Kisyoshi caminaba a pasos agigantados por las instalaciones del hospital. Su furia parecía retumbar con el eco de sus tacones durante el traslado, y su mente se encontraba caliente de imaginar una posible desobediencia.
Había prohibido a su querido hijo acercarse más a Yusaku Fujiki para dejarle claro que él le pertenecía al magnate Takeru, todo por su seguridad, por lo que, si solo lo encontraba en ese preciso momento junto a ese don nadie, no tendría contemplaciones; arrastraría a Ryoken de esas telarañas seductivas aunque tuviera que sacarlo a patadas del Hospital sin importarle la prensa.
Porque su palabra debía ser acatada al punto, él era el comandante, el verdugo, el juez, el soberano; nadie debía saltarse su autoridad y burlarse de él, ni siquiera tratándose de su amado hijo.
Llegó entonces con el aura más oscura que jamás había imaginado, dispuesto a todo y en contra de todo. Entró con todas las intenciones de culminar su acto, pero contra toda predicción y escenario triunfante en su cabeza, al mirar el conmovedor recuadro pintado frente a sus narices, se quedó por completó estático sin saber cómo proceder.
Todas sus bajas intenciones y torpe orgullo se esfumaron, y es que se dio cuenta de una verdad absoluta difícil de poder obtener para cualquier humano: estaba ante el milagro genuino del amor. Su único hijo dormía tan apaciblemente tomado de las manos con el estudiante de informática que solo mirarlos lo llenaba de una inexplicable paz.
Amor real.
Su caminata— ahora apenas audible—, lo dirigió unos cuantos pasos de la feliz pareja. Se dio cuenta de lo mal que él mismo actuaba, que sería un canalla si destruyera tan bello cuadro deliberadamente. Ryoken ya había decidido lo que deseaba para su vida desde siempre, lo que lo hacía realmente feliz y le daba vida. Kiyoshi ahora se sentía la peor persona del mundo por tratar de arrebatarle aquello a su niño, estaba haciendo mal.
Como padre él debía apoyar con fervor cada elección de su hijo, sobre todo las que lo hacían feliz, puesto que ese era el propósito de un buen padre para con su hijo.
No, no los molestaría, Yusaku era también un buen hombre, siempre demostró un genuino cariño y lucha por su hijo y había que reconocerlo. Así que el profesor dejó la venganza y caprichos atrás para no ser él el causante de los daños a futuro en su hijo. Dejaría los miedos y frustraciones atrás, esta vez haría lo correcto y apoyaría el plan original.
Contempló a la feliz pareja unos cuantos minutos hasta que internamente se sintió fuera de dudas por completo. Quizás sus nuevos amigos acaudalados solo estaban exagerando, nadie podía hacerle daño a su hijo con o sin Takeru.
Capítulo 5.- Felonía
Dan City, suburbios. 18:00 p.m.
Ryoken había permanecido todo el día con Yusaku, era el momento que lo darían de alta y gustosamente tenía la responsabilidad de cuidarlo; en ese momento no le importaba nada más.
Por fin, dulce hogar.
—Se siente como si hubiera estado fuera por mucho tiempo. —dijo Ryoken ingresando al hogar que compartía con Yusaku.
Este último insistió en caminar por sí mismo, pero al menos había accedido a que Ryoken llevara sus cosas.
Pronto el estudiante se sentó en el sofá grande, cuan cómodo estaba que no le importo cuando su novio—si es que aún lo era—, comenzaba a correr las cortinas y ventilar el ambiente.
—Déjalo así, luego no podré cerrarlas todas. —dijo Yuzaku. Pensaba que cuando volviera con Takeru se le dificultaría hacer ese esfuerzo.
Ryoken se detuvo, clavó sus ojos en él.
