En la quinta estacion

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En pocas oportunidades me he detenido a observar como las personas me observan, o como nunca lo hacen. El metro casi siempre estaba demasiado lleno o tal vez-con un poco de suerte- muy vació.

Entonces como por arte de magia, me detuve un segundo a observar como se movían, sentaban, dormían o hasta comían las personas a mi alrededor; siempre casi de forma robótica, por esto mismo me provocaba una inmensa gracia descubrir que dentro de un vagón de metal de aproximadamente 500 metros que contenia-muy a mi pesar-un puñado de personas con rostros casi inmaculados que se movían mecánicamente como si su vida fuera manejada por un titiritero en lo mas alto del cielo, allí,  en medio, de posiblemente lo mas cotidiano de esta ciudad, estaba yo; quien como casi todo el mundo decidía muy sabiamente ignorar al mundo con un par de audífonos que me había negado a dejar a pesar de mi precario estado de salud.

No les voy a mentir, hice todo este proceso; porque como todos los seres humanos, cuando están en una recta final de tiempo siempre nos detenemos a regalarle mas atención a los pequeños detalles de la existencia, que hemos ignorado toda nuestra vida con la pobre y ya muy sonada excusa que no tenemos el tiempo suficiente para dedicárselo.

Mi cuerpo menudo y con muy poco de extraordinario, debajo de mi uniforme de facultad que no me favorecía pero que no lo hacia por mi propia desicion; se estaba (literalmente) asfixiando por la cantidad de tumores existentes en el. Si, es verdad, tengo una enfermedad que me cala hasta la medula y lo digo muy literal ya que mi cáncer se extiende desde mi cuello, recorre toda mi medula, mi columna vertebral y baja hasta mis caderas.

Como si la vida ya no fuera muy difícil de vivir, con todos los retos e hipocrecias que nos hace cumplir en lo que hoy en día se llama por necesidad "el mundo", ami me toco vivirla dentro de un cuerpo que se niega a cooperar con la noble misión de estar saludable. Por esto no tengo ni uno, ni 2 problemas; tengo 3 problemas a los que no les presto atención e ignoro por mi propia salud mental.

La leucemia que no le basto con haber cobrado mas de 256.000 vidas quizo agregar una mas a su lista. Esta enfermedad es tal vez el tipo de cáncer mas común en el campo de la medicina, pero de cada 10 niños solo hay una posibilidad mínima que solo 1 niño tenga esta enfermedad; pues adivinen quien es ese afortunado individuo, si, BINGO, la señorita Lauren Matwell salio vencedora en la triste realidad de tener la espalda llena de tumores.

Con 16 años he visitado tal vez casi todos los hospitales del occidente de los Estados Unidos, no por decisión propia, ya que; ¡Por favor! ¿a que adolescente con una vida social mínimamente reducida le encanta estar de hospitales en hospitales? ninguno, ni en mil años. Pero mis padres poco consideraban mi opinión aunque la hice muy notable durante todos los trayectos en bus-y con un poco de suerte en avión-manteniendo mi actitud común de adolescente rebelde, refunfuñando todo el tiempo y echando maldiciones al cielo (por no decir directamente que eran más para mis progenitores).

El metro de Washigton me hizo un recorrido desde el centro, hasta la ultima parada del metro. Por esto mismo vi como se iba desocupando el vagón mientras mas me alejaba del centro.

El motivo de mi muy pensado viaje en metro  es el hecho de que mi progenitora Claridence Matwell  quiere terminar de matarme con una quimioterapia tan larga como su nombre mismo; paso que terminamos discutiendo, mientras mi padre, con todo el dolor que implica pegarle a tu hijo con cáncer, me propinara una bofetada por el simple hecho de haberle respondido a mi mama (cosa que hago cuando se me acaban los nervios), y se lo agradezco, porque de lo contrario hubiéramos tenido mas que palabras con mi madre.

Sentí el frió calándome, ya mis desgastados huesos que pobremente llegaban a la definición de hueso. En un cartel grande por encima de mi cabeza, había un cartel lleno de graffitis y mas garabatos en el cual aun se podía visualizar QUINTA ESTACIÓN. 

La voz de Chris Martin de Coldplay siempre me había calmado, por eso en todo este trayecto escuche parte de un álbum (del cual ya no recuerdo el nombre) y los ignore por completo ya que mis oídos también quieren ignorar a básicamente el resto del recorrido del metro. Por alguna extraña razón me quite mis audífonos tal vez esperando no escuchar ningún ruido ya que era la única en esta estación; lo deseaba con mi vida, pero como todo lo que yo deseo, no se hizo realidad.

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Recordé cuando a los 7 años, mi madre decidió sacarme por fin de casa y darme lo que ella definía un paseo: bajar a la terrorífica estación del metro, lleno de gente y mucha suciedad para así cojer un vagón que nos llevara hasta la Catedral de San Mateo Apostol, en la cual me arrodillaría y le resaria a un  ser omnipotente y omnipresente el cual yo nisiquiera sabia quien era y poco me importaba saberlo. 

Fue en ese-con mis palabras- deprimente paseo termino como una gran revolución para mi, ya que al volver a la estación del metro en el centro de la ciudad, vi algo muy curioso que me produjo una muy linda experiencia: en un rincón de la estación, en el sucio piso de esa maldita estación; un hombre delgado, de tez blanca y un poco pálido sostenía en sus brazos un hermoso Violoncelo que se denotaba gastado y viejo. 

No me fije demasiado en la estructura física tanto del hombre como del instrumento; fue el sonido que me hechizo y adormilo como lo hace una anestesia letal para aquellos pedófilos que merecen la pena de muerte en las cárceles mas recónditas de el Estado de Washigton. Fue una magia que me transporto inmediatamente a lo mas alto de una rueda mecánica en una feria estatal, me imagine en lo mas alto, con ese melodioso sonido de fondo haciéndome compañía y como con una majestuosidad increíble, me abalanzaba y dejaba llevarme por el viento y las ganas de volar, como un pichón saliendo debajo del ala de su madre.

El viento azotando mi cabello, mi vestido amarillo arremolinándose al rededor de mis piernas y pies descalzos, mis brazos extendidos de par en par disfrutando de la suave caricia del descenso, mis ojos cerrados disfrutando de cada pequeña sensación que recorría mi cuerpo, cada olor que percibía mi nariz. Ese violoncelo me acompañaba en una caída mortal hacia lo mas profundo de mis sentimientos, con una gracia y pereza de lo mas agradable para el cuerpo.

De repente fui teletransportada nuevamente hacia el presente y en esa hora por la voz afanada de mi madre y su insistente mano jalando mi brazo, en cuento abrí los ojos me di cuenta de la cruda realidad, en donde estaba y el estresante sonido del bullicio de la cuidad. De inmediato volví mi cara hacia el sujeto delgado con ese hermoso Violoncelo, corrí; corrí con todas mis fuerzas mientras mi mama me gritaba horrorizada por mi arrebato. Me detuve frente aquel sujeto y lo observe atentamente, había dejado de tocar y estaba guardando su instrumento pues tal fue mi sueño que al parecer se hacia tarde. Con mi voz mas tranquila le dije:

--Toca usted muy hermoso--mencione con mi cantarina voz.

--Gracias dulce niña, pero creo que has de hacer caso a tu madre quien parece muy angustiada-- me voltee inmediatamente para observar a mi mama con un semblante un poco enfadado, no le di importancia y regrese a la converzacion con aquel sujeto.

--¿te volveré a ver en esta estación otro día?--le pregunto con la noble esperanza de que su respuesta fuera positiva.

--No lo sé, la vida da muchos giros--me contesto con una sonrisa--me tengo que ir, es un poco tarde--me lo dijo mientras se colocaba el ViolonCelo en su estuche; colgado en su espalda.

--pero dígame, ¿lo volveré a escuchar alguna vez?--dije al bordo de la desesperación por una respuesta.

--Reconocerás mi instrumento o ami, no te desesperes, la vida es muy larga pequeña dulcera--y entonces empezó a caminar, perdiéndose entre la gente.

Lo vi un poco mas hasta que en definitiva se perdió entre el montón, mi mama quien había ignorado todo el rato me sujeto del brazo y me obligo a seguirla para que así en la superficie me preguntara "¿que le dijiste a ese señor y que te dijo el ati?", asustada de inmediato tense mi boca y no conteste.

No quería contarle lo que hable con el sujeto, no quería que supiera, seria mi secreto; no, en definitiva no le diría, por esto mismo relaje un poco la boca y le di mi primera sonrisa falsa respondiéndole "nada, solo lo salude". Mi mama ya un poco mas convencida dejo el tema hasta ahí y continuo el camino a casa, arrastandome con ella.

En la quinta estacionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora