Lagunas mentales

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La oscuridad de la pequeña habitación había empezado a disiparse, los primeros rayos de sol se colaban por las rendijas de la persiana a medio bajar, dibujando los objetos de la habitación.
De la estrecha ventana colgaba una raída cortina. Una desvencijada silla de mimbre en una esquina de la habitación proyectaba una débil sombra sobre el suelo, en un caótico ir y venir de líneas aún difusas que parecían señalar la estela de ropa sucia y arrugada que se encontraba tirada por la habitación, cómo si alguien hubiera tenido demasiada prisa por sacársela de encima, arrancada y desechada en un violento frenesí.

Todo el mobiliario era viejo y sencillo, parecía haber sido construido a base de piezas reutilizadas de otros muebles, a excepción del armario que coronaba la habitación, imponiéndose como un gigante de madera custodiando imperturbable la escena.
Un cuerpo empezó a revolverse bajo las sábanas, claramente molesto por los rayos de sol, cada vez más brillantes, que le apuntaban directamente en la cara.
Abrió los ojos despacio, acostumbrándose a la imagen aún borrosa que se presentaba frente a él.

Aún aturdido se incorporó y miró a su alrededor, intentando reconocer cada uno de los objetos del sitio dónde se encontraba.
Un terrible dolor comenzó a martillearle. Sujetó sus sienes con las manos tratando de evadirlo, la cabeza le iba a explotar.
Los excesos de la pasada noche, comenzaban a hacerse notar de la peor manera. Salió de la cama a trompicones, tropezando con los montones de ropa, estuvo a punto de perder el equilibrio cuando su pie se enganchó con las patas de la silla al salir por la puerta. A duras penas consiguió llegar al baño y vomitó.
Estuvo allí tirado lo que le parecieron horas, no recordaba cuando fue la última vez que se emborrachó así. Nunca había perdido tanto el control. Se sentía un muñeco de trapo, sin fuerzas si quiera para levantarse del frío suelo de baldosas. Se debatió entre quedarse allí tirado o hacer acopio de fuerzas y meterse en la ducha.
Tenía la boca pastosa y un sabor amargo en el fondo de la lengua. Extraño.
No era capaz de recordar como había llegado a casa, ni cuantas horas llevaba durmiendo, en cuanto recobrara las fuerzas tendría que llamar a sus amigos, era probable que alguno de ellos le hubiera llevado a casa. Seguramente se reirían de él, lo atormentarían durante meses.
El teléfono sonó varias veces, se incorporó y volvió a su habitación para contestar, el sonido llegaba amortiguado, su teléfono móvil estaría aún en el bolsillo de su pantalón.
Tras revolver varios montones de ropa lo encontró pero la llamada se cortó, había tardado demasiado en cogerlo.
Miró la pantallita de su teléfono para ver el número, 25 llamadas perdidas y 57 mensajes ¿Cómo era posible? Tenía que haber pasado algo, ¿por qué si no tendría tantas llamadas?
No tuvo tiempo de revisar la lista ni los mensajes ya que el teléfono volvió a sonar de nuevo, esta vez, se apresuró en contestar sin siquiera mirar el número.
–¿Sí?
–¿Ángel? ¡Joder tío! ¡Por fin contestas! ¿Estás bien? ya íbamos a llamar a la policía...
Su amigo Robert al otro lado de la línea hablaba demasiado deprisa, con un tono de angustia y súplica, estaba realmente preocupado.
– ¿Robb? Esto... si... si.. estoy bien...¿Qué... que pasa?
– ¡¿Qué qué pasa?! ¿En serio? Llevas cuatro días desaparecido hermano, estábamos jodidamente preocupados, no sabíamos dónde coño te habías metido y...
– Espera... ¿Qué? ¿Cuatro días? Pero... ¿Que día es hoy?
Las explicaciones de Robert habían disparado todas sus alarmas, y las preguntas brotarón de su boca sin pensar ¿Cuatro días? ¿Llevaba inconsciente cuatro días? una punzada de terror recorrió su espalda en un escalofrío.
– Tío estás fatal, hoy es Martes, llevas cuatro putos días desaparecido– Robert dijo estas últimas palabras pronunciandolas despacio, sílaba por sílaba.
No pudo contestar durante unos segundos, su mente estaba intentando procesar toda la información.
–Eh Ángel ¿sigues ahí?–le preguntó Robert sacándole de sus cavilaciones.
– Si, si, estoy, es sólo que... no... no lo entiendo. No entiendo nada la verdad, supongo que habré estado durmiendo desde que volví a casa...Por cierto ¿Me trajo alguno de vosotros?
– ¿Durmiendo? ¿Los cuatro días? ja ja, si que debiste pillarla gorda– el tono de voz de Robert parecía ahora más relajado, casi divertido ante la perspectiva de que su amigo hubiera estado durmiendo cuatro días seguidos.
–Debe ser, pero en serio ¿Me trajo alguno de vosotros a casa?
No lo sé, la verdad es que al final nos dispersamos un poco.. pero debiste volver por tu cuenta, ya sabes que estábamos todos bastante perjudicados y a ninguno de nosotros nos emociona ir al cuchitril ese perdido del mundo dónde vives.
– Ah ya... ¡que buenos amigos!– dijo Ángel sarcásticamente haciendo una mueca
– Venga Angelito, ya sabes que nos preocupamos, te hemos estado llamando todos nosotros estos cuatro días, incluso hablamos de llamar a la policía para entrar en tu casa... si por lo menos tuvieras vecinos...
–Vale vale, ya sé...de todas maneras estoy bien, no te preocupes.
–¡Claro! has pasado la resaca durmiento tío, ha debido ser la resaca más brutal de la historia– dijo Robb riendo tranquilo
– Si.. Bueno Robb, te dejo ¿vale? tengo que darme una ducha y llamar al trabajo, tendré que dar explicaciones si es que no me han despedido aún.
–Vale hermano, hablamos.
Colgó el teléfono pensativo... ¿Realmente había estado inconsciente los últimos días? No había otra explicación posible para su lapsus temporal, pero.. era tan extraño...No había tenido ningún lapsus temporal desde que era un niño y vivía en el Centro. Tampoco recordaba haber bebido tanto, no hasta el punto de perder la consciencia durante cuatro días, al menos.
Decidió no darle más vueltas, si no era capaz de recordar tampoco iba a sacar nada en claro.

Entró en el baño y se miró en el espejo, le costó unos segundos reconocer su propia cara, su pelo negro estaba revuelto, sus ojos azules parecían más claros de lo normal en contraste con las oscuras bolsas de debajo de sus ojos. Se pasó la mano por la mandíbula, notando la barba de 4 días, suspiró y se obligó a sonreir a su propia imagen.

-¿Qué coño me ha pasado? - le preguntó a su reflejo.

Un pensamiento en el fondo de su mente pasó fugaz "lo sabes Ángel, está volviendo a ocurrir"

Suspiró y se metió en la ducha, dejando que el agua todavía fría le despertara, seguía doliéndole la cabeza y aún se sentía aturdido.
Tenía que pensar una buena excusa para dar en el trabajo, no podía presentarse diciendo que había estado inconsciente,  no era una excusa ni muy válida ni muy creíble. Tampoco se podía permitir perderlo, no sólo su sustento dependía de ello, había algo más importante aún, la persona que le consiguió el puesto, la misma que le había dado la posibilidad de vivir como lo hacía ahora, a él no podía fallarle. Era la primera persona en su vida que le había dado una oportunidad, una familia y un hogar. Y aunque ya no estuviera, seguía debiendole todo lo que tenía, puede que incluso su propia vida.
Con el agua caliente resbalando por su cuerpo y el sonido relajante del agua golpeando en el suelo de la ducha, su mente aturdida divagó evocando el pasado, sentía que la habitación se desdibujaba frente a él, volvía a su primer día en el pueblo, sentía la atmósfera, olía el aire, casi podía tocar las casas. Volvía a tener ocho años.


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