Capítulo 1.

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Y es que al llegar al internado Berenice las cosas no iban a cambiar.

Entré en la habitación en medio de la noche, a la hora de llegada, y no perdí tiempo para ponerme el pijama y meterme en la cama.

Por la mañana, al despertarme descubrí que no estaba sola. En la otra cama, a mi derecha pude ver la silueta de una persona bajo las sábanas. Perfecto.

Me levanté en silencio para evitar una mirada acusadora o alguna otra cosa.

Me vestí con el primer conjunto que saqué de la maleta, un vestido negro con bordes de encaje y un abrigo gris. Me calcé las botas de plataforma abandonadas junto a la cama y salí de la habitación.

El pasillo se encontraba a oscuras, excepto por pequeños rastros de luz que entraban por huecos en las paredes.

La estructura por dentro era bastante antigua, como un palacio de la Edad Media, mientras que el exterior era un edificio más moderno.

Bajé las escaleras la cual llevaba al vestíbulo principal donde había un enorme cuadro con una inscripción que no me paré a mirar.

El gran portón de la entrada, tenía una puerta más pequeña en medio para poder salir.

Lo primero que vi a parte del sol fue un amplio jardín y matorrales con sus últimas flores, sobreviviendo al frío.

Con bastante cuidado corté una rosa, separada del resto. Aún conservaba ese aroma fresco... Incluso cuando se estaba muriendo.

Volví a la habitación oliendo la flor. Ese aroma...

La chica estaba sentada en su cama cuando abrí la puerta.

Su cabello castaño y ondulado caía hasta su cintura. Su piel era algo morena, tal vez bronceado y sus ojos color café.

Diferente a mi.

Yo, con el cabello liso y negro cayéndose sobre los hombros y unas mechas moradas de nacimiento, mis ojos de ese mismo color extraño y el izquierdo siempre oculto bajo un mechón de pelo por razones obvias...

La chica bostezó antes de sonreír. Si, lo hizo. Me había sonreído.

—Hola.—dijo.

No pude evitar mostrar asombro... ¿Me estaba hablando a mi?

—Hey.—murmuré.

La chica volvió a sonreír y yo, dejé la rosa en un tocador, me quité las botas para subirme a la cama.

—Bonita ropa.—comentó, girandose hacia mí.

—Mmm.

Se levantó y se sentó en un tocador situado frente a su cama a la vez que las luces se encendieron.

—Hora de irnos.

Sin volver a mirarla, me acerqué al armario para sacar un uniforme especialmente dejado para mi.

No pude evitar una pequeña sonrisa al ver los colores.

La falda tableada era a cuadros grises y negros. El jersey era morado debajo del cual había que llevar una camisa blanca. El escudo, situado a la derecha a la altura del pecho eran dos espadas cruzadas y un ave en medio.

Me fijé en las fotos esparcidas por mitad de la habitación. ¿Cuanto tiempo llevaría aquí?

—¿Cómo te llamas?—preguntó.

Me lo pensé unos segundos. No solían utilizar mi nombre al hablarme, es decir, las personas que lo hacían utilizaban mi apellido.

—Crystal.

—Oh, que bonito. Yo soy Jessica.

—Bien...

—Creo que deberíamos bajar a...

—Lo sé.—le corté.

Apagó la luz y salimos de la habitación. Esta vez el pasillo estaba iluminado y lleno de gente.

Se acercó a nosotras otra chica con el mismo todo de piel, de pelo rubio hasta la cintura.

—Jess.—saludó la chica, dándole dos besos.

—Juliet.–respondió ella.

Pasé por su lado para bajar las escaleras.

Unos pasos más adelante, en el gran salón se agrupaba gente a la espera de la presentación que haría la directora, una mujer bajita de traje blanco que silenció a todos cuando hizo un acto de presencia.

Su pequeño discurso no fue del otro mundo, ni las reglas de Berenice.

"Nada de salir por las noches", "chicos en la zona de chicos, chicas en el de las chicas". Cosas de esas.

Cuando nos dieron permiso para ir a desayunar al comedor, Jessica me llamó para ir a comer con ellos.

Las demás personas me miraban fijamente como si les incomodara o quitara el apetito, ya que ninguno comía a pesar de tener las bandejas llenas.

Empezaba a sentirme estúpida por haber aceptado la propuesta. No tenía sentido.

—Tu pelo...— me susurró Jessica.

—No es nada.—dije, levantándome camino al baño.

Las mechas de mi pelo fueron cambiando lentamente del color rojo al morado.

Tomando aire decidí salir al jardín y sentarme un rato al aire libre, ¿a quien no le gusta eso?

Pero poco a poco el silencio tranquilizador fue reemplazado por voces.

Cuando divisé a Jessica entre ellas supe que era momento de volver.

Atravesé la puerta con prisas cuando, me choqué con alguien y caí al suelo.

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