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Cuatro minutos de retraso. Normalmente, Walter ya estaría en su casa, poniéndose el pijama y observando el amanecer antes de correr la cortina e ir a la cama.

Pero quiere alargar este momento todo lo que sea posible.

—Debería irme —murmura él.

—Sí, yo también.

Deberíamos —susurran los dos juntos.

Después de uno de esos silencios que solo ellos dos pueden soportar y amar, Walter se arma de valor, del que le ha contagiado su acompañante en siete horas, como cuando le ha cogido el cigarro de las manos y se lo ha llevado a la boca en un momento que parece tan lejano...

—¿Cómo son los días? Hace mucho que no vivo uno.

—Las noches tienen su encanto —responde Rachel tras un segundo de meditación.

—¿Pero?

Ella sonríe.

—Pero aun así estoy dispuesta a enseñarte cómo es un día... de día. Porque es lo mejor, a pesar de que todo lo malo suceda de día.

Entonces ella se levanta y como vino, se va.

—¿Cuándo? —grita él a lo lejos, muy a lo lejos, cuando ella solo es una mancha borrosa pequeña cual hormiga.

Ella se gira y aunque no lo ve, sabe que sonríe y responde, en un grito que por la distancia suena como un susurro:

—Pronto.

nyctophilia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora