Compañeras de por vida

10 1 0
                                    


-Bueno, dime, ¿Qué te ha traído hasta aquí, Chloe?

-Sigo dolida por la muerte de Yuki. Ya han pasado dos meses y siento que sigue siendo el primer día desde entonces.

-Cuénteme su relación entre ambas.

-Afff... -Bufé- Está bien, supongo.

Y así fue como empecé a contarle al psicólogo mi historia con Yuki desde mis más remotos recuerdos. Había cumplido la mayoría de edad hace no demasiado tiempo, no le encontraba sentido a nada de lo que hacía, estudios, trabajo, familia, amigos. Nada me llenaba, me sentía siempre triste, decidí empezar a leer libros de psicología para ver si me servía de algo, en el tercer libro creo que era, leí que los perros ayudaban a combatir los síntomas que padecía, no lo pensé demasiado y fui al día siguiente al refugio de animales más cercano, me atendieron amablemente, agradeciéndome de que no comprase y decidiera adoptar. Miraba aquellas jaulas sin demasiadas esperanzas, y así fue, ninguno me convencía del todo, siempre les encontraba un "pero", estaba a punto de marcharme cuando un ladrido llamó mi atención acercándome a aquella jaula, encontrándome a una perrita de color blanco con algunas partes marrones, me hacía gracia que tenía una mancha marrón alrededor de un ojo, sentí cierta conexión con ella, tenía el ojo izquierdo marrón y el derecho azul, como yo. Le pedí a la señora que me acompañaba que la sacase de la jaula, no tardó apenas segundos de abrirla que la perrita se me lanzó encima, al menos era de un tamaño mediano, le di un par de caricias y parecía la persona más feliz del mundo, no lo entendía. La señora me preguntó si la quería, yo le dije que sí. No soy una persona de mucho pensar.

Me llevé a la pequeña sin nombre a mi casa, estaba emocionada y asustada a la vez, yo, por otro lado, no sabía si había tomado una buena decisión por mi lado.

Los primeros días fueron sencillamente horribles, lloraba todas las noches y se portaba fatal, no me sentía llena en ningún aspecto, seguía llorando por las mañanas al despertar y al irme a dormir, sin ganas de salir o de sencillamente respirar. Los días iban pasando y me sentía cada vez mejor con la pequeña que no le puse nombre hasta el primer mes, la llamé Yuki, que significa "La razón de la alegría". Ya no lloraba tanto y sonreía de vez en cuando, era estupendo que después de cada duro día de trabajo esté alguien esperándote enfrente de la puerta y que a pesar de que llegues tarde, te siga esperando y se alegre tanto con ese pequeño molinillo de viento que tiene por cola aunque solo hayas salido durante cinco minutos o cinco horas. Nunca me había sentido tan afortunada.

No era una persona de mucho salir, algunas veces hasta me negaba a pasear con ella, pero sus ojitos bicolor me acababan dando demasiada pena, o también la pobre rascándose por el suelo aguantando las ganas, al final acababa saliendo por las malas, poco a poco le fui agarrando gustillo a salir, disfrutaba mucho las puestas de sol con ella, ya sean en la playa más cercana, en el bosque o en el parque, donde iba yo, ella me seguía sin dudarlo, algún susto me he llevado alguna vez por los paseos, por un coche, por un perro sin dueño, incluso una vez, un cazador que la confundió. Pero aparte de todo eso, al final siempre conseguía sacarme una sonrisa a base de lametazos.

Los años pasaban y la alegría y esperanza inundaban mi vida, ya tenía un motivo todos los días para levantarme, un motivo para volver, un motivo para seguir respirando.

Mi amigo, el único que tenía, notaba con el paso de los días mis cambios, y se alegraba de mí, eso sí, Yuki a veces se ponía celosa de él nada importante.

Tenía más amigos gracias a ella, no vestía de negro unicamente, aunque sigo adorando ese color, poco a poco fui dejando mi timidez atrás, haciendo mi circulo más cercano más grande, viviendo aventuras todos los días, y si había uno malo, ella lo hacía desaparecer.

Compañeras de por vida [One-Shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora