Capítulo 1

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 España, 8 de Agosto de 1790



Han pasado dos años, dos largos años sin tener noticias de ella. La llegada de la revolución hizo huir a todas las familias nobles de la ciudad, ahora veo imposible volver a reunirme con mi amada, aún si ya no está bajo el cobijo de su familia, aún si la han hecho abandonar su título y emprendió otro camino.

La vida aquí no ha sido ni sencilla ni tranquila, agradezco que al menos pueda tener tinta y papel donde escribir. Hay ocasiones en las que me pregunto por los hijos que alguna vez tuve en brazos, pero es Alice quien no sale de mi mente.

La faena en los viñedos es una costumbre que he adoptado desde que llegué, me he dado cuenta de lo difícil que es para los plebeyos alimentarse, cualquiera pensaría que sólo con algunos pastelillos les es suficiente, pero he descubierto que entre su clase le es permitido tener ciertos privilegios que a nosotras se nos negaron, entre ellos elegir con quién desposarse.

En nuestro círculo, es bien sabido que al crecer tenemos un esposo destinado por arreglo entre familias, así es como terminé casada con un viticultor y Alice con un Guardia Real. Personas despreciables, pero que nos sabían colmar de presentes, y cualquier privilegio que quisiéramos tener; Como aquél vestido de seda y encaje que mandé a confeccionar con especial detalle para ella él día de su vigésimo aniversario y que terminó arruinado en aquel juego del laberinto en el jardín de mi esposo esa misma noche.

No negaré que extraño todos los privilegios que tenía hace unos ayeres, pero aún así, no hay nada que no daría con tan solo poder volver estrecharla entre mis brazos, poder volver a rozar sus labios con los míos, escucharla tocar el piano mientras la acompañó cantando para la audiencia presente y nuestros despreciables esposos, mientras degustaban la más reciente cosecha de nuestro viñedo. Aquellas furtivas miradas cautivadoras, guardaban en silencio nuestro amor prohibido.

El trabajo y esfuerzo constante en este lugar, me han debilitado, no solo en espíritu también mi salud ha menguado y ahora me encuentro arrojando pedazos de mi al toser en lo que esta gente llama "pañuelo". Siento que la vida me abandona poco a poco y los recuerdos de mi amada Alice comienzan a desvanecerse de mi mente, tanto que necesito conservarlos de alguna forma, aferrarme a ellos hasta mi último aliento.

Sé que mi alma no tiene salvación, que debo pagar el precio por mis pecados, que no puedo recibir la expiación de mis penas, pero como si Dios, hubiera tenido clemencia de mi estado agonizante, ha enviado al pueblo un monje misionero que probablemente pudiera encontrar a mi amada entre las ciudades que visita y así entregar estas memorias para ella, de modo que mi pequeña nunca pudiera olvidar los momentos que pasamos en compañía, recuerdos que pretendo llevarme a la sepultura. Tal vez, cuando por fin estas memorias lleguen a ella, mi alma pueda descansar en paz.

Recuerdo bien la fecha, fue el séptimo día de Marzo del año 1785 es fácil recordar ya que ese día era el cumpleaños número seis de mi hija, Era una mañana soleada, Yo portaba aquel vestido de seda y bordados turquesa que mi distinguida suegra había mandado a traer desde Viena, con alguno de sus modistas preferidos, y los zapatos que recién la ministra de la moda Rose Bertin, me había entregado el día anterior, eran bellísimos, y costosos, recuerdo a mi esposo enfurecido por tal despilfarro, pues era cierto que había escasez en París, o al menos eso decían los caballeros que por la noche llegaban a beber con él, muchos de ellos cercanos a los Monarcas, entre ellos argumentaban que los grandes señores, pretendían ser solemnes con su pueblo muerto por la hambruna y dejaban de consumir o adquirir algunos productos. Pero no nosotros, nuestra familia, no sólo tenía viñedos en Francia, también los tenían en España, Austria e Italia. En mi mesa nunca faltó ni un bocadillo, ni una ave mucho menos aquellos postres que mi dulce mujer adoraba comer.

Ese día, salí en compañía de la nodriza y los niños, adoraba recorrer el centro de la ciudad, también necesitaba pasar a la boticaria, necesitaba más de esas hierbas para el té que bebía para no embarazarme, había resultado ser bastante efectivo y también debía pasar a la catedral a confesar mis pecados. Pasamos la mañana completa buscando un nuevo vestido para Camille, ninguno de los que me mostraban era lo suficientemente hermoso y ella los rechazaba de inmediato, me alejé de ellos, comencé a buscar alguna peluca y un sombrero, pronto el pequeño Christophe, tendría que comenzar a usar peluquines, tomaba y soltaba los sombreros las pequeñas y bien elaboradas pelucas, sostenla una de ellas, cuando la vi pasar, llevaba ese hermoso vestido brocado con encaje de Chantilly, color violeta, acompañada de su criada y una niña en los brazos de la mujer, la piel clara de sus hombros era cubierta por una sombrilla del mismo color que su vestido, y su cuello adornado con una pequeño pero hermoso collar, los rasgos de su rostro eran tan delicados, la forma de sus labios, sus ojos brillaban a mi parecer y cuando sonrió, algo en mi interior estalló, fue como sentir un pinchazo en el cuerpo que me hizo soltar lo que tenía en las manos, tomar los bordes de mi vestido e intentar darle alcance, me sorprendió no poderla reconocer, eran pocas las familias que no conocíamos en la ciudad.

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