«Rain came pouring down when I was drowning
That's when I could finally breathe»
- Clean, Taylor SwiftLa entrega de premios era, además de lo evidente, una excusa para organizar el acto de despedida. Se lo contó Julius en la cena del viernes. También les dio los nombres de los famosos que formaban parte del jurado y muchos detalles sobre las actuaciones de los otros grupos. Los rombos habían vuelto a bordarlo, pero él estaba convencido de que, en esta ocasión, ellos lo habían hecho mejor.
Gia no podía decir que le diera igual —se había dejado la carne en aquella obra, y sabía que no era la única—, pero lo cierto era que ya estaba flotando. En una nube o un globo aerostático. Anto la había cogido en el momento en el que cerraron el telón, mientras todo el mundo corría hacia Selene. En lugar de decirle algo, levantó la pantalla rota de su teléfono. En ella había una nota con fecha de hacía casi dos semanas: Gia tiene que contar una historia que me convenza.
La seleccionó, la eliminó y le dedicó una sonrisa radiante y llena de orgullo.
—¿Hemos emocionado a estas paredes centenarias, entonces?
—A ellas y a mí, que no sé qué es más difícil.
Y luego vino algo todavía mejor: la celebración. Todo el equipo ayudando a Selene a volar. Desde que terminó de tocar aquella maravilla de canción, la sonrisa no había logrado escapársele de la cara. Y no era solo ella: el equipo al completo daba botes por el escenario. Estaba segura de que gran parte de esa felicidad se debía a la adrenalina, pero quería pensar que otro fragmento lo había pintado ella. No; ella no. La historia que había surgido de su cabeza.
La perspectiva de haber participado, aunque fuera solo un poquito, en dar a toda esa gente un momento de sentirse vivos hizo que el corazón le revoloteara dentro del pecho.
¿Contaba eso como ser una buena persona?
El resto del día había alternado felicidad con más nervios y más incertidumbre, y la mañana del sábado no se quedó atrás. Desayunaron igual que siempre, pero con las camisetas de colores de sus equipos, y los condujeron al salón de actos. Bob dio unas palabras de protocolo y después procedió a sus habituales chistes malos (los alumnos, un poco por la nostalgia del último día, se rieron hasta de su «aquí siempre habrá patatas patatodos»). Cuando anunció a Amy como la directora de Saint Zeno's, el «aH» de sorpresa generalizado se debió de escuchar hasta en Cherryville. Fue ella quien dio el verdadero discurso de despedida.
No estaba construido con fórmulas genéricas y las mismas adulaciones de siempre, porque si Amy se había camuflado como monitora era para conocerlos de verdad. Bromeó sobre las cuestionables dotes culinarias que Le Verger demostró en la visita a un lujoso restaurante de Nueva York, enumeró unos pocos de los talentos de Storm y dijo que paraba porque si no se irían el martes en vez del domingo (la noruega puso los ojos en blanco, pero se le encendieron las mejillas), repitió un par de frases icónicas que habían sobrevivido al paso de los días y consiguió que a todos les entrara más pena de la que probablemente se atreverían a confesar.
—Lo importante no es quien gane. Y no lo digo porque sea lo que siempre se dice: lo digo porque es verdad. Dentro de un par de meses no os va a importar la competición. Os va a importar mantener el contacto, volver a veros, comprobar que el futuro os depara cosas grandes y ver que, paso a paso, triunfáis. Eso es lo bueno que tiene el programa, lo que de verdad queremos conseguir: demostrar que el arte es algo tan inherentemente humano que no entiende de idiomas o de naciones.
Le aplaudieron tanto que el siguiente señor que subió al escenario tuvo que esperar un rato con cara incómoda. Después empezó a hablar y se enlazó con el representante de otra empresa y el director de una fundación y Selene dio un bote en su asiento porque acababa de quedarse dormida un segundo —no habían descansado demasiado la noche anterior, para qué mentir— cuando otro hombre más de edad incierta tomó el relevo en el micro y se presentó, al fin, como vocal del jurado.
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Una canción que nunca acaba
Novela JuvenilJulius Montgomery tiene un don: lee palabras distintas a las que se han escrito. Las letras tiemblan en el papel, bailan en la pantalla de su móvil o saltan entre los carteles de los comercios y después se intercambian el sitio para contarle secreto...