—¿Le tienes miedo a la muerte? —Esa era la pregunta más rara que me habían hecho en una charla de almohada.
—Por supuesto.
—Pensé que no temías a nada, con eso de que dices que no crees en dios...
—Razón de más para temer. No tengo constancia de nada, desde esta perspectiva, todo terminará cuando muera, no habrá una nube con arpa o un charco ardiente con tridente para mí. La muerte será el final.
—Pero si es así, ¿a qué podrías temer?
—Al vacío. A la nada, la desaparición misma y absoluta. Tal vez cuando llegue ese momento no tendré de qué preocuparme, pues dejaré de existir, pero el punto es que no lo sé... ya sabes lo que dicen, mata más la duda que el desengaño.
—¿Y si te equivocas?
—No será la primera vez. Tal como dije, no tengo forma confiable y fehaciente de comprobar nada, no sé si nos espera el silencio, el castigo o el premio, o un nuevo comienzo, simplemente no lo sé, y por eso mismo, creo que es más que legítimo el miedo que experimento a tener que hacer un salto al vacío cuando esta vida termine. Somos diminutos, el polvo mismo representa más para esta habitación que cualquiera de nosotros en el universo, somos sólo un instante, la vida humana en términos de tiempo es menos que insignificante comparada con el tiempo de vida de la Tierra.
—¿Y entonces qué objetivo tiene la vida?
—Supongo que la vida es por sí misma es un objetivo, nuestra felicidad debería ser el más importante de nuestros propósitos, y en el mejor de los casos, dejar un legado para el futuro.
—Bueno, tienes una linda familia, y gente que te quiere.
—Y por eso es que no estoy preocupado por vivir... tengo miedo de la muerte, pero la vida que hemos construido es buena, así que supongo que todo está bien y podré partir en paz cuando llegue el momento de hacerlo.