Prólogo

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- Corre, corre por tu vida y no mires atrás- era su único pensamiento.

En su precipitada huida del Centro ni siquiera había tenido tiempo para recoger sus pocas pertenencias, así que sólo contaba con una camiseta y unos vaqueros rotos tras la caída.

Se había lastimado la rodilla y le dolía horrores, pero ahora no podía pararse a pensar en el dolor. Si lo encontraban los adultos volverían a llevarlo de vuelta al Centro y lo meterían de cabeza al "hoyo", le dejarían allí aislado durante días, quizás semanas. No sería la primera vez que iba al hoyo, pero esta vez no aguantaría. La última vez que lo metieron allí estuvo a punto de volverse loco, y aquella vez lo habían acusado de robar comida de la cocina y sólo estuvo doce horas, esta vez había huido, el castigo para los que intentaban escapar era el mayor de los que inflingían. Pero sería aún peor si lo encontraban Sam y su cuadrilla. Le darían una paliza y con toda seguridad le romperían las costillas o algo peor, lo sabía, les había visto hacerlo a niños aún más pequeños que él.

Sam y su cuadrilla vivían en el Centro también, pero en el módulo 11, donde llevaban a los chicos mayores que habían sido entregados al Centro tras quitarle la custodia a sus familias. Venían de hogares desestructurados y rotos, la mayoría había sufrido abusos y maltratos, y todos ellos tenían problemas de conducta, eran violentos y al ser los mayores del Centro imponían su propia ley con los más pequeños.

Aún así, él a veces les envidiaba, sus familias eran un desastre, pero al menos una vez tuvieron una, los habían cogido en brazos de bebés, y aunque fuera a veces, los habían querido, o eso creía.

No era su caso, él estaba en el Centro desde que tenía memoria, y por lo que le habían contando, su madre dio a luz en la calle, en la puerta del Centro, lo dejó allí aún con el cordón umbilical y nunca miró atrás. Él pertenecía al Centro, les pertenecía a ellos, Ángel Sin, ese era él. Sin, era el apellido que le daban a todos en el módulo 42. Niños que no tenían familia ni vínculos conocidos en el exterior. Pero ahora todo iba a cambiar, si conseguía huir, si no lo encontraban, podría ser quien quisiera.

Pensaba en Lucy Miller, con su piel blanca y sus ojos verdes de gato. Era bajita y delgada, tan menuda que parecía poco más que una niña aunque era ya una adulta. Tenía la cara redonda y la expresión amable, siempre fue buena con él y con los demás niños del módulo 42, y aunque mantenía las distancias con los demás, con él siempre se mostraba indulgente, incluso cariñosa. A Ángel le gustaba pensar en ella como su madre, y durante años imaginó que se lo llevaría de allí y vivirían los dos solos y felices. Lucy, la única de sus cuidadoras a la que había querido, la única que le había mostrado afecto, de no haber sido por ella, habría pasado mucho más tiempo en el Hoyo del que ya había pasado o quizás ya estaría muerto. Si no hubiera sido por ella no habría conseguido reunir valor suficiente como para atreverse a huir.

Una semana después de que lo metieran en el Hoyo por última vez, se había metido en prolemas con Sam y los suyos. Como solían hacer, estaban torturando a uno de los niños pequeños que acababan de llegar al Centro, era un niño más pequeño que él, de unos seis años, Sam y su cuadrilla lo tenían retenido en el jardín. Mike, uno de los compinches de Sam, le sujetaba los brazos mientras Matt le daba bofetadas en la cara y los demás se reían. Ángel notó que la rabia lo invadía, y sin pensarlo dos veces, les tiró una piedra que fue a parar justo en la cabeza de Sam, este gritó de dolor y se volvió hacia él, la sangre le resbalaba por la frente pero Sam no pareció notarlo, tenía la mirada fija en él como un perro de presa. Soltaron al pequeño y se le avalanzaron, lo derribaron y ya en el suelon empezaron a pegarle patadas y puñetazos, lo hubieran matado si Lucy no hubiera pasado por allí en ese momento. Ella lo salvó, mandó a los muchachos de vuelta al 11 y a él lo mandó a curarse las heridas.

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