

Como había dicho antes, yo no le temía a Stella Briggs —Incluso sabiendo que posiblemente era una bruja— pero si me daba algo de terror entrometerme en su habitación mientras dormía para robar las llaves del auto de Iker. 

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