harán tres meses de la última vez que brian pisó un hospital.
le ha dado tiempo a su cuerpo. tiempo para sanar, recuperarse. su muñeca dos veces rota superó el esguince. el regusto amargo de la sangre desapareció también, hará unos días.
muñeca lista y moral alta. se siente preparado. no se molesta en despertarles mientras toma su arma, su bolso (nuevo, porque toby le incendió el último), su daga. sabe usarla, se dice, pero no quiere hacerlo.
garabatéa una nota medianamente legible antes de dejar el apartamento en el que conviven hace semanas, rumbo a baltimore.
de washington a maryland hay días de distancia en coche, pero no desea arriesgarse a tomar un servicio público con un rifle encima, así que se encarama al volante y conduce lo más rápido que puede sin llamar la atención.
sin embargo, la situación le divierte. realmente, y cuando digo realmente es realmente, le gustan los estados unidos. no es lo mismo en méxico, no son las mismas reglas, ni las mismas armas (humanas) ni las mismas sonrisas de payaso de domingo. no allí, en el seno del capitalismo.
brian siempre bromeaba con helen al respecto, con todo el acento ruso que podía manejar entre risas. muy liberal el niño, decía, hasta que entraba a matar (el tiempo) al seven-eleven de la esquina y se descojonaba.
a brian es que le agrada la idea de libertad que le provee el anonimato. la sensación de su camioneta en la carretera y la ventanilla baja. la idea de un contrato precario con la vida misma (elimino al ganado a cambio de unos pocos años más, por favor y muchas gracias).
sin embargo, no hay paz en la vida de brian. no hay paz porque hubo un día en que un niño de once años elevó la mirada al cielo y le preguntó a un dios en el que nunca creyó si su madre mejoraría. le preguntó si su padre volvería para ayudarles pero el cielo sólo se oscureció bajo su atenta mirada y de pronto el aire olía a pólvora de pistola vieja y a polvo de alacena.
huyó a la mañana siguiente, con su madre a cuestas y un cuerpo en el maletero. cruzando la frontera, no miró atrás.
jamás lo hizo.
las manos que sostienen el volante de pronto le duelen y arremete contra la radio encendida.
no extrañas lo que desconoces, se dice.
cambia de estación sin muchas ganas mientras maldice en voz baja, baja, bajísima, paseándose entre diversas frecuencias hasta que escucha el primer yeehaw que le indica que está más cerca de lo que pensaba y la apaga.
el silencio le acompaña durante el resto del camino.
.
antes de darse cuenta, brian ya ha consumido su sexta taza de café en la noche y siente que podría destrozarle el rostro a alguien. preferiblemente a sí mismo, pero tim no está allí para recriminarle.
es su segundo día y está contento, de alguna manera. tim le ha llamado más temprano para chequear y ver si estaba en una pieza. sigo aquí, listillo, habría dicho. sigo aquí, al volante. pero no lo hizo. dijo absolutamente nada y solo ladró una carcajada para deleite de los dos sujetos tras la línea.
porque toby estaba allí, sí, sí. toby siempre está allí cuando tim llama al mexicano. lo oculta con un gruñido si alguien le pregunta pero la verdad es que le va bien el grupito y se preocupa por brian. de vez en cuándo, al menos.
pero esa noche es diferente porque a brian el sonido le sorprende y mira el móvil a su lado sin comprender qué coño pasa. no le hace falta mirarlo, en sí. sabe quién es. la voz de hozier sacude algo dentro de sí y de pronto brian se pregunta el porqué.
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clarividente • proxys 🍃
Romanceel fuego que quema y mis manos que no te alcanzan ▪ minúsculas a propósito