—El murciélago, la mariposa y el dragón. Los tres hijos de la diosa. Conoces su historia, no, ¿viejo amigo?
Lou dijo eso como si no le diera importancia, pero sus ojos continuaron dirigiéndose hacia Delien en busca de respuestas.
—¿Por qué lo preguntas? —respondió Delien, cambiando el idioma que usaba al de los humanos de la zona sur, pues era el menos conocido, sobretodo en la sociedades del continente mágico.
—Es raro que preguntes sobre magia arcaica. Y más raro aun que aunque te lleve a la tumba de uno de los hijos de Siel, no hayas mostrado demasiada sorpresa —comentó Lou en el mismo idioma.
Delien suspiro, pero no le contesto. En vez de eso su mirada se dirigió hacia la torrecilla más alta del castillo de Emnil, donde vivía la familia real elfica.
—Sha'nar tiene historia por ser la única ciudad elfica que quedo de pie tras la guerra contra los hijos del murciélago —dijo Lou, mirando también el castillo—. Entiendo porque no quieras hablar e esto en este lugar, pero quiero saber. ¿Los demonios regresaran?
—Los demonios jamás se fueron, simplemente escaparon del control de quien los hicieron unos asesinos .¿Crees que los elfos prestarían ayuda a los humanos en caso de que realmente fueran atacados por los demonios?
—No —la respuesta de Lou fue cortante, pero Delien no se la reprocho.
Él sabía porque. Aparte del viaje de más de dos años que tendría que realizar el ejército elfo, también estaban sus políticas de no intervención a menos que afectaran a su pueblo. Esto no se debía a que fueran seres apáticos, sino a su religión.
En casi toda Theria se crei en los cinco dioses, que, encerrados o muertos, aun conservaban personas que les servían devotamente y templos en su honor.
Pero el pueblo elfo no creía en ellos. Al menos, no como seres omnipotentes. En su lugar sus templos estaban alzados en honor del padre mayor, quien se decía dormía en el centro del universo: el destino.
Si el destino dictaba que los humanos cayeran ante los demonios, los elfos no harían nada para impedirlo. Esa era también la razón de que ninguno de los que reencarnaron antes de Delien fueran de la raza elfica, ya que, según sus creencias, si la eras de la magia acababa, era el destino y por tanto, ellos no harían nada para impedirlo.
—Gracias por la información, a pesar de que va en contra de tus creencias.
Como si esa frase diera por terminada la conversación, Lou y Delien se levantaron y se dirigieron a la salida. Pero justo antes de separarse, Lou continúo con la conversación.
—No te preocupes, después de todo, no todos los elfos somos tan estúpidos como para dejar todo a manos del destino. Algunos incluso preferimos el caos.
Tras decir eso el elfo comenzó a caminar en dirección del castillo, pues tenía trabajo que hacer ahí.
Delien sonrió al verlo alejarse, si algún elfo conservador hubiese escuchado eso en su idioma, su amigo seria horcado de inmediato, pero Lou siempre había sido así. Y por eso es que eran amigos.
—¡Por cierto, al menos despídete de la pequeña esta vez! ¡O al menos dile la verdad!
Justo cuando el señor de la tormenta dio un paso en dirección a donde se alojaba, escucho el grito de Lou, pero al mirar al lugar donde provino ya no pudo encontrar la figura de su viejo amigo.
*
—¿Te vas? —preguntó Zalia, sin levantar la mirada del libro que había estado leyendo, mientas fumaba una pipa que emitía un humo azul.
La noche había llegado, y con ella la hora de partir del señor de la tormenta. Había esperado a que Kein y Marie durmieran para prepararse, ya que sabía que querrían acompañarlo. O peor, intentarían, y quizá lograrían, que se quedara un poco más. Pero el tiempo estaba en su contra, la última llave seria descubierta pronto por los esbirros del murciélago y la caja de pandora seria abierta y tras eso concentrarían todos sus esfuerzos en ir tras Kein, con lo cual solo sería cuestión de tiempo para que lo hallaran. Y por el momento el niño de cabello violeta no tenía como defenderse, pues si usaba su magia antes de que se estabilizara podría llegar a morir.
—Sí. Por cierto, te he dicho que no gusta que fumes esa cosa.
—Perdiste el derecho de quejarte de lo que meto a mi cuerpo hace mucho tiempo —le respondió Zalia con seriedad, pero dejo la pipa en la mesilla que estaba aún lado suyo y dirigió la mirada a su hermano—, Y entonces, ¿los dejaras solos?
—Debo, he encontrado algo que nos ayudara a sanar a Kein, pero el lugar es peligroso y llevarlos solo me retrasaría.
—¿Yo te retrasaría?
—No, pero alguien debe cuidarlos. Esa tarea te la confió a ti.
Aunque sonaban como palabras que alguien podría decirle a una persona menor para reconfortarla con una falsa confianza, Delien lo decía en serio. Desde los catorce, Zalia había aprendido a cuidarse sola, si alguien podría encargarse de protegerlos, era ella.
—¿Piensas que yo sola puedo encargarme de ellos?
—Sí, lo creo —respondió Delien con seriedad—. Pero también sé que enviaste una carta hace 'poco a unos amigos. Por cierto, debo golpear a ese tal Leyi al menos una vez.
—Que ni se te ocurra —dijo Zalia. Su expresión no cambio, pero Delien la conocía tan bien que sabía que estaba reprimiendo una sonrisa—. Te golpearía.
—¿Él?
—No, yo.
Delien sonrió, pero como su hermana regreso su vista al libro, pensó que la conversación había terminado, así que tomo sus cosas y salió a la calle. Pero entonces recordó lo que le había dicho su amigo y se dio la vuelta para encarar a Zalia y explicarle por qué se había ido.
—Zalia, con respecto a el hecho de que...
—Olvídalo —lo cortó. Dejo el libro a un lado y se levantó para acercarse a Delien. Con una seña de su mano le indico que comenzara a caminar, mientras que ella iba a su lado—, conozco tú historia. Sé que no me ves como tu familia y nunca lo hiciste.
Un malentendido, ocasionado por un abandono. Pero era lago comprensible que pensara así, ya que él la había abandonado en un momento de necesidad.
—Tuve padres, incluso una novia. Y amigos. Pero jamás un hermano o hermana —se sinceró el señor de la tormenta—. Zalia, en lo que a mí respecta, en este momento tú eres mi única familia y espero que algún día me perdones.
—Yo también espero poder perdonarte algún día.
Ya habían llegado al final de la calle y las puertas se veían un poco más allá. Era momento de separarse.
—¿Recuerdas lo que dije que me gustaría ver más que nada en el mundo? —preguntó de pronto Zalia.
Delien asintió.
—Cuando regreses y todo esto acabe, iremos allá. Y llevaremos a Leyi, Ci, Kein y Marie. Y a Veli. Oh, también Nierya, ella se sentiría a gusto allá.
Delien sonrió. Más que nada porque sabía que Veli odiaba el frio, además de que, de todas las personas que Zalia menciono, él solamente había hablado con la mitad, la otra seguramente ignoraba su existencia.
—Es un trato. Despídeme de ellos, diles que pronto los volveré a ver. Y si estas en problemas, ve a ver a un elfo pálido en una casa vieja, la más vieja, en el centro de la ciudad. La reconocerás enseguida. Él podrá ayudarlos. Pero no le preguntes como lo conocí, es vergonzoso.
—Adiós. Al menos esta vez te despides.
—Más bien es un hasta pronto. Lo prometo
Tras esa breve despedida, Delien se elevó en forma de relámpago y abandono la ciudad.
YOU ARE READING
Theria Volumen 0.1: El hombre que no quería ser un héroe (pausada)
MaceraHan pasado dos años desde que Kein, Marie y Zalia huyeron junto con Veli de los asesinos enviados para obtener las llaves de la caja de pandora y llevarse al niño de cabello violeta. Ahora los tres jóvenes se encuentran escondidos en la ciudad elfic...