"...continúo vagando, mi brújula cayó al mar. Puedo ver un enorme sol brillar sobre mi, pero aún así no logro erradicar este invierno en mi interior.
Mi reloj se detuvo, pero el tiempo corrió como nunca, dejando atrás mi fuerza.
Las gotas opacan los gritos, el viento se roba los suspiros, pero ¿quién se lleva el dolor?
Veo líneas definiendo los horizontes que he trazado, limitando acciones que no he realizado.
Mi libertad se ha estancado.
Los techos y paredes han cobrado sentido, dándole un nuevo significado a la desesperación. Quién diría que la importancia nace cuando puedes huir, obligándote a quedarte.
Creciendo y quebrándote como un montón de uñas postizas, pretendiendo que tienes arreglo o algo semejante, siempre tan patético.
Mi tren acaba de partir, dejándome atrás con un par de kilos de remordimiento y tres centavos de penas.
Mis maletas sobrepasaron el peso de las palabras y mi ropa no alcanzaba a cubrir las expectativas.
Me prohibieron viajar junto a la ventana, todo por dibujar círculos, dijeron que eran demasiado peligrosos por el vicio inevitable que generaban.
El destino en mi boleto decía superación, pero después de un tiempo supe que irremediablemente el maquinista había tomado un camino equivocado.
La noche está cayendo, junto a sueños y esperanzas. La cena te llena el estómago de mentiras y no puedes evitar sentir náuseas por no poder callar.
Un trago de lindura no puede hacer que olvides el amargo sabor de una vida, tan impregnado en ti que no puedes respirar otra cosa que tu aroma.
Pero a pesar de eso intentas mirar hacia fuera, enfocando el oscuro panorama por el que viajas; las estrellas brillan como si nunca lo hubiesen hecho.
Los temores consiguen opacarlas durante noches enteras, haciéndote temblar por el simple pensamiento de que no volverás a verlas.
Pero aún así no desaparecen.
Continúan sonriendo para ti, planeando guiarte incluso en tus noches más lúgubres, con pequeñas sonrisas y palabras de aliento, que te motivan a seguir incluso si tu persona no puede más..."