Capítulo 2

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Pareciera que el sol mismo la iluminaba, pues podía ver un aura casi angelical rodeándola, ni el mismo Rey Luis XIV podía brillar tanto. Caminé detrás de ella sin importar que la aya y mis vástagos habían quedado calles atrás, cuando al fin logré darle alcance, ella tomaba entre sus manos unos bizcochos, parecía una pequeña niña sonriente ante tal manjar, que mordía, fue en ese instante que nuestras miradas se encontraron, yo me encontraba embelesada observando la crema que había quedado sobre su rosada mejilla, pero su mirada tan dulce fue la que me enganchó. Parecía que a ella no le sorprendía estar siendo observada por una dama, tiempo después ella me confesó que me había visto correr y que también había encontrado un enlace en el momento.

Con una sonrisa se acercó a mí y se presentó, su nombre era Alice Lefebvre, esposa de un Guardia a cargo del Rey y vivía a unas cuantos jardines de mi hogar. A nuestro alrededor parecía haberse formado alguna barrera que estaba impidiendo ver y escuchar a las personas a nuestro alrededor, su sonrisa y sus ojos solo eran opacados por la belleza del rubor de sus mejillas, hice mis presentaciones como era debido, e incluso, tuve el atrevimiento de limpiar con mi guante la poca de crema que se había quedado en uno de esos sonrosados carrillos, cubriéndonos con mi abanico. El llanto de su niña nos hizo salir del pequeño momento que se había formado, recordándonos en donde nos encontrábamos, pero aún sin querer alejarnos, ella tomó mi mano invitándome a su casa para tomar el té por la tarde del siguiente día. Se despidió de mí con dobles besos, mientras sujetaba mis manos y como si sintiera que algo me habían arrebatado, Alice, se marchó para tomar en brazos a su pequeña, mientras yo con una sensación extraña de vacío regresé a buscar a mis hijos y a la criada.

Habían pasado ya unas semanas, todas las tardes sin falta, me encontraba llegando a su hogar para poder tener un momento a solas, bebíamos el té, conversábamos, tocaba ella el piano y con un poco de vergüenza canté para ella, ya que siempre he tratado de nunca hacerlo, pero cuando las notas del piano hicieron eco en el salón, la voz escapó de mi garganta, recuerdo que ella me dijo ― No pares de cantar, hazlo para mí, siempre ― Desde ese día cantaba para ella cada que lo pedía. Era increíble cómo pasar todos los días en su compañía me podía hacer sentir tan bien. Era conocida por socializar muy poco con otras esposas, además estaba desobedeciendo las órdenes de mi esposo al pasar tanto tiempo en casa ajena, pero no quería dejar de estar a su lado. Pronto me encontré tomando su mano con naturalidad mientras caminábamos por el jardín, mientras su hija y los míos corrían detrás de los arbustos de iris. su voz lograba tranquilizar mis constantes arranques de ira y de frustración. Yo odiaba estar con mi esposo, me causaba asco y repulsión el ser tocada o besada por su asqueroso ser. Por supuesto, siempre fui la comidilla de la sociedad, las constantes visitas de mi esposo a las tabernas de prostitutas, también a los bal masqué donde abundaban encuentros íntimos con desconocidos. pero, al estar con ella, todo ese horror de mi interior se desvanecía, solo sabía sonreír, eso, a Alice, le encantaba y siempre terminaba dejando una suave caricia en mi mejilla. Al contemplar sus hermosos ojos, me recordaba a cuando niña me gustaba correr en la casa de campo de mi familia en aquella provincia francesa cerca de España, aquellos días cuando podía respirar con tranquilidad.

Nos alejamos un poco de la entrada de su casa, anduvimos en silencio con la manos tomadas, solo veíamos el atardecer a lo lejos, hasta que nos detuvimos, ella se posó frente a mí y tomó con delicadeza mi mentón.

―¿Qué piensas? ― Preguntó ella con esa mirada que parecía ver en mi interior, ciertamente no había mucho que pudiera ocultar, ella lo podía adivinar como si fuera una vidente de carnaval. Intenté ocultar mis pensamientos también mi mirada, pues llevaba tiempo preguntándome, por el sabor al igual que la textura de sus labios, y al caminar a su lado, alejada de las miradas de la servidumbre, habían vuelto más intensa la curiosidad, pero bajé el rostro en clara señal de mi bochorno.

―Nada ―no sabía qué responder ante tal pregunta, sólo intenté escapar de sus manos, pero ella, más astuta, me tomó de la cintura con poca elegancia y resolvió el acertijo en mi mente cuando sus labios se presionaron contra los míos, un dulce beso que nunca podré olvidar ni borrar de mi mente y corazón.

―Estoy segura que también te preguntabas lo mismo ―dijo con esa sonrisa que mostraba orgullo y presunción, porque si, ella era linda y dulce ante todo mundo, pero solo yo pude conocer esa personalidad dominante, ese carácter que me hacía doblegar ante sus encantos. No me resistí y devolví el beso, al comienzo nuestros ósculos eran torpes, pero pronto, como si fueran las notas de una melodía nuestros labios siguieron un compás perfecto, las bocas se acoplaron de inmediato y el simple roce de labios se profundizó, su lengua invadía mi boca, así como la mía gozaba en su interior, sus manos rodearon por completo mi cintura, mientras me aferraba a sus brazos, me entregué a ella, de una forma que no sabía que se podía hacer, estando consciente que no solo era incorrecto, también prohibido.

Esa noche, con esfuerzo, pude conciliar el sueño. Su cuerpo, sus labios y su voz invadía mi mente. A partir de esa tarde, evitaba todo contacto con mi esposo. Había decido pertenecer a ella, no quería ser mancillada por nadie más, así que me inventé miles de disculpas para poder evitar tener acercamientos, entre ellos los íntimos. 

N'oublie pasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora