Verano

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Y llegó. Llegó esa sensación, esa sensación que te recuerda dónde estás, quien eres y lo más importante, todo lo que has vivido. Hablo de ese calor, ese calor incluso asfixiante y pegajoso, ese que hace que te quieras desnudar en medio de la calle y solo pienses en darte una duchita. Ese alivio que sientes cuando en la calurosa noche, el aire del ventilador te da en la cara. De esa puta sensación de descanso, de comprar ilusionada un biquini o bañador, de darte con ilusión el primer baño del verano como si fuera el primero y el último, de sentirte como un pez en el agua, de sentir el agua tu segunda casa. De notar como la brisa hiela tu húmeda piel al salir porque ya estas arrugada como una pasa y corres de puntillas por el abrasador suelo, tan caliente que incluso puedes imaginar que estás pisando el maldito Sol. La toalla que llevaba un ratito expuesta al solecito, está más caliente. Cuando llega la tarde y estás tirada en tu cama con el ventilador, que emite ese particular sonido al que le has cogido costumbre y ya es un elemento esencial escuchar su música. Simplemente pensado en que harás lo que queda de día, si helado o granizado, si playa o piscina, si cena o quedada con amigas. Simplemente disfrutando del verano y todo lo que va con el.

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