La Vie En Rose [JULIANTINA]

2

Valentina miraba por la ventana desde el rincón de la cafetería que solía ocupar todos los días a la hora del almuerzo, solo quedaban rastros de comida en su plato y ella seguía ahí mientras esperaba a que el timbre tocará para poder regresar a clases. Ella no era de la clase de personas a las que le gustará salir en sus horas libres, cada que alguien le preguntaba por eso, ella respondía que era por la pereza que le causaba la idea de levantarse de su asiento y caminar varios metros hasta los jardines del instituto; pero la realidad era otra muy distinta.
Juliana, aquella chica que le había llamado la atención meses atrás desde que la vió en los pasillos del instituto, mientras cargaba su teléfono; estaba tan solo unas mesas más adelante de ella y desde su sitio podía verla perfectamente, podía decirse que la castaña era toda una acosadora.

Valentina era incapaz de hablarle y eso le causaba tristeza.

Ella no quería estar ahí, todo era tan ruidoso y eso no le agradaba del todo.
Su mirada recorrió el lugar, mirando toda clase de cosas; desde la mesa de los deportistas que comían como si no existiera un mañana, a la mesa de los nerds, que como de costumbre estudiaban en sus horas libres; pero se detuvieron un momento, al mismo tiempo que su respiración se cortó cuando se dió cuenta que aquellos profundos ojos cafés estaban posados en ella, lo que la hizo sentir sumamente avergonzada y la llevo apartar la mirada rápidamente.
Valentina creía que seguramente Juliana la consideraba una rara.

La morena siempre estaba en su cuaderno dibujando, lo que despertaba curiosidad en la chica de ojos azules, que siempre había querido saber que debía estar dibujando que la tenía tan concentrada todo el tiempo.
Su mirada regreso una vez más, está vez más cargada de valor para encontrar la mirada café de Juliana, pero está ya no le miraba, pues su atención estaba en el cuaderno entre sus manos; lo que llevo a Valentina soltar su suspiro frustrado diciéndose a sí misma que debía dejar de hacerse ilusiones.

El timbre sonó y en el momento en que lo hizo ella se levantó de su asiento para salir de ahí. Aún quedaban tres horas en aquel lugar, la idea no parecía un esperanzadora, incluso llegaba asustarle; ella no quería ir a casa.

Las clases siguieron su curso normal, siendo monótonas y aburridas; ocasionalmente alguien dijo algo divertido pero eso había sido todo. Durante aquellas horas, ella solo quería ver a Juliana, pero ella parecía tan lejana, tan absorta en el arte; eso era algo que todos sabían.

La morena con solo dieciocho años había ganado tres premios de arte, esto debido a la dedicación que desbordaba en sus trabajos.

Luego de un rato, por fin el timbre sonó y todos se levantaron de sus lugares para huir de aquel lugar. Era hora de ir a casa.
Con tranquilidad, la castaña metió todas sus cosas de regreso a la mochila y caminó hacia la salida, fue cuando pasó a lado de Juliana cuando alcanzó a echar un vistazo al cuaderno de dibujo de la morena y a eso que había estado dibujando todo el día.

Azul.
Todo era azul.

Valentina solo colgó bien su mochila en el hombro izquierdo y salió del salón de clases mientras se dirigía al área norte del instituto, específicamente al pasillo solitario del pasillo artístico, que como de costumbre, estaba vacío; casi nadie iba por ahí.

Se detuvo un momento justo enfrente de la puerta del salón de artes plásticas, preguntándose si aquello que estaba a punto de hacer estaba bien y si en serio era necesario hacerlo. Pero la curiosidad pudo más que ella y terminó cruzando la puerta.

La sala estaba vacía, y la castaña asumió que se debía a la hora, así que con total libertad decidió adentrase para buscar algún trabajo de Juliana.
Tardó algunos minutos buscando por el lugar, esto porque había tantos buenos trabajos buenos ahí, que le era imposible no detenerse a verlos por más de unos segundos.
Para su fortuna, luego de un rato y de manera sorpresiva, se encontró a si misma, dibujada en un lienzo sobre uno de los caballetes del lugar. Toda pintada de azul.
Quiso tocar la pintura, pero se vio obligada a detener su mano antes por tenemos a arruinarla.

— ¿Quien me pinto?...— murmuró para si misma.

En la pintura podía versele de pie, parada en medio de lo que parecía la cafetería de la escuela, con un montón de gente a su alrededor y con la mirada perdida en un punto indefinido. Ella era azul, azules de todas las gamas le decoraban y un azul casi negro se extendía por todo su pecho.
Sus ojos estaban de un azul tan claro como el agua de un río, azul como las gotas de lluvia que caían del cielo, azul como las lágrimas que se esparcían por sus mejillas todas las noches.

— El profesor dijo que pintaramos aquello que está triste — una voz tras suya la hizo sobresoltarse por la sorpresa — Y yo te pinte a ti.

Esa voz que siempre había deseado que se dirigiera a ella al fin lo estaba haciendo, era esa voz que solo había podido escuchar durante las participaciones en clases y ocasionalmente por los pasillos del instituto.
Valentina solo pudo girar lentamente, sientiendo un pequeño temor dominarla con solo imaginar que eso podría ser falso, pero no lo era; Juliana estaba ahí, mirándola como nunca nadie la había visto en su vida.

Ella realmente la estaba viendo.

— Pero yo...yo no estoy triste — hablo la castaña con la voz rasposa, a causa de la escasez de aire que le causaba la presencia de la morena; y en el intentó trato de dibujar una sonrisa en sus labios.

— Claro que lo estás — afirmó Juliana — Solo que nadie se da cuenta — dijo mirándola atentamente.

Eso solo dejó pensando a la castaña, en esos momentos ella tampoco quería estar ahí; por lo que comenzó arrastrar los pies hacia la puerta del lugar, pero sus pasos se vieron interrumpidos por una mano en su hombros.

— Puedes confiar en mí, Val.

Y ella lo hizo.

Le conto todos sus problemas e inseguridades.

Y Juliana la escuchó.

Se derrumbo.

Y Juliana la sostuvo.

Le quiso.

Y Juliana le correspondió.