Todo el tiempo que pasas mintiéndote a ti mismo, yo lo paso bebiendo. Bebo porque quiero, porque puedo... Echo el humo por la nariz para no olerte, saboreo el vino, para olvidarme de tu piel.
Tú me has hecho volver a este estado. O mejor dicho, yo me he hecho volver a este estado. Porque así no te siento, por mucho que mis demonios no se quieran ahogar, y sigan gritando. Yo, me mantengo tranquila, impasible ante tu ignorancia. Yo, me mantengo rabiando, soportando e intentando chillar. Pero sólo puedo estar callada. Y créeme, esa, es una de las peores maldiciones de los humanos. Mantener la mirada fija y en calma, mientras tu vida se agita en el lecho de ese hueco donde crees tener corazón.
Ladeo la cabeza, como los perros cuando intentan entender lo que decimos, con la misma expresión de curiosidad, con el mismo fervor en los ojos. Intento ver más allá, pero tú no haces más que esconderte detrás de la incertidumbre. Tú, no haces más que dejarme ver, que nunca voy a ver nada.
Me haces andar entre alambre de espino para sonreírme cuando llego al final, me haces tragarme mis propias entrañas para ponerme a prueba. Lo que no sabes, amigo, es que yo no tengo ninguna prueba que pasar: las únicas, ya las pasé, y me las puse yo misma.
Me ahogas en rabia, en tristeza y en soledad. En un silencio interminable sin ninguna explicación. En agradecimiento, yo dejo que te creas que soy tuya. Te dejo que veas el fuego y el agua, el aire y la tierra. Te dejo que veas mi espíritu y te sonrío: lo que tienes delante de ti es todo lo que hay. Pero tú, tú no lo quieres. Para ti nunca es suficiente. Para nadie es nunca suficiente.
Sigues dejándome explorar los límites de mi paciencia, dejándome sentada a ver como el ramo de tulipanes de mi mesa se tuerce, lentamente, con pasión. Los oigo gritar, los oigo queriendo huir despavoridos. Son como tú. Tulipanes torcidos, descoloridos, reciclando el poco agua que les queda, bebiéndose hasta la última gota, creyendo que van a renacer. Pero tú, amigo mío, no vas a renacer. No sobre mi mesa, aunque a veces, te deje hacerlo en mi cama.
Y si cierras los ojos fuerte, ¿puedes oírlos gritar? No. Porque no tienes mis sentidos, te has querido llevar todo y ahora, sólo tienes un remanente de mi reflejo. Ese reflejo que llevas días intentando arrancar de la pared hueca. Esa pared, que crees que alberga tu corazón. Tú, no tienes sentimientos, amigo, me da igual si los tienes bajo tierra o bajo llave. El caso, es que no los tienes. No puedes sentir la lluvia, ni el aire ni la forma de las nubes. No puedes oler a tierra mojada ni al humo que expulsan las chimeneas en invierno. No podrás oler las flores de tiaré en verano. No podrás sentir las pequeñas gotas de espuma de mar que escupen las olas al atardecer.
Pero yo lo haré por ti. Porque a diferencia de tu pobre ánima, la mía es viva. Siente, para bien o para mal, hacia dentro o hacia fuera, pero siente. Está debajo de mi piel y me eriza el vello de los brazos, me da escalofríos en el espinazo, me hace llorar sin lágrimas, me hace ver sin ojos. Pero tú, amigo mío, no sabes qué es esto. No sabes lo que es el dolor, ni el amor, ni el tacto de las flores amarillas, ni la aspereza de las palabras cuando salen desde lo más hondo. No puedes ver a las personas escupir mariposas cuando hablan de lo que les gusta, no sabes ver el brillo de sus ojos. Ni siquiera, sabes ver el tuyo propio.
Tú no puedes ver el baile de las sinuosas llamas de las velas. No puedes tocarlas, ni quemarte, porque no sientes nada.
Tú no puedes ver la danza de las hojas revueltas en un huracán de viento. No puedes sentirlas, ni sentir cuando te cortan, porque eres piedra.
Tú no puedes secarme las lágrimas.
No puedes llenar ningún espacio.
Porque eres piedra opaca, sin nada dentro. Eres el aire molesto de por las mañanas. Eres el tulipán torcido del ramo, que siempre va a la basura primero.
Eres lo que quieres ser. Nada. Y cuando eres nada, siempre, siempre, se acaba desapareciendo. Nadie te oirá cuando grites. Nadie te llamará cuando te necesite. Nadie secará tus lágrimas porque ya no existen. Porque tú, ya no existes.
Eres la nada, el cancerbero, el cuidador de las almas impuras de Hades.
Se te caen los pétalos, tulipán, y esta vez yo sólo soy el expectante silencioso. Veo tu desgracia cayendo con la mía, y espero.
Espero a que levantes la cabeza y me digas algo que me haga borrar esta parte de la historia.
YOU ARE READING
¿Y si te digo que...?
Non-FictionSe me han revuelto las entrañas por tu culpa, se me ha despeinado el corazón cuando me has tocado.