CAPÍTULO II

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Muy poco después de la ruptura de su noviazgo, Frederick Wentworth conoció al señor Wallace Croft, éste lo adoptó como un hijo más y se convirtió en el padre que él nunca tuvo. Le consiguió una entrevista en una agencia de viajes, después de un tiempo de trabajo duro y de ideas diversas, les propuso su idea de promociones por videos y aceptaron su proyecto. Luego llegó una entrevista en la cadena de Discovery y de allí todo lo que dijo que ocurriría ocurrió. Su personalidad carismática y entusiasta le valió un rápido ascenso, que le ayudó a crear su propio negocio de ayuda al viajero, turismo y videos documentales. Él iba a lugares poco conocidos, dentro de la selva amazónica viviendo con una aldea, en una expedición a la Antártida, o escalando el Everest. Sus videos se hicieron virales, y todos querían conocerlo y seguían sus consejos de viajes. Luego abrió una cadena de tiendas para turismo, desde mochilas hasta ropa y en pocos años hizo una buena fortuna.

Había seguido sus pasos desde que lo vi en la televisión una tarde haciendo zapping. No lo había podido creer. Pero tan alejado como era posible no quise enterarme de más, algunas veces había fallado en mi decisión y lo había buscado en internet, stolkeandolo en su página web. Pero después de tres años supe que era hiriente saber de su vida. Ver su rostro en las fotografías era difícil, era clavar estacas en mi corazón. Los recuerdos seguían vivos y ardiendo en mi memoria. Entonces decidí bloquear todo lo relacionado a él y desaparecer del internet. Cerré todas mis cuentas y cambié de número. Lo único que esperaba era ser un buen recuerdo para él y sacarle una sonrisa si alguna vez se acordaba de alguna tontería que habían hecho.

Los años pasaban y las esperanzas que había tenido para mi futuro fueron aplastados por la realidad económica y lo atada que me encontraba a mi familia. Podría haber llegado a ser una elocuente e independiente mujer madura, alguna directora comercial o escritora famosa, pero no lo era y sabía que nunca lo sería. Así que sin más que hacer la responsabilidad y prudencia que tanto me habían inculcado en mi juventud me volvieron en una persona introvertida, algo antinatural me lo decía la voz de mi interior.

Con todas estas circunstancias, recuerdos y sentimientos abiertos de nuevo, no podía oír que el Señor Croft y amigo de Frederick viviría en su casa, sin que su antiguo dolor se reavivase. Y fueron necesarios muchos paseos solitarios y muchos suspiros para calmar la agitación que tal idea tenía. A menudo me repetía que era una insensatez antes de haber apaciguado mis nervios lo bastante para resistir sin peligro las continuas discusiones acerca de los Croft y de sus asuntos.

De todas maneras era una ayuda inconsciente la indiferencia de mi familia que estaban al tanto de lo pasado, y que parecían haberlo olvidado por completo. No conocía a los Croft y no estaba segura si Frederick les había contado nuestra historia, probablemente no y quizás mi preocupación por el asunto solo era algo sin importancia

La mañana en que llegaron no podía estar quieta, papá pidió que saliera, así que decidí dar una caminata larga hasta la casa de mi Tía Mónica. Me sentí mal por haberme perdido la ocasión de conocerlos y a la misma vez aliviada por no hacerlo.

Bárbara me dijo que a mi papá le habían caído muy bien los Croft y que ya habían firmado los papeles necesarios para el día de la mudanza. Todo había sido cordialidad y buen humor, mi papá no había hablado mucho como era de esperarse por sus prejuicios, pero el Señor Croft había sido muy educado y sincero por el cual mi padre con miras al dinero que recibiría y a la cantidad aumentada para un deposito había aceptado sin rechistar. Bárbara junto con su abogado se habían encargado de lo demás de inmediato. Dejarían la casa amueblada, los jardines y las instalaciones aledañas a sus cuidados.

Los Croft llegarían en Abril y Papá propuso que nos mudaremos el mes que venía a la casa que tenía alquilada Bárbara en Lima. Tía Mónica me dijo que hablara con ellos ya que sabía lo mucho que me disgustaba la vida en Lima y que lamentaba que por fin de año hubiera viajado a Estados Unidos. Por lo que no había podido encargarse de todo como ella quería.

Sabía cómo era Lima con su tráfico, inseguridad y sus inviernos largos y grises, prefería mil veces estar en provincia. Pero tampoco no podía quedarme en casa de Tía Mónica, sabía que vivir con ella era una atadura que me exprimiría. No obstante ocurrió algo que dio un giro inesperado a todo. Mary, que siempre parecía estar enferma de todo, y ocupada en los chismes de sus amistades, me pidió que la ayudara con los niños para el verano. Me rogó, o mejor dicho me exigió, pues a decir verdad no podía llamarse a eso un ruego, que fuese a su vecindario en Villa Hermosa.

-Necesito ayuda con los niños, no puedo hacer nada- dijo Mary

Y Bárbara replicó:

-Pues, siendo así estoy segura de que mejor se queda contigo un tiempo, porque en Lima no hay nada que ella podría hacer.

Ante la respuesta de Bárbara preferí quedarme con Mary después de todo ser de ayuda valía mas que ser rechazada como algo inútil además quedarme un poco más de tiempo cerca de mi querida Colina Norte y recorrer una vez más los Bosques sería una alegría para este momento. Así fue como Bárbara viendo un espacio libre invitó a su amiga Lucero, hija del vecino Shepherd, que se uniera al viaje. La Señora Lucero era una divorciada que ya rondaba los cuarenta, con muchas operaciones, menuda y adicta a andar siempre con lo último de la moda. Un alma a fin para Bárbara.

A mí siempre me pareció que la señora Lucero quería volverse a casarse y sería ponerle un poco peligroso que estuviera tanto tiempo junto a mi padre. Bárbara como era costumbre se burló y me acusó de envidiosa porque yo no era necesaria y ella sí. La deje hablando y me oculté en el mi dormitorio esa noche, lo había intentado por lo menos.

Juntos en un Sueño (Pausada)Where stories live. Discover now