Secrets.

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Gray tuvo suerte de que una ardilla confundiera su nariz con un fruto seco. De no ser por el dolor de sentir aquellos pequeños incisivos clavarse en su piel, tal vez no hubiera despertado. La joven se enderezó de golpe, con el tiempo justo  para ver como el animalillo corría y trepaba hacia la rama más alta, buscando refugio de ella tras realizar aquella travesura.

Malhumorada y adolorida, Gray se frotó la nariz. Sin previo aviso estornudó y entonces, se dio cuenta de que había sido una idea nefasta dormir a la intemperie; estaba helada de pies a cabeza y lo peor es que no podía dejar de tiritar. No obstante, tratando de respirar hondo tantas veces pudiera, encaminó los pasos hacia el restaurante donde la trajeron la tía May y Peter antes de irse. Después de todo ... No había ido muy lejos y seguramente en aquel lugar, tendrían calefacción.

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Una vez consiguió abandonar el bosque y alcanzar la carretera, al otro extremo de la calzada aguardaba el aparcamiento donde estuvo con Peter y May, y frente al mismo, el restaurante

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Una vez consiguió abandonar el bosque y alcanzar la carretera, al otro extremo de la calzada aguardaba el aparcamiento donde estuvo con Peter y May, y frente al mismo, el restaurante. Gray continuaba tiritando y dando zancadas para llegar cuanto antes al establecimiento, en busca de calor.

Tras de lograr encontrar un asiento solitario y alejado de las pocas personas que allí había, se acercó a ella una camarera de aspecto agradable. Le preguntó a la muchacha que iba a tomar, y Gray se limitó a pedir (entre tartamudeos provocados por el frío) un café. Minutos después, una sustancia hirviendo y amarga se presentó delante de ella.

Gray no esperó y bajo la atenta y confusa mirada de la camarera, apoyó ambas manos en la taza

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Gray no esperó y bajo la atenta y confusa mirada de la camarera, apoyó ambas manos en la taza. Un suspiro de alivio escapó de sus labios ante el calor que empezaba a recibir dentro del local y al verla tan concentrada, la camarera decidió sonreír gentilmente y seguir trabajando.

La muchacha, entonces, se ovilló en el asiento de cuero blando sobre el cual yacía sentada. Apoyó la sien en el cristal y esperó mientras bebía del café. Aún era muy temprano como para que el capi llegara. Gray tomó su móvil y desbloqueó la pantalla para verificar la hora: seis de la mañana, eso marcaba el reloj digital. Por tanto, le quedaban tres largas horas antes de enfrentarse a otra cruda realidad.

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