Confesión

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Perdóneme padre, porque he pecado.

He convertido la vida en muerte y lo completo en vacío. He visto nacer a la oscuridad sonriéndome y a la luz morir entre lamentos. Perdóneme, porque he profanado la felicidad ajena con mi desoladora tristeza. Por qué me he saciado con los sueños y anhelos de otros. Absuélvame, puesto que he sentido el frió espíritu recorrer las venas de mis amigos y escuchado los placenteros llantos de mis enemigos.

Padre, dígame que lo merezco, a pesar de que no necesite de su perdón. Límpieme, aunque sean sus palabras y no las de un ente superior a nosotros. Expíeme de lo que hice, porque sé que una vez fue consumado, los demonios trizaron mi alterada alma. Así que padre, no me pregunte sobre el pasado y solo quite el ser pérfido que habita en mí, pues no soy quien para hablar de lo que ocurrió, de lo que ocurre en el presente o de lo que ocurrirá en el incierto futuro.

Padre, es el transcurrir del tiempo el que nos vuelve irracionales. El pasar de los días en el regalo más despiadado que nos dieron. Lo más impredecible, pero más importante; es irrecuperable y ese el motivo por el cual no puedo ahogar los demonios que me atormentan. El curso de cada manecilla en el reloj es el que les enseñó a como nadar.

Y no, padre, no me mire de esa manera. No es lo que usted cree. Sin embargo, debo confesarle que ya he estado muerto antes. No de la forma física que usted piensa. Es más bien una sensación, un sentimiento. Una manía específica y codiciosa que provoca al gélido ser recorrer un cuerpo inerte.

Así que, por favor padre, perdóneme porque he pecado hasta en lo más mínimo que me permiten mis agonizantes latidos. Indúlteme, ya que he querido saborear cada gota carmesí de mis hermanos, verlos derramados, exangües en el fin del cielo por sus fallas. Pero no tengo poder sobre ellos más que el que me permite la vida. No puedo ser yo quien manipule la oxigenación de sus almas, ni el que regule las acciones insignificantes que usted les deja hacer.

Padre...

Solo quiero pedirle una cosa más. Exímame de lo que haré, ya que, gracias a esto, mi condena será eterna entre las sofocantes sombras de la esquizofrenia. Tendré que soportar el arder de los pensamientos y la culpa. E incluso batallare entre los planos etéreos de la creencia humana. Tal vez me quiera interrumpir con que esto no funciona así, que no puede limpiar actos que no se han efectuado aún. No obstante, y como le dije, el tiempo funciona de manera obscura y siniestra.

Mi tiempo está por llegar, padre. Se acerca mi juicio y, con él, mi destierro a la muerte. Desearía que pudiese acompañarme en mis últimos momentos, en mis voluntades finales, pero su rol no lo permite. Pronto volveré a verlo, padre. Una vez el ente inunde el parque y plague las almas de mi sempiterna conciencia, podre dejar este dominio y daré el paso a lo ulterior.

Padre...

Ciertamente volveré a por usted. No sea víctima de la impaciencia. Prosiga con su perfecta labor y en su momento: 

Cuénteme como es el paraíso...

Voces de una mente distorsionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora