Los días posteriores a aquella noche mi mente la traía a mis sueños, sueños cada vez más intensos que me hacían despertar a mitad de la noche y buscar un poco de frescura en los balcones de la casa, mi cuerpo ardía, mis labios, pedían por ella, mientras lágrimas caían por mi rostro, pues llevaba semanas sin verla, después de esa tarde donde compartimos nuestros alientos, no había acudido a visitarla. Más tarde en la mañana mientras veía las flores del jardín, uno de los lacayos, se acercó y extendió hacia mí una carta. Mi mano tembló cuando recibí aquella misiva pues estaba grabado el nombre de Alice y dirigida para mi. tras retirarse el hombre, abrí presurosa la carta, necesitaba saber si me odiaba, a Dios, gracias que eso no era lo que decían sus palabras, al contrario, estaba molesta porque no estaba asistiendo a su casa, me reñía por dejarla sola al igual que su esposo, me demandaba volver a poseer mis labios y por primera vez, sentí fascinación por la forma en la que me quería tener en su alcoba, cerraba la carta con el aviso que llegaría por la tarde para tomar el té juntas.
Corrí por la casa, ordenando poner todo en su lugar, exigiendo una variedad de pastelillos de los que sabía eran sus preferidos, el té de su preferencia y solicitando mantuvieran lejos a los niños de mi alcoba personal. Por la tarde, sin demora ella llegó a mi hogar, acompañada por su pequeña, podía darme cuenta el estima que le tenía, ya que yo sentía lo mismo por mi querida Camille. Mientras bebíamos y comíamos en el salón oculto tras mi habitación, ella, no perdió oportunidad para cuestionarme como siempre, la curiosidad era infinita en su ser, no había forma de tenerla satisfecha y eso me encantaba, pues me encantaba hablar por horas con Alice, ya en la privacidad de aquel sitio, nuestros labios y manos fueron cómplices de aquella atracción y de aquel sentimiento que surgía en nuestro interior, ella tomó control de la situación y fue quitando las prendas de mi cuerpo, ya que los vestidos, hacían imposible el podernos estrechar entre nuestros brazos, quitó prenda por prenda hasta dejarme en camisón, por lo que fue turno de ella, despoje las ropas de ese cuerpo tallado en marfil, recorriendo con los la punta de los dedos aquellas curvas, grabando en mi mente los puntos que decoraban su piel, descubrí que era poseedora de unos muy hermosos, ella fue devolviendo las caricias, lento pero gustosa hasta que sus dedos pasaron mis telas, llenándome de sensaciones que aunque no eran desconocidas del todo, eran tan nuevas e intensas, pronto nos encontramos las dos, sofocando nuestras voces con besos, ahogando todo rastro y sentido de placer entre la telas de los vestidos que metimos a nuestras bocas para no ser escuchadas, hasta ser llenadas por un ardor desesperante que dejó nuestros cuerpos sin fuerza y mojadas las enaguas. Cuando cayó la noche, mientras nos encontrábamos a medio vestir mi alma se estremeció pensando que ella se iría, me abandonaría y me tiré al suelo rogando que no se marchara, Alice, me sorprendió de nuevo, diciendo que no lo haría, que estaba enterada que mi esposo estaba de viaje y que el suyo acompañaba al Monarca en su cacería. Ella durmió en una habitación cerca de la mía, mientras su hija durmió en la habitación de mis hijos, me aseguré que todos durmieran, para escabullirme en la cama de la que llamaba ahora "mi mujer", dónde presas de la emoción volvimos a entregarnos a nuestros deseos más carnales,hasta quedarnos dormidas. Cuando los rayos del sol se colaron por la ventana, era muy tarde, los criados que venían a servir a ella, nos encontraron aún descansando abrazadas, un gran error que obligue a callar bajo castigo de muerte a los que presenciaron la escena de la misma forma que hice callar a los que conocían el secreto de Christophe.
El pequeño bastardo, era la prueba mi desliz de una noche de vino a medio añejar con uno de los amigos de mi querido esposo, intenté deshacerme de la criatura, pero me fue imposible, aunque no lo sabe a certeza el Duque de esta casa, lo sospecha, desde entonces me tiene encerrada en esta prisión a la que llamo hogar. Motivo por el cual debía mantener a todos callados.
