INTRODUCCIÓN

231 3 0
                                    

Menos el cielo

El viento sopla sin piedad sobre la cima del monte.
El rostro arrugado del hombre parece más demacrado de lo normal, está cansado, extenuado.
Sin embargo, su problema no se debe a la falta de sueño, lo último que quisiera hacer ahora es dormir.
Tiene el cansancio que producen la crisis, que golpea su alma con más impetuosidad que este viento irrespetuoso que se cuela entre sus cabellos color nieve.
Su figura se recorta encorvada sobre el horizonte, apenas apoyada, casi suspendida sobre su bastón arqueado. Lleva una eternidad en silencio, contemplando la nada. Bueno,  tal vez lleve ahí solo unos quince minutos, pero para él,  significan una dolorosa eternidad.
El hombre está inmerso en una de esas crisis infinitas que carecen de sentido. Conoce ese desierto como la palma de su mano; pero nunca como esta mañana le ha parecido tan amargo, tan inerte. Tan mortalmente desolador.

A lo lejos, un águila reposa con recelo, haciendo movimientos nerviosos con su cabeza. Es casi un detalle inmerso en el faraónico desierto. El hombre  apenas pestañea, siente envidia del ave. Sueña, como lo haría muchos años después un conocido rey, y coquetea con la idea de tener alas y escapar lejos, donde no haya crisis, o por lo menos, donde no importen tanto.
Pero aun así, el anciano de ojos fatigados  no siente que la peor de las soledades provenga del desierto. Al fin y al cabo la arena, que se empecina en colarse en su alma, en esta última semana que ha llegado a formar parte de él mismo. Al principio es molesta, pero luego, torrida, logra amalgamarse en sus pulmones. El patriarca ya no respira en paz. Un profundo dolor lo invade por completo, y él lo toma como parte de las reglas de este juego del que hubiese querido no formar parte.

Al páramo desolador no es a lo que teme. Al fin de cuentas, él es un hombre de desiertos.

El hombre teme por el cielo.

Como un inmenso telón gris, el infinito se desnuda ante él como una gran cortina de bronce, inexpugnable, impersonal.

Aprieta su viejo bastón con sus flacos dedos, mientras observa como un cielo grisáceo coloca un marco de soledad que hiere las profundidades de su alma.
-el cielo no debería estar así- masculla.
Pero el cielo no lo oye. Y en complicidad con el viento Solano, castiga el rostro del viejo hombre, crispando sus pocos cabellos y lo que  aún le queda de su corazón.

¿cuánto tiempo más llevará parado ahí?  Eso es lo que menos importa, por lo menos ahora. Sabe que su reloj acaba de detenerse. Que de seguir girando el mundo, de seguro lo hará sin él.  Es que en las crisis no se hace uso del módulo  del tiempo.

Estimados fotógrafos, sean respetuoso y guarden sus cámaras; este no es un buen momento para tomar una postal. Si el patriarca logra salir de esta situacion, seguramente querrá borrar estos minutos de su álbum  personal.

Un hombre no recuerda con placer esta  estación de la vida, aunque hayan pasado muchos años o solo se trate de una foto amarillenta o color sepia.

¿sacarías una fotografía del ataúd de tu hijo? Por supuesto que no. Seguramente, si el destino te golpea inmerecidamente y el infortunio llega a los tuyos de esta forma, querrás recordar a ese ser amado con vida. Por esta misma razón insisto, no saques fotografías  de este sitio.
Permite que elabore su duelo en paz en la cima del monte. Tal vez no logre hacerlo del todo bien, pero por lo menos, un hombre siempre debe intentarlo.
No quiero arriesgar una teoria,  y mucho menos pretendo hacer un juicio de valores cuando no estoy en sus zapatos  pero si no conciera la talla  de este hombre,  definitivamente, pensaría que esta es una carga que no puede llevar. Es, digamos, demasiado pesada para un solo mortal.
En pocos minutos, este anciano estará obligado a cometer un asesinato. No me mires así, no hay una manera más religiosa de decirlo para lograr que suene más espiritual. 
Si quieres, podemos disfrazarlo de reverencia y decir que solo hará un sacrificio. Seguramente nos hará sentir mejor y le dará cierto marco épico a la historia.
Pero se nos escapa el detalle de que este hombre no es simplemente un sacerdote. Es mucho más que un adorador a punto de presentar un holocausto.

Es un padre

Arquea las cejas y frunce el ceño. Tan sabio y tan viejo. Con tantos planes y tan cansado. Tantas cosas por hacer y eata crisis que llega para arruinarlo todo, que se ha empecinado en corroer el presente e hipotecar el futuro. ¿querías oír una historia que sonara injusta?  Aquí tienes una. Este hombre merecía envejecer en paz, vivir sus mejores años altos sin sobresaltos.

Pero su historia no comenzó en este monte. Esto es apenas un posible y trágico  final.  Quizás pueda existir una coartada, una salida alternativa oarabeste callejón de frustración y soledad. Estoy seguro de ello. El epílogo del patriarca no puede esculpirse en la roca del solitario monte Moriah. Se supone que para cada crisis, haya una solución.
Pero eso no es lo que más inquieta al anciano.
El viento se está tornando cada vez más poco piadoso, y se filtra entre las rocas y sus pensamientos. El único testigo silencioso es el águila, que observa sigilosamente desde una peña, con movimientos nerviosos y casi imperceptibles.
Lo único inalterable es el horizonte.
-el cielo no deberia estar así-  insiste entre dientes.
Tiene razón, en cualquier crisis de la vida, todo puede cambiar y llenarse de estabilidad. Menos el cielo.
El cielo no debería ser de bronce.
No hay razones para que permanezca impolutamente gris.

De igual modo, Abraham sabe que el epílogo de su crisis tiene hora, fecha y lugar. Lo cual no es poco.

LAS ARENAS DEL ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora