Recordando el pasado

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Necesitaba esconderse en algún sitio dónde nadie lo encontrara, tras meses deambulando por las afueras de la capital, robando y colándose de polizón en diversos transportes llegó a Montbaile. Era un pueblo pequeño, pintoresco y rústico, como sacado de un cuadro de Pissarro, salpicado de pequeñas casas de piedra de una o dos alturas y gobernado por extensos campos de cultivo. La mayor parte de la población se ganaba la vida trabajando el campo y vendiendo sus productos a la capital, la vida allí parecía transcurrir ajena al paso del tiempo y el estrés cotidiano, de las idas y venidas propias de la época actual.
Ángel se enamoró al instante de aquel lugar. Pasó allí varios meses robando en los campos de noche y escondiéndose de día. Apenas se atrevía a moverse por el pueblo, estaba seguro de que la gente del Centro lo estaba buscando, y aunque dudaba que llegaran a encontrarlo allí, toda precaución era poca.

En un pueblo tan pequeño, un niño desconocido y sin compañía adulta llamaría demasiado la atención y la noticia correría como la pólvora, quizá incluso llegara a oídos de las poblaciones vecinas.

Encontró un buen cobijo en la confluencia de dos tejados, allí podría guarecerse de la lluvia y el viento, extrañamente frecuentes en aquel pueblo, bajo el alar del tejado más alto, y además tenía buena vista de la calle principal, desde allí pasaba muchas horas observando a la gente del pueblo. Intentando enterarse de quienes eran las familias adineradas, de los conflictos entre ellos, de vez en cuando captaba algún nombre y se enteraba de algún que otro secreto. Intentaba memorizarlo todo, estaba seguro que más adelante le serviría de ayuda por si alguien lo descubría merodeando, podría hacerse pasar por el hijo de algún temporero de los que a veces trabajaban en los campos. O quizá un sobrino lejano de alguna familia que había ido a hacer algún recado.

Desde su refugio en el tejado tenía mucho tiempo para inventar historias, memorizarlas e incluso ensayarlas. Toda su vida en el Centro le había enseñado algo; si te pillaban haciendo algo que no debías hacer, mas te valía tener una preparada mentira creíble o lo pagabas caro, de eso podías estar seguro.

Ángel comprobó con asombro que aquellas personas eran en su mayoría gente sencilla, sin demasiadas pretensiones, trabajaban duro y salvo alguna excepción rara vez tenían conflictos entre ellos.

Descubrió también que en Montbaile apenas se cometían delitos, ni siquiera disponían de guardias como en la capital, así que para su disgusto sus pequeños hurtos en los campos de cultivo no habían pasado desapercibidos.

En la última semana había escuchado a varias personas debatiendo sobre la idea de ir a vigilar por turnos en la noche con la intención de pillar al ladrón infraganti. Aquella perspectiva le preocupaba sobre manera, pero ¿que podía hacer? Necesitaba comer. Sólo le quedaba ser más cuidadoso. Y más rápido, había aprendido a moverse con soltura entre las sombras, pero ahora debía convertirse en una.

Se encontraba en su refugio del tejado intentando urdir un plan para bajar y robarle unos bollos al panadero, el cual, para fortuna de Ángel, tenía la costumbre de ponerlos a enfriar en unas cestas en el callejón de la parte trasera de la panadería. Llevaba dos días casi sin comer, tan sólo se había atrevido a bajar de noche, y con las cuadrillas vigilando tenía que coger lo primero que pillara y salir corriendo.

Habían sido dos noches totalmente infructuosas, hasta el lechero había cambiado los horarios del reparto y ahora entregaba los pedidos en mano en lugar de dejarlos en la puerta, todo lo que había conseguido robar eran unas manzanas aún verdes y un par de cebollas.

Su estómago rugía furioso y la cabeza le daba vueltas, los efectos del hambre y la falta de sueño empezaban a hacerse notar, incluso le temblaban las piernas. Tenía miedo de que le fallaran al intentar bajar del tejado, no era una caída muy alta, pero si caía mal podía hacerse mucho daño, romperse una pierna y quedarse tirado en el callejón. Eso sería terrible y no solo por el dolor físico, las consecuencias de caerse del tejado irían más allá de una pierna rota o un golpe en la cabeza.
Había comenzado su descenso por el canalón del tejado cuando alguien gritó y del susto casi perdió el equilibrio.
- ¡Sr Damien! Venga corriendo por favor, la pequeña de los Corbel está de parto y no les va a dar tiempo a llevarla a Ospadal, corra por favor.
Ángel conocía aquella voz, era uno de los muchachos del pueblo algo mayor que él, el hombre al que llamaba era el único veterinario del pueblo, normalmente se hacía cargo de los partos de las vacas y los caballos. Por lo que había podido comprobar desde su refugio del tejado, era un hombre mayor, serio pero amable, nunca había oído a nadie hablar mal de él, al contrario, cada vez que salía el nombre del veterinario en alguna de las conversaciones que Ángel llegaba a captar, siempre se referían a él con sumo respeto, incluso con admiración.
- Vale muchacho, ya voy, corre hasta mi casa y dile a Martha que te de mi maletín y vuelve con el a casa de los Corbel, yo voy hacia allí.
Por unos momentos Ángel se olvidó del hambre y de todo lo demás, aquello atrajo toda su curiosidad, sabía que tenía que bajar del tejado deprisa, ya que pronto la calle principal del pueblo se llenaría de curiosos como él, esperando a ver como un veterinario de pueblo ayudaba a una muchacha a dar a luz.
Hábilmente descendió por el canalón, cuando llegó al suelo se escondió en el entrante de un portal del callejón de la panadería. Iba a dirigirse allí a robar sus bollos, pero cuando dio un paso para salir de las sombras del portal, el vello del brazó se le erizó y no pudo moverse, en ese instante pasó una mujer chillando por delante de él, tan deprisa que ni lo vio. Asomó su curiosa cabeza tras la mujer, la reconoció, era la tía de la muchacha que estaba de parto.
-¡Sr.Damien! Corra por favor, es Anna, está sangrando mucho y el bebé ni asoma.
El veterinario no dijo nada, simplemente echó a correr y desaparecieron a la izquierda de la calle principal, en dirección a la casa de los Corbel.
Ángel se debatió entre su curiosidad y su hambre, de la que había vuelto a ser vagamente consciente. Echó a correr, robó los bollos y volvió a trepar al tejado.
Conocía el pueblo mucho mejor por la perspectiva aérea, y podría distinguir la casa de los Corbel por el tejado. Desde su refugio 3 hacia delante, 2 a la izquierda, llegaría fácilmente. Había adquirido una gran capacidad para saltar por los tejados sin mover las tejas, lo cual era realmente útil en su situación, ya que si los vecinos empezaban a tener goteras, dejarían de achacar los ruidos que él hacía a los gatos cazando, e igual que en los campos, emprenderían una redada para encontrarlo.
No le costó llegar, casi lo hizo a la vez que el veterinario y la mujer chillona, incluso desde el tejado se oían los gritos y lloros de la muchacha.
Encaramado al borde del tejado tenía una buena vista de la puerta y la ventana de la sala principal. Veía sombras moverse en el interior de la casa, estaban inquietos, algo iba mal, no distinguía las voces unas de otras que provenían del interior de la casa, los gritos de la hija pequeña de los Corbel enmascaraban cualquier otra voz.
Ángel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, los gritos de la chica se le clavaban como cuchillos y por un momento se arrepintió de haberse dejado arrastrar por su curiosidad, no debía haber ido allí, tenía que haber aprovechado el revuelo para llevarse algo más que dos tristes bollos. Se incorporó con cuidado dispuesto a volver a su refugio del tejado, con un poco de suerte el panadero no habría metido aún las cestas y podría llevarse algo más. En ese momento el muchacho que había dado el aviso entró en la casa con el maletín del veterinario en la mano, levantándolo por encima de su cabeza, como si fuera algún tipo de llave mágica que le permitía el acceso a cualquier sitio.
Al poco rato los gritos de la muchacha dejaron de escucharse, hubo un tenso silencio que pareció adueñarse del pueblo entero. Ángel notó que tenía las manos entumecidas, estaba aprentando tan fuerte los puños que los nudillos se le habían puesto blancos, tragó saliva y respiró hondo. Aquello le había afectado y él ni siquiera había sido consciente de la tensión. Intentó relajarse, aquello no iba con él, en su corta vida debería haber aprendido que los problemas de los demás son de los demás, que preocuparse por alguien más que no fuera uno mismo siempre traía problemas. Se enfadó consigo mismo, ni siquiera conocía a la chica, y le daba igual, ¿por qué estaba tan afectado entonces? Además había echado a perder una oportunidad de oro para robar lo que quisiera sin ser visto. Cuando llegara la noche y estuviera muerto de hambre y frío ¿quien iba a precuparse por él? ni siquiera sabían que existía. Que estúpido Ángel. Sam tendría que haberle pegado más palizas para hacerle aprender la lección de una vez...
Entonces los lloros de un bebé recién nacido le sacarón de golpe de su ensimismamiento, pasó de la rabia a la alegría en décimas de segundo, las voces llenas de alegría reemplazaron el silencio del pueblo.

-¡Están bien! ¡Las dos están bien!- gritó el muchacho del maletín saliendo por la puerta principal.

Los curiosos que se habían arremolinado cerca de la casa sonreían y comentaban entre sí.

- ¡Robert! ven aquí chico, cuéntanos, ¿Qué ha pasado? - llamó una de las mujeres curiosas al joven que iba dando saltos por la calle gritando a los cuatro vientos la buena noticia.

- Pues no sé, ha sido muy confuso, Mary gritaba, había un montón de sangre y el Sr. Damien la ha salvado, ha sacado a la niña y la ha cosido, y yo le he ayudado - contó Robert con una sonrisa bobalicona en su cara.

- ¿Había mucha sangre, y tú no te has asustado niño?- le sonrió una de las mujeres

- Claro que no Sra. Martha, he sido muy valiente, el Sr. Damien me ha dicho que me dejará ayudar en el parto de la próxima vaca a la que tenga que asistir si quiero.

- Oh, que afortunado. Entonces dinos, Mary y la niña ¿están bien?

- Si claro que si, la niña había salido morada pero el Sr. Damien le ha dado un masaje y ha empezado a llorar, y Mary tenía muy mala cara pero el Sr. Damien le ha pinchado algo y se ha calmado, luego le ha cosido, pero no me ha dejado mirar. el Sr. Damien ha dicho que Mary necesitaba descansar un poco pero que se pondrá bien. Sus padres ya han llamado y va a venir a buscarla una ambulancia de la capital ¡Una ambulancia de verdad! –relató el niño visiblemente emocionado

Vale chico, lo has hecho muy bien, anda, ve a tu casa y lávate antes de que llegue tu madre y te encuentre así– Interrumpió el veterinario que salía por la puerta de la casa en ese momento.

¡Damien espera! – gritó un hombre a su espalda – has salvado a mi hija y a mi nieta, no se como agradecértelo, no tengo palabras, quedaros Martha y tú a cenar esta noche, por favor.

No es nada John, no hace falta, además seguramente dejarán a Mary y la niña ingresadas en el hospital durante unos días, y va a necesitar ayuda.

Ross irá con ellas a la capital, pasará la noche con ella en el hospital y yo iré mañana a relevarla, me vendría bien la compañía esta noche, y tengo que agradecértelo de alguna manera, de no haber sido por ti...

Si John, ha sido una auténtica irresponsabilidad dejarle dar a luz en casa ¿Cómo es que no la llevasteis antes al hospital, cuando rompió aguas? Con sus antecedentes tendríais que haber estado preparados, mira, yo he hecho lo que he podido y Mary está estable, pero ha perdido mucha sangre y la niña... podrían haber muerto las dos John.– contestó el veterinario furioso.

Lo sé ahora Damien, nadie esperaba esto..- dijó el hombre avergonzado

Está bien John, Martha y yo te acompañaremos esta noche y hablaremos.

Ángel se quedó impactado con la firmeza del veterinario, era un hombre realmente admirable, no era de extrañar que fuera tan respetado en el pueblo. En el Centro había médicos y enfermeras también, pero no eran ni parecidos, este hombre irradiaba un aura de seguridad que te hacía querer acercarte a él. Tenía algo magnético para un niño como él, tanto que decidió seguirlo hasta su casa.
Durante días le observaba desde la distancia segura del tejado, observaba sus relaciones con los demás, con los animales, con el entorno. Y siempre se quedaba fascinado observando el aplomo y la confianza que transmitía a todo el mundo.
La casa del veterinario era de las más grandes del pueblo, y además tenía un pequeño huerto y una perrera muy bien protegida de las inclemencias del tiempo. Decidió esconderse allí, era hora de cambiar de refugio, y no lo pensó dos veces, fue una decisión muy fácil. En cuanto se hizo de noche, saltó del tejado con habilidad felina, bordeó la casa y se dirigió a la perrera.
La perra del veterinario había tenido una camada hacía poco, y por un momento le entró pánico, si no iba con cuidado la perra lo atacaría para defender a sus crías, o ladraría y sería descubierto en segundos, no en vano, su dueño era veterinario y estaba muy pendiente de cualquier cosa que pudiera pasarle a su animal.
Contra todo pronóstico la perra lo recibió con un lametón en la cara y moviendo el rabo, no lo consideró una amenaza para su cachorros y en seguida se tumbó cerca de él para que le acariciara la barriga.
Por fin estaba en su refugio caliente y agradable, y con buena compañía, aunque fuera animal, empezaba a quedarse dormido cuando un inesperado foco de luz le despertó, el veterinario le miraba impasible, con gesto inescrutable.
- Vamos chico, levántate. – le dijo con voz serena.

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