CAPITULO TRES

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Amigos de carne quemada

«... que probó Dios a Abraham...»

(Génesis 22:1).


Creo haber descubierto la razón por la cual tengo tan pocos amigos verdaderos. Quizás sea porque he idealizado demasiado el concepto de la amistad.

Hace algunos años atrás, mi esposa amaneció corriendo por toda la casa mientras intentaba poner orden en la sala principal, preparaba el almuerzo, barría el piso de la cocina y le preparaba un sándwich a nuestro único niño por aquel entonces. siempre he admirado como las mujeres pueden hacer decenas de cosas ala vez. en mi caso, si me dispongo a colgar un cuadro, se supone que la tierra dejar de girar hasta que lo haya pegado a la pared. no me importa si hay un accidente a mi costado,  si se incendia el edificio o si acaba de explotar el horno microondas. definitivamente los hombres no podemos masticar chicle y caminar a la vez.  

pero lo sorprendente de esa mañana era que Liliana, mi amada mujer, estaba demasiado atareada para mi gusto, y para el de ella también.

—Hoy viene a almorzar mi amiga— dijo, tratando de darme una explicación — y lo peor es que no la esperaba, justo ahora me acaba de llamar y me dijo que vendría.

obviamente, no era un buen día para recibir visitas. ningún mortal en su sano juicio invita a almorzar a alguien un lunes al mediodía.

— ¿Por qué no la llamas y le dices que no venga? o ¿quizás que venga otro día? — pregunté en un  tono amigable.

Liliana se detuvo un instante y ahora si sentí que los planetas dejaban de girar.

—no puedo decirle eso, se ofendería. —dijo, y continuo con sus múltiples tareas tratando de ingresar al libro  Guinness por alistar una desordenada casa en cuestión de minutos, y luego de un ajetreado fin de semana.

sé cuando un hombre debe callarse. A lo largo de nuestro feliz matrimonio he podido discernir cuando un esposo debe ausentarse de la escena, desaparecer del lugar del crimen sin dejar ningún rastro. Pero aun así, decidí arriesgarme.

—si no puedes llamarla y decirle que no venga, tal vez no se trate de una verdadera amiga. —dije.

—Sería descortés replicó.

—Tal vez, pero aun así seguiría siendo tu amiga.

¿Y qué me dices si se ofende o lo toma a mal?

—Entonces te habrás librado de una persona que en realidad nunca fue tu amiga.

nos quedamos los dos en silencio. Confieso que mi filosofía acerca de la amistad suena un tanto egoísta, pero Dios sabe que es exactamente lo que siempre he pensado respecto al tema.

si tienes que fingir o dibujar una sonrisa cuando tienes ganas de llorar, no se trata de una verdadera amistad.

si no puedes decirle que no venga a casa porque sencillamente tienes ganas de dormir, mirar televisión en soledad, o darte un baño de inmersión sin intrusos alrededor, no es un verdadero amigo.

es por esa razón que me molesta la sola idea de llamar a un  montón de gente casi desconocida y desearle un «feliz  día del amigo»  para que no se ofendan por haberlos olvidado ese día. me parece que no tiene sentido.

LAS ARENAS DEL ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora