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Tal como habían planeado, empezaron la tarea de concebir un hijo. Dos meses habían pasado desde aquella noche cuando, en una calurosa mañana de verano, leyeron los resultados de un test de embarazo. La pareja estaba nerviosa mientras esperaban los diez minutos que indicaba la hoja de instrucciones. Cuando el tiempo indicado paso, voltearon el pequeño dispositivo y vieron aquel esperado resultado. Dos líneas rojas. Elizabeth quedo estupefacta mientras que Dylan la alzo y daba vueltas con ella.

—Vamos a ser padres. Voy a ser papá. ¡Voy a ser papá!—. Gritaba el hombre eufórico. Escuchando esas palabras, ella reacciono dando un chillido de felicidad y abrazando a su esposo por el cuello.

—Te amo. ¡Te amo! ¡Los amo!—. Gritaba ella con emoción.

—Yo también te amo. ¡Los amo! —respondió su feliz esposo. Puso a su mujer en el suelo de nuevo y la guio hasta la cama donde la hizo acostar— tienes que descansar. Nada de emociones fuertes, ni de estrés, ni de oficio. Nada de eso, ahora me encargo yo. ¿Estás bien? ¿Tienes calor? ¿Frio? ¿Algún antojo?

—No seas tonto, yo estoy bien —respondió luego de soltar una carcajada— solo estoy un poco embarazada. Lo único que quiero es que te recuestes conmigo.

Él se recostó a su lado y acaricio el vientre plano de su mujer donde ahora crecía su hijo.

—Has traído felicidad a mi vida muchas veces pero esto lo supera todo. Gracias mi amor por darme la oportunidad de ser padre. Te amo—. Susurró Dylan mientras recostaba su cabeza en el pecho de su esposa. Elizabeth acarició las castañas ondas que caían por la frente de su esposo y respondió:

—Gracias a ti mi vida. Por todo. Soy muy feliz a tu lado y ahora con este bebé en camino mi felicidad se ha duplicado. Te amo demasiado.

Los meses pasaron y poco a poco el vientre de Elizabeth iba haciéndose más notable. Acababa de entrar en el cuarto mes de embarazo cuando una noche decidió irse a la cama más temprano de lo habitual. Durante los últimos días, había tenido un leve dolor lumbar y esporádicos calambres abdominales. Pensó que su cuerpo estaba resentido por el nuevo peso que debía soportar y prefirió no contarle nada a Dylan para no preocuparlo. Pero Dylan si se preocupó cuando horas más tarde entro a la habitación y vio cómo su esposa se retorcía en sueños por el dolor. Al quitar las sabanas para despertarla, noto una pequeña mancha de sangre.

Salió de allí para llamar una ambulancia y mientras que esperaba que llegara, regreso a la habitación para despertar a su esposa pero ella no estaba en la cama. La luz se escapaba por debajo de la puerta del baño y camino con prisa hasta allí. Al otro lado de la puerta escucho como su esposa vomitaba y entro en el pequeño cuarto de inmediato. La vio arrodillada junto al retrete, la mujer estaba pálida y gotas de sudor resbalaban por su frente y se fundían en sus mejillas con sus lágrimas.

—¿Por qué no me dijiste antes que te sentías mal?— le preguntó sin esperar una respuesta, solo quería llenar aquel silencio. La ayudo a levantarse y a limpiarse la boca, luego la llevo hasta la cama donde ambos tomaron asiento. El temor llenaba su cuerpo pero no quería demostrarlo frente a su esposa, quien en ese momento necesitaba apoyarse en el física y mentalmente.

—Tengo mucho miedo. No quiero perder a mi bebé—. Susurró Elizabeth cuando se percató de las sabanas manchadas de sangre.

—Tranquila amor, todo estará bien. No te alteres porque eso te puede hacer daño. No llores, no llores—. Susurró él mientras la sostenía entre sus brazos y acariciaba aquellos rizos negros que tanto amaba.

Tuvo que esperar dos horas por una respuesta mientras atendían a su esposa. La preocupación estaba perforando su estómago hasta que el medico lo llamo y corrió hacia donde se encontraba el anciano hombre.

—¿Cómo está mi esposa, doctor?

—Tomemos asiento primero—. Respondió aquel hombre, guiando a Dylan a la sala de espera. —Su esposa está bien, está fuera de peligro y en este momento se encuentra sedada.

—¿Y el bebé? ¿Cómo está el bebé?— pregunto Dylan con desesperación y temiendo lo peor.

—Lo siento mucho por su pérdida—. Dijo el anciano y puso una mano en el hombro del más joven como forma de consuelo. —No pudimos hacer nada, fue muy tarde. Cuando la paciente llego, entro en trabajo de parto. La condición de su esposa se conoce en medicina como Insuficiencia de Cuello Uterino. Los músculos de la zona son débiles y no soportan el peso del feto produciendo así un parto prematuro. Después del sexto mes, el bebé podría sobrevivir fuera del vientre pero en este caso él solo tenía cuatro meses.

—¿Él?

—Era un niño.

Dylan tomo una profunda respiración mientras procesaba la información que acababa de recibir y con esto se preparó para escuchar la respuesta a su próxima pregunta.

—Eso quiere decir que... ¿jamás podremos tener hijos?

—Oh no, claro que podrán tener hijos. Pero en los futuros embarazos deben ser más cuidadosos y tener acompañamiento de un ginecólogo quien le recetara a ella unos medicamentos preventivos antes y durante la gestación. También deberá realizarse más ecografías pero de resto el embarazo se puede desarrollar de forma normal y llegar a término.

Mientras escuchaba al doctor, el aire poco a poco regresaba a sus pulmones. No todo estaba perdido y aún existía la posibilidad de que su anhelo se hiciera realidad.

—¿Puedo entrar a verla?

—Por el momento es mejor que ella descanse. Luego del parto, entro en una crisis nerviosa y tuvimos que sedarla. Ya le avisare cuando se esté despertando.

—Muy bien, gracias doctor. Cuando el medico se marchó, Dylan se sumió en su tristeza y lloro amargamente hasta que sus ojos se secaron. Dos horas más tarde, una enfermera se acercó a avisarle que ya podía entrar. La amable mujer lo guio hasta la habitación donde descansaba su esposa.

Un pequeño tubo de plástico llevaba suero hasta su torrente sanguíneo y un monitor mostraba los latidos de su corazón. En ese momento Dylan deseo tener una varita mágica que cambiara las cosas, al ver la fragilidad de Elizabeth, él deseó poder evitar su dolor.

—Hola—. Susurró ella aun con los ojos cerrados.

—Hola amor. ¿Cómo te sientes?

—Vacía.

Dylan se acercó hasta la camilla y tomo la mano de su amada dándole un leve apretón.

»Cuando entre aquí y ellos me revisaron, sentí como él quería salir y me obligaron a pujar. Después sentí que él ya no estaba conectado a mí y entre en crisis, luego me sedaron. Alcance a escuchar algo de una insuficiencia... perdoname por no poder darte hijos.

—No amor, no te preocupes. El doctor me explico que si es posible, solo debemos tomar unos cuidados extras pero si podremos tener hijos.

—¿Y correr el riesgo de pasar por esto otra vez? No gracias, yo paso—. Declaro Elizabeth al tiempo que se giraba en la camilla dándole la espalda a Dylan. Y ese era el mayor temor del hombre, la reacción de ella. Se estaba dando por vencida y estaba construyendo un muro a su alrededor dejándolo a él por fuera.

—Cariño no seas así. No me dejes por fuera, ambos estamos sufriendo la misma pérdida y juntos podemos salir adelante. Recuerda que prometimos permanecer juntos en la adversidad y te aseguro que recuperaremos la ilusión y la esperanza. Solo, no me hagas a un lado. En este momento nos necesitamos. Yo te necesito.

La pareja asistió a algunas terapias psicológicas y unos meses después de su segundo aniversario, ella empezó a tomar los medicamentos preventivos que les habían mencionado.

Tu eres mi destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora