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—¿Por qué nadie me cree?— susurró Mark, dejándose caer en su sillón, tapando su rostro con las manos, claramente frustrado.

—Yo si te creo…— sintió una brisa detrás de él. Se puso recto de inmediato, como si le hubiera caído un rayo, se volteó hacia la dirección donde había escuchado la suave voz. Pero no había nadie ahí, él juraba haber escuchado a alguien.

—Mejor duerme Mark— se aconsejó a sí mismo. Siempre que dormía podía alejarse un momento de esa horrible realidad en la que vivía, encontraba paz durmiendo y eso le gustaba.

Se recostó por completo en su sillón, comenzando a cerrar lentamente sus párpados.

—Descansa Mark— se dijo a si mismo con una dulce y chillona voz, como la de su madre. Había tenido la costumbre de hablar como ella dándole las buenas noches cuando dormía, era algo extraño que ni él podía entender el porque lo había comenzado a hacer.

[…]

Habían pasado aproximadamente tres horas desde que el pelinegro se durmió, y su estómago pedía a gritos ser alimentado con algo; si lo hacia le dejaría dormir hasta el día siguiente, pero necesitaba ser llenado.

Mark abrió sus ojos por la constante molestia de tener a su estómago gruñendo, cuando estuvo lo suficiente consiente, se dio cuenta de que tenía una cobija cubriéndole. Se quedó quieto, intentando recordar en que momento había traído esa cobija, pero nada; él no la había traído, de eso estaba seguro.

Decidió ignorar aquello, sería lo mejor. Se puso de pie, tomó la cobija y se la colocó encima; como si fuera la capa de caperucita, le gustaba vivir solo por aquella razón, podía actuar como un niño y nadie le diría nada, nadie le miraría extraño… y sobre todo nadie le regañaría por ser tan infantil.

Caminó arrastrando sus pies hasta la cocina, tenía demasiada flojera como para hacerse de comer algo tardado; así que optó por lo más sencillo y confiable para calmar el hambre, té y alguna dona. Tomó una taza roja de la estantería, le puso agua y la metió en su microondas. Mientras esperaba a que la cuenta regresiva acabará tarareaba una canción, mientras que sus dedos chocaban contra la fría madera de la barra, al ritmo de la canción.

—No deberías darle importancia a lo que dice tu amigo, es mejor que creas en ti… no necesitas la aprobación de nadie más que de ti— Mark cierra sus ojos, enfocándose en la suave voz detrás suyo —Deberías comenzar a creer que ves fantasmas, o "sombras" como les sueles llamar.

Bien, eso era demasiado extraño; aquello no puede ser parte de su mente, eran frases muy largas como para ser alucinaciones. Se volteó rápidamente, queriendo encontrarse de una maldita vez con el dueño de aquella voz; para su mala suerte, no había nadie. Gruñó y se volvió hacia el microondas, viendo que faltaban sólo cinco segundos; aquello lo hizo rebosar una sonrisa.

Se puso de puntillas, abriendo la puerta de la estantería que había arriba del microondas, tomando la caja de té; agarró un té de manzanilla y devolvió la caja. Con un trapo sacó la taza y le colocó la bolsita de manzanilla; sintiendo rápidamente como el dulce olor de ésta le invadía las fosas nasales, haciéndolo suspirar.

Se dio la vuelta, aspirando más el dulce olor de la manzanilla. Se retiró la cobija de la cabeza, dejando ver su desordenado cabello negro, todo esponjoso y en todas direcciones.

—Eres muy tierno— escuchó frente suyo. Levantó su cabeza y vio a un chico sonriendo levemente mientras le veía, su cabello es castaño y tiene leves mechones de colores pasteles; sus ojitos brillaban un poco, pero no era lo único que brillaba, su cuerpo, él brillaba o desprendía una luz extraña; parecía ser transparente, pues podía ver a través de él.

Ángel fantasma ψMarkHyuckψDonde viven las historias. Descúbrelo ahora