Advertencia: en este capítulo se tratan de forma explícita temas bastante crudos en relación con la salud mental, el terrorismo y el suicidio.
«Quiero vivir, quiero gritar, quiero sentir
El universo sobre mí
Quiero correr en libertad
Quiero llorar de felicidad
[...]
Quiero encontrar mi sitio
Solo encontrar mi sitio»
- El universo sobre mí, AmaralEn el limbo que fue aquel trozo de noche-mañana entre el martes y el miércoles, a Julius le ocurrieron varias cosas que no podría haber imaginado. Lo primero fue lo de los pensamientos suicidas de Selene.
Las palabras volvieron a abandonarlo. Esta vez no le sirvió el truco de Gia, porque no era que le diera vergüenza decir lo que pensaba: directamente, su cerebro no fue capaz de articular una respuesta. Sabía que le ocurría algo, pero jamás habría pensado que pudiera ser tan grave. ¿Cómo podía alguien como Selene, que constantemente daba vida a los demás con su música y sus sonrisas, plantearse la posibilidad de quitarse la suya?
Le entró mucho miedo. No quería que le pasara nada. Algo más tarde, de camino a Saint Zeno's, la chica repitió que no creía que hubiera sido capaz de llegar a hacerse daño; que el despertador solo servía para elegir si plantearse o no el suicidio como salida, no para tomar la decisión de suicidarse en sí. Además, les dijo que conocerlos había cambiado las cosas.
Eso no tranquilizó a Julius. ¿Qué haría cuando se separaran? ¿Bastarían dos semanas de aventuras para curar una herida tan profunda?
La mirada que le dedicó Gia desde la parte trasera de la bici le sirvió como respuesta.
No.
Eso tampoco se lo esperaba: la facilidad con la que Gia había tratado una situación tan, tan delicada. La familiaridad, incluso. Cuando se despidieron en la ventana de su habitación, Gia aprovechó que Selene se había adelantado unos pasos para decirle a Julius que no se preocupara. Que iba a hablar con ella y estar muy atenta a lo que hacía. También le dio su número, probablemente con una semana de retraso, para mantenerlo informado de lo que pasara.
—Buenas noches por la mañana —murmuró antes de perderse tras la ventana, intentando levantarle el ánimo a Julius. Lo cierto es que él se estaba planteando entrar en su habitación y echarse a la cama, porque tenía muchísimo sueño, pero entonces ocurrió lo tercero que no se esperaba. Un monitor lo vio desde una de las ventanas del piso de arriba, gritó «¡es él!» y otros tres aparecieron al momento y se lanzaron a perseguirlo como si fuera el balón en un partido de rugby.
Le hicieron un montón de preguntas en la Red Room. La primera fue que dónde estaban las niñas. Él les dijo que suponía que durmiendo, porque acababan de entrar en el edificio. Poco después, un monitor volvió de las habitaciones con Gia cogida del brazo. La italiana tenía puestos el pantalón del pijama, la camiseta que llevaba desde el día anterior y una cara de cabreo monumental.
Cuarta sorpresa: el equipo de monitores que no había ido a Nueva York llevaba en pie desde las cuatro de la mañana, moviendo cielo y tierra para intentar encontrarlos. En el momento en que se hizo de día no pudieron posponerlo más: llamaron a Nueva York para poner a Bob sobre aviso. Preguntaron al resto de campistas y profesores si sabían o habían visto cualquier cosa que pudiera darles alguna pista. Kristian murmuró algo sobre un chico que se había colado en su habitación días atrás. Después del ataque de ansiedad volvió a verlo, sacando a Selene en brazos del salón. Thelma había hablado con un joven parecido, muy alto, que preguntaba insistentemente por la chica. Un monitor aseguró habérselo encontrado un día en el comedor diciendo que era un ojeador. De repente resultaba que todo el mundo había visto al rubio fantasmal de ojos de hielo en algún momento. La conclusión se sacó sola: el chico estaba obsesionado con Selene y había intentado hacerle algo en el salón de actos. Por eso la chica se había venido abajo. Gia lo había visto, intentó plantarle cara y ahora las había secuestrado a las dos.
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Una canción que nunca acaba
Teen FictionJulius Montgomery tiene un don: lee palabras distintas a las que se han escrito. Las letras tiemblan en el papel, bailan en la pantalla de su móvil o saltan entre los carteles de los comercios y después se intercambian el sitio para contarle secreto...