El directorio del Reino
«...Y le dijo: Abraham.
Y el respondió: Heme aquí»
(Génesis 22:1).
H
ubiese querido aprender un poco más de él pero creo que lo conocí demasiado tarde. De igual modo, bastó para que me marcara por el resto de mi vida.
Aún me cuesta creer la manera en que nos conocimos. Un buen día, me conecté por primera vez a la Internet. Supongo, al igual que todos los que provenimos de la misma generación, que por mera necesidad más que por placer. Tenía que escribir mi primer libro, así que, junto al combo de la computadora, ingresé al fascinante mundo virtual.
Fue entonces que alguien me escribió por primera vez a mi flamante dirección de correo electrónico.
—Bienvenido a la red —decía— cuando escribas una dirección, trata de no equivocarte. Una sola letra mal escrita u omitida hará que el correo no llegue a su destino.
No se trataba de un genio de la computación dándole consejos a un cavernícola informático. Era nada menos que el reverendo Omar Cabrera.
Un hombre que ha fundado cientos de iglesias en Argentina y otras partes del mundo, que ha revolucionado a los medios de comunicación, que realizó las cruzadas más grandes en plena época militar en nuestro país, y sobre todo, un pionero que siempre peleó con la religión organizada desde la trinchera de la sana controversia.
Lo conocía desde pequeño, es decir, lo admiraba de lejos. Leía sus libros, oía sus cintas y alguna vez soñé con estrecharle la mano.
Ahora, el mismo Omar Cabrera me daba la bienvenida a la red.
Seguimos intercambiando correos durante las siguientes semanas (tal vez lo hacía con mucha otra gente, pero de todas formas me sentía feliz de formar parte de su lista de contactos), intercambiábamos anécdotas, y un buen día me invito a almorzar.
Recuerdo que me hizo dos regalos, aunque el segundo opacó al primero. Me obsequió un valiosísimo reloj, y también su amistad. Esto último me halagó profundamente. Después de aquella vez, nos encontramos para almorzar en varias ocasiones. Y como quien quisiera volcar un enorme recipiente de sabiduría, se dedicaba a hablarme de algunos secretos del reino.
De haber tenido un poco más de confianza, hubiese grabado nuestras conversaciones, literalmente. De igual modo, hay perlas que jamás se olvidan.
El reverendo Cabrera, entre muchas otras cosas, me enseñó a disfrutar de la «naturalidad» de Dios.
—El secreto del ministerio —decía— es ser natural en el ámbito sobrenatural, y sobrenatural en el ámbito natural.
¿Parece un juego de palabras?
Tal vez debas regresar un par de líneas y volverlo a leer.
Al principio no parece tener mucho sentido, pero si logras desglosar la frase, habrás entendido la regla general de la verdadera comunión con Dios.
Omar fue uno de los pocos hombres que conocí que podía reír con Dios. Charlar con él como un amigo. O simplemente oírlo hablar, como quien mantiene una conversación telefónica.
Cuando querías sorprenderlo con algo, sencillamente solía sonreír y decir:
Dios ya me lo había dicho esta mañana.
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LAS ARENAS DEL ALMA
SpiritualCuando estés pasando por el desierto de tu vida, recuerda que Dios tiene el control y un propósito. Aprende del padre de la fe, a como sobrellevar esta situación en está lectura interpretado por Dante; que te lleva a ver la historia desde otra persp...