cuarenta y cuatro.

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   Advertencia del capítulo: Contenido sexual.                                                               

                                                   Cuarenta y cuatro.

Harry frotó su rostro, respirando en tanto tomaba respiraciones profundas e intentaba que su frenético momento apesadumbrado se detuviera. Las lágrimas se mezclaban entre los desesperados jadeos y manejaban una química extraordinaria para mantenerse juntos en un sonido triste y tormentoso que comenzaba a esparcir su calvario. El joven conservaba un grito que se transformaba en un tartamudeo atrapado en su garganta, anhelando escapar con tal frenesí que no contenía, con aquel anhelo que jamás había percibido ni siquiera en actos enérgicos. Las gotas derramadas empapaban sus mejillas sonrosadas, humedeciéndolas y creando brillos bajo las pestañas que se reflejaban en contacto con la luz centelleando desde la parte de arriba, justo la bombilla suspendida cumpliendo con su trabajo. Enterró la cabeza entre sus ásperas manos, advirtiendo su cabello en contra de éstas y tiró un poco con frustración incluída en el paquete. La canción que rebotaba y danzaba del estéreo le entristeció más, cada palabra le ocasionaba recuerdos encarcelados sobre él y Giselle. Pero podía palpar su rostro, el rostro de su chica; sus ojos cerrados y sus labios fruncidos, arrimándose a su anatomía mientras empleaba una de sus destacadas maniobras con la voluntad de no permitir caer al abismo de la ruptura por la que ahora atravesaban. Sin embargo, con la mayor opresión de pecho, Harry era carente del conocimiento de que Giselle no dio finalizaba su relación por aquel desbarajuste acerca del tal Josh, sino, lo había hecho porque el miedo calaba hasta sus huesos.

Harry comprendía, pero a la vez no lo hacía. El destino de su corazón era ser arruinado por una maravillosa muchacha que no era capaz de amarle de la manera en la que él hacía. Los detalles eran su mano izquierda y para ella, sus enemigos. Siempre se refirió a forcejear para cesar el dolor creciente en las partes menos involucradas de su cuerpo. El dolor masivo le recorría de lleno, cruzando en su viaje de martirios hondos y alargados, prefiriendo herir