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Esta noche, hace frío. Es invierno, y nadie se atreve a salir.

Walter sí.

Él se pasea y se siente bien. La luz de la luna es justo la que necesita para ver su camino y no tropezarse. Ni demasiado, ni muy poco. Y el silencio, vagando por las calles vacías, también parece querer arropar a Walter.

Abre su mochila y enciende un cigarro, pero no se lo lleva a la boca. Simplemente le gusta su olor, tal cual.

Sin retoques, sin filtos, todo tal y como es.

Pero esta noche, nada sucede como de costumbre.

Cuando enciende el cigarro, una chica aparece corriendo y nada más ver a Walter, deja de hacerlo y se sienta a su lado.

Agarra el cigarrillo y le da una calada.

Walter la mira confuso cuando ésta le devuelve el cigarro, y luego, por primera vez en toda su vida, esta noche, da su primera calada.

—¿Cómo te llamas? —pregunta la chica después de un rato.

Ambos están sentados en la acera, muy cerca el uno del otro, pero miran al frente, a la carretera, tortuosa, estrecha y peligrosa, por donde no pasa ni un solo coche.

—Walter.

Ella espera a que él le pregunte su nombre, pero cuando no lo hace, ella murmura:

—Yo soy Rachel.

Ante su explicación, Walter asiente, y le ofrece una vez más el cigarro (al que él ya ha dado varias caladas).

Rachel lo coge.

nyctophilia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora