La caída del soldado

144 18 17
                                    

Italia corría esquivando los ataques furiosos del alemán. Se había vuelto a colgar aquella cruz de hierro y ahora peleaba por conservar lo que una vez se le había obsequiado.

—Eres más rápido que antes—suspiró Alemania, intentando seguirle el paso— pero sigues siendo débil.

Alemania dio un salto mientras corría, cayendo encima del italiano. Sostuvo sus manos y las apretó en su espalda con una sola mano. Con la restante buscó desesperadamente la cruz e intentó arrancarla de su cuello.

Su desesperación no le hizo ver que estaba ahorcando al italiano, este logró darle una patada en la espalda y se liberó con facilidad.

—Eres un...—dijo mientras tosía, lastimándose la garganta— esta cruz siempre será mía, Alemania. No hay manera de que me la quites.

—Oh, Italia. ¿Crees que no sé cómo manipularte? Todos estos años aprendí de tí, tu mente es tan ingenua...

Alemania pareció sacar algo de sus bolsillos, un documento algo viejo por sus colores amarillentos. Comenzó a leerlo en voz alta:

"Yo, representación de Italia del Norte, Feliciano Vargas, me comprometo a seguir las órdenes del capitán de la alianza, representación de Alemania, Ludwig Beilschmidt. Si me niego, moriré a manos de Alem— y en esta parte comenzaste a dibujar tomates porque estabas bastante ebrio. Firmaste al final de la página, con todo y fecha del '43.

—Yo no recuerdo haber escrito eso, además, esa alianza terminó hace décadas. No tiene validez alguna.

—Lo sé, sólo quería recordar lo patético que eres y lo fácil que pude convencerte de escribirlo. ¿Decías?

Italia, avergonzado pero furioso, se abalanzó sobre el alemán y la pelea continuó. En unos cinco minutos los dos ya se habían cansado de combatir.

—Descanso, descanso.—Suspiró el italiano, agitando las manos y recostándose en una roca.

—Por eso nunca progresaste en tu entrenamiento, perezoso.—Dijo el alemán, de pie aunque le dolían las piernas de todas las pateadas que falló.

Los dos se quedaron mirando al cielo nocturno, donde las estrellas les sonreían con su magnífico brillo. ¿Quién diría que una bola de hidrógeno y helio podría ser tan hermosa?

—¿Por qué tiene que ser así?— se lamentó Italia, las lágrimas se desbordaban sin control sobre su rostro— me siento un títere, que todo esto en realidad es una simulación y que tú y yo estamos siendo felices en otro lado.

El alemán no respondió. Se levantó como si nada hubiera pasado y flexionó sobre su pose de batalla. —En guardia.

•••

Para Alemania eran segundos, para Italia eran horas. Llevaban esquivando y golpeando más de media hora, sin descanso. Lo que sucedía era algo tan extraño, que podría definirse como había dicho el italiano; una simulación. Sin embargo, su concepto de realidad iba más allá de los límites del pensamiento humano y guardaba en su corazón todas las heridas que se abrían de nuevo.
Porque esos dos no estaban peleando en serio, en el fondo bien sabían que no podrían hacerse daño aunque fueran obligados. El alcance de Ludwig era de varios metros, pero solo extendía su brazo y apenas rozaba la nariz del otro. Querían parar, pero algo se los impedía.

Feliciano cayó de repente sobre sus rodillas, preocupando al alemán.

—Mátame.

—¿Disculpa?

—¡Solo quiero que esto termine, Ludwig!—Gritó Italia, desesperado por ver llegar la negra muerte.

Los soldados no caenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora