»Capitulo 7

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Esta historia no es mía, es una adaptación de la novela "SIMPLEMENTE IRRESISTIBLE" de Rachel Gibson. Todos los créditos para ella.

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disfruten de la lectura :)



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Camila se desenrolló la toalla de la cabeza y la lanzó sobre la cama. Iba a coger el cepillo del tocador, pero se detuvo antes de alcanzar el mango redondo. Oyó que en la sala las risitas infantiles de su pequeña se mezclaban con la voz inconfundible de una mujer. La preocupación pudo más que el pudor. Cogió la bata verde de verano y rápidamente pasó los brazos por las mangas. Lily sabía que no podía dejar entrar a los desconocidos en casa.

Habían mantenido una larga y clara conversación sobre eso hacía algún tiempo, un día que Camila había entrado en la sala de estar y la había encontrado sentada con tres Testigos de Jehová en el sofá.

Se ató el cinturón y recorrió a toda prisa el estrecho pasillo. La reprimenda que pensaba echarle murió en su boca cuando se detuvo en seco. La mujer que estaba sentada en el sofá junto a su hija no había venido a ofrecer la salvación divina.

Lauren levantó la mirada hacia ella y ella se encontró mirando directamente a los ojos verdes de su peor pesadilla.

Abrió la boca, pero no pudo decir palabra por el nudo que le oprimía la garganta. En un abrir y cerrar de ojos el mundo se detuvo, se abrió bajo sus pies y luego giró fuera de control.

—La señorita «Muro» vino a firmar mis cosas—dijo Lilianne feliz.

El tiempo siguió detenido mientras Camila miraba los ojos verdes que le devolvían la mirada. Se sentía desorientada e incapaz de asimilar que Lauren Jauregui estuviera sentada en el sofá de su salón tan grande y hermosa como hacía siete años, como en aquella portada de revista que había visto en el supermercado, o como la noche anterior. Sentada en su sofá, al lado de «su» hija. Se llevó una mano a la garganta desnuda y aspiró profundamente.

Sintió bajo los dedos el rápido latir de su pulso. Parecía fuera de lugar en su casa, como si no perteneciera allí. Lo que, por supuesto, era cierto.

—Lilianne Mae...—Al final recuperó la voz y volvió la mirada a su hija—. Ya sabes que no puedes dejar entrar a los desconocidos.

Lily agrandó los ojos.

Que su madre usara su nombre completo era una clara señal de que estaba en graves problemas.

—Pero... pero...—tartamudeó, saltando sobre sus pies—, pero, mami, yo conozco a la señorita «Muro». Vino a mi cole, pero no pude traer nada a casa.

La castaña no tenía la más remota idea de qué hablaba su hija. Miró a Lauren y preguntó:

—¿Qué haces aquí?

La mayor se levantó lentamente, luego se metió la mano en el bolsillo trasero de los descoloridos Levi's.

—Anoche se te cayó esto—contestó, lanzándole la chequera. Antes de que pudiera atraparla, rebotó contra su pecho y cayó al suelo.

En vez de agacharse y recogerla la dejó donde estaba.

—No tenías por qué haberla traído.—Un ligero alivio le calmó los nervios. Había venido a devolverle la chequera y no porque supiera lo de Lilianne.

—Tienes razón—fue todo lo que dijo. Su presencia incomodó un poco a Camila, la ojimarrón se volvió muy consciente de lo desnuda que estaba bajo la bata de algodón. Se miró y se tranquilizó al ver que la bata estaba bien anudada.

—Bueno, gracias.—le dijo, dirigiéndose a la entrada—. Lily y yo nos estábamos arreglando para salir y estoy segura de que tienes otras cosas que hacer.—Alcanzó el picaporte y abrió la puerta—. Adiós, Jauregui.

—Todavía no—entrecerró los ojos, acentuando la pequeña cicatriz que le atravesaba la ceja izquierda—, no hasta que hablemos.

—¿Sobre qué?

—Oh, no sé.—Cambió de posición y ladeó la cabeza—. Tal vez podamos mantener esa conversación que deberíamos haber tenido hace siete años.

Camila le respondió con suma cautela:

—No sé de qué me hablas.—soltó con desfachatez y descaro.

La ojiverde mayor miró a Lilianne que permanecía en medio de la habitación observando con interés a las dos adultas.

—Sabes exactamente de «qué» quiero hablar—contraatacó.

Durante varios segundos se miraron fijamente la una a la otra. Como dos enemigas preparándose para la batalla. Camila no deseaba quedarse a solas con Lauren, pero estaba segura de que sería más conveniente que Lily no oyera lo que se tenían que decir.

Cuando habló, se dirigió a su hija.

—Ve a la calle y mira si Amy puede jugar contigo.

—Pero mami, no puedo jugar con Amy durante una semana porque le cortamos el pelo a la Barbie Sorpresa de mi cumple, ¿te acuerdas?

—He cambiado de idea.

Las rosadas botas vaqueras de Lily se arrastraron por la alfombra color melocotón cuando se dirigió a la puerta.

—Creo que Amy tenera frío—dijo ella.

Camila, que normalmente mantenía a su hija tan alejada de los gérmenes como era posible, reconoció la táctica de su pequeña como lo que era: un intento evidente de quedarse y escuchar a escondidas la conversación de los adultos.

—Por esta vez está bien.

Cuando Lilianne llegó a la entrada miró a Lauren por encima del hombro.

—Adiós, señorita «Muro».

Lauren clavó la vista en ella durante algunos interminables segundos antes de curvar los labios en una leve sonrisa.

—Ya nos veremos, pequeña.

Lily se acercó a su madre y, por costumbre, frunció los labios. Camila la besó y se quedó con el sabor a cereza de la barra de labios.

—Vuelve a casa dentro de una hora, ¿vale?

Lilianne asintió con la cabeza, luego atravesó la puerta y saltó los dos escalones de la entrada. Al ir por la acera iba arrastrando un extremo de la boa verde por el suelo. En el bordillo se detuvo, miró las dos formas que permanecían en la puerta y luego cruzó la carretera hasta la casa de enfrente. Camila observó hasta que Lily entró en la casa del vecino. Durante unos preciosos segundos eludió el enfrentamiento que la esperaba, luego tomó aliento profundamente, dio la espalda a los escalones y cerró la puerta.

—¿Por qué no me contaste nada sobre ella?.- preguntó directamente Lauren Jauregui.

No podía saberlo. No con seguridad.

—¿Contarte qué?

—No me cabrees, Cabello—le advirtió; el ceñudo semblante de Lauren anunciaba tormenta—. ¿Por qué nunca me contaste nada de Lilianne?

Podía negarlo, por supuesto. Podía mentir y decirle que Lilianne no era su hija. Lauren podía creerla y marcharse, dejándolas solas de nuevo. Pero el terco gesto de la mandíbula y el fuego de sus ojos le advertían que no la creería.

Apoyándose contra la pared que tenía a las espaldas, cruzó los brazos.

—¿Por qué debería haberlo hecho? —le preguntó, reacia a admitir la verdad directamente.

Jauregui señaló con el dedo la casa de enfrente.

—Esa niña es mía. Es mi hija—le dijo—. No lo niegues. No me obligues a demostrar mi maternidad porque lo haré. Una prueba de maternidad acabaría con cualquier tipo de duda.

La castaña comprendió que no tenía sentido negar nada. Lo mejor que podía hacer era contestar a sus preguntas y sacarla de su casa y, si todo iba bien, de su vida.

—¿Qué quieres?

—Dime la verdad. Quiero oírtela decir.

—Como quieras. —Encogió los hombros, tratando de aparentar que poseía una serenidad que no sentía, que admitirlo no le costaba nada—. Lilianne es tu hija biológica.

La mayor cerró los ojos y aspiró profundamente.

Jesús—susurró—. ¿Cómo?

—Pues de la manera habitual—contestó Camila secamente—. Pensaba que una persona con tu experiencia sabría cómo se hacen los bebés.

Lauren clavó la mirada en ella.

—Me dijiste que tomabas anticonceptivos.

—Y lo hacía. —«Pero por lo que se ve no sirvieron para nada»—. Nada es seguro al cien por cien.

—¿Por qué, Camila?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué no me lo dijiste hace siete años?

Ella se encogió de hombros de nuevo.

—No era asunto tuyo.

—¿Qué? —preguntó incrédula, mirándola fijamente como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo—. ¿Qué no era asunto mío?

—No.

Cerró los puños y se acercó varios pasos a ella.

—¿Pariste a «mi» hija, pero crees que no era asunto mío? —Se detuvo a menos de medio metro de ella y frunció el ceño.

Si bien era un poco más grande que Camila, ella la observó sin parpadear.

—Hace siete años tomé la decisión que creí más conveniente. Es una decisión que aún mantengo. Y de cualquier manera, no hay nada que pueda hacerse ahora.

La pelinegra arqueó una de sus cejas oscuras.

—¿En serio?

—Sí. Ya es muy tarde. Lilianne no te conoce. Lo mejor será que te vayas y no la veas nunca más.

Lauren plantó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza.

—Si crees que eso es lo que va a ocurrir entonces es que no eres una chica demasiado brillante.

Podía no darle miedo Lauren, pero estando así tan cerca resultaba intimidadora. Ese torso ancho y esos gruesos brazos la hacían sentirse rodeada por completo entre barreras de duros músculos. El olor a jabón de su piel y cilantro invadió sus sentidos.

—No soy una chica —dijo, bajando los brazos a los costados—. Puede que hace siete años fuera muy inmadura, pero ése no es el caso ahora. He cambiado.

Lauren entrecerró los ojos deliberadamente y su amplia sonrisa no fue agradable cuando dijo:

—Por lo que puedo ver, no has cambiado tanto. Todavía estás muy buena.

La chica de ojos marrones luchó contra el deseo de cubrirse. Se miró y sintió cómo el rubor inundaba sus mejillas mientras soltaba un gemido. Las solapas de la bata verde se habían abierto hasta la altura del cinturón que ceñía la prenda, exponiendo una vergonzosa cantidad de escote y la parte superior de su pecho derecho.

Horrorizada, agarró rápidamente los bordes y cerró la bata.

—Déjala —aconsejó su atacante sentimental—. Verte así es lo único que puede hacer que te perdone.

—No quiero tu perdón —le dijo, pasando bajo su brazo—. Voy a vestirme. Creo que deberías irte.

—Te esperaré aquí —prometió Lauren, girándose y observando cómo Camila desaparecía por el pasillo. Entrecerró los ojos cuando notó el balanceo de sus caderas y el revoloteo de la bata alrededor de sus tobillos desnudos. Quería matarla. Atravesó el salón, empujó a un lado la cursi cortina y miró por la ventana.

Tenía una hija. Una hija que no conocía y que no la conocía a ella. Su otra madre. Hasta el momento en que Camila confirmó sus sospechas, no había estado completamente segura de que Lilianne fuera suya. Ahora lo sabía y ese pensamiento le hacía hervir la sangre.

«Su hija». Contuvo el fuerte deseo de ir a la casa de enfrente y traer de vuelta a Liliannae. Sólo quería sentarse y mirarla. Quería observarla y escuchar cómo hablaba.

Quería tocarla, pero sabía que no lo haría. Un rato antes, se había sentido grande y patosa sentada al lado de Lily; una mujer semi-enorme que lanzaba discos de caucho a través del hielo a más de ciento cincuenta kilómetros por hora y que usaba su cuerpo como una apisonadora humana.

«Su hija». Tenía una niña. Su niña.

Notó que perdía los estribos y tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para volver a retomar el control. Lauren se volvió y caminó hacia la chimenea de ladrillo. Encima de la repisa había una serie de fotos enmarcadas de diferentes formas y tamaños. En la primera, había un bebé sentado sobre un taburete con el borde inferior de la camiseta sujeto bajo la barbilla mientras se tocaba el ombligo con su regordete dedo índice. Estudió la foto, luego fijó su atención en las otras que mostraban diversas etapas de la vida de Lily.

Fascinada por el parecido que tenía con su hija cogió una foto pequeña de un bebé que empezaba a andar con grandes ojos verdes y rosados mofletes. Tenía el pelo oscuro sujeto en lo alto de la cabeza como un plumero, y los pequeños labios fruncidos como si estuviera a punto de dar un beso al fotógrafo. Escuchó que una de las puertas del pasillo se abría y se cerraba. Se metió la foto enmarcada en el bolsillo, luego se giró y esperó que apareciera Camila.

Cuando ella entró en la habitación, notó que se había recogido el pelo mojado en una coleta y se había puesto un suéter blanco de verano. Una falda de vuelo le caía hasta los tobillos envolviendo esas largas piernas. También llevaba unas pequeñas sandalias blancas con las tiras entrecruzadas por las pantorrillas.

Tenía las uñas de los pies pintadas de color púrpura.

—¿Quieres un té helado? —le preguntó cuando llegó al centro de la habitación.

Dadas las circunstancias, tal hospitalidad la dejó pasmada.

—No. Nada de té —dijo, levantando la mirada a su cara. Tenía un montón de preguntas cuyas respuestas necesitaba ya.

—¿Por qué no tomas asiento? —la invitó Camila, señalando con la mano una silla blanca de mimbre cubierta con un mullido cojín con volantes.

—Ya he estado bastante tiempo sentada.

—Estupendo, y yo estoy cansada de levantar la cabeza para mirarte. O nos sentamos y discutimos esto, o no lo discutimos y punto.- soltó Camila ya un poco cansada de fingir amabilidad.

Ella era de armas tomar. Lauren no la recordaba así. La Camila Cabello que ella recordaba era una charlatana empedernida.

—Muy bien —dijo Jauregui, pero se sentó en el sofá en vez de en la silla ya que no confiaba que aquella cosa pudiera sostener su peso.—¿Qué le has contado a Lilianne sobre mí?

Camila se sentó en la silla del mimbre.

—Nada, ¿por qué? —lo dijo con su arrastrado acento de Texas, aunque no era tan marcado como Lauren recordaba.

—¿Nunca ha preguntado por su padre? que en este caso, seria yo.

—Ah, eso. —Camila se movió sobre el cojín de flores y cruzó las piernas—.Cree que te moriste cuando ella era un bebé.

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⏰ Última actualización: May 14, 2019 ⏰

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