Nuestra sociedad, es un hervidero de comunicados, no hay acción que pueda ser ocultada a ellos, y aunque muchos acostumbran a hacer los mismo que nosotras, fue esa noche en el bal masqué, a las afueras de Versalles, después de dos años juntas, de dos años escondiéndonos, fuimos vistas a lo lejos por la marquesa de Launay, quien comenzó a divulgar aquella información en las mesas donde era invitada a cenar, ciertamente, nunca vio nuestros rostros, pero pronto las sospechas y rumores recayeron en nosotras, dada la cercanía que todos veían. Ni Alice, ni yo nos enteramos de aquellos rumores, hasta el regreso a casa, después de pasar unos días de verano en Lior en la propiedad de descanso de su esposo, donde solo acudimos con los niños, unos cuantos lacayos que por supuesto con un poco de oro guardaron nuestro secreto, a cambio de dejarnos vivir unas semanas libres de imposiciones sociales, donde disfrutamos fornicar hasta que nuestras voces quedaron roncas y varias zonas del cuerpo con pequeños y bien marcados círculos morados hechos por nuestras bocas, pero que gracias a los vestidos quedaban ocultos.
Ambas fuimos arrinconadas en nuestros hogares por los esposos a quienes les debíamos amor, lealtad y fidelidad, juré en nombre de Nuestro Señor que esos rumores venían de una mujer que acostumbraba embriagarse en cada mesa a la que era invitada, y que por supuesto, nunca había asistido a un baile de esos, mis esclavos fueron interrogados, pero todos ellos aseguraron que nunca había salido por las noches, se me ordenó ir a confesar mis pecados y me mantendría enclaustrada en casa hasta que los rumores menguaran, no sin antes claro, hacerme saber y sentir por la fuerza quien era el cerdo con quien vivía, quien reclamó lo que había comprado al casarse conmigo, recuerdo haber tenido fiebre y vómito los días siguientes, mi cuerpo lo rechazaba, rechazaba la invasión de su miembro en mi ser, pero lo que más me preocupaba era quedar en estado, pues con Alice no tenía que preocuparme por llevar un infante en el vientre, había dejado de beber mi té, pero con el Duque Armagnac, la situación era muy distinta. Después de tres días. comencé a preguntarme, la razón por la cual mi amada Alice no venía a casa, así que aún con molestias, me apresuré a ir a su casa, pero me negaron la entrada, estaba muy preocupada y exigí entrar, mi fiefs de dignité era mayor al de ella, pero no tuve respuesta, contrariada y al borde del llanto regresaba a mi carruaje, cuando un joven, se apresuró a mi encuentro, este se presentó como hermano menor de la Condesa Lefebvre, el joven, me entregó una nota y me pidió asistir esa noche a una pequeña casa, a las afueras de París, insistió en que debería vestir como sirvienta y que debía ser llevada en montura de caballo, no en carruaje, me explicó que esa noche vería a su hermana en las mismas condiciones.
Con aquella nota en mano, firmada por Alice, regresé a casa, y conseguí de mis criadas la ropa y de mi lacayo ser llevada a aquella residencia, donde pude reunirme con el amor de mi vida, dentro de una privada habitación. Estallé en ira en cuanto mis ojos la vieron, su hermoso rostro estaba tan lleno de golpes, sus labios inflamados por las bofetadas y una horrenda cicatriz en su boca terminaba el cuadro, la habían hecho sangrar, la piel de sus brazos, hombros, se encontraba teñida de violetas y verdes, ella había sido masacrada a manos del Conde y todo era mi culpa por insistir en tener un beso suyo aquella noche. Caí de rodillas y abrazando sus piernas pedí perdón, lloraba amargamente, no la merecía. Alice, fue muy comprensiva, me abrazó y sus lágrimas se unieron a las mías y nos tomamos en aquel sitio, sin importar que su hermano o mi sirviente nos pudieran escuchar. Le supliqué huir, dejar todo por nosotras, por vivir juntas y felices, pero, ella, siempre tan inteligente, rechazó la idea, debíamos pensar en nuestros hijos, en la deshonra que les dejaríamos y sobre todo ¿qué haríamos si ambas estamos preñadas nuevamente?
Con un duelo, regresé a casa antes de que despuntara el alba, entré a mi habitación y no salí en días, hasta asegurarme que lo que había creciendo dentro de mí, fuera ejecutado, Alice, halló gracia divina, pues no tuvo ningún problema y su sangrado vino a los pocos días de nuestro encuentro en aquella casa. El médico le dijo al Duque que simplemente el niño no se había aferrado a mi cuerpo y fue desechado, que también ya estaba vieja y probablemente inservible para darle más descendencia.
ESTÁS LEYENDO
N'oublie pas
Short StoryParis 1785, la historia de dos mujeres que se amaron en la época incorrecta, jurando llevar su amor a la siguiente vida, donde puedan amarse sin reservas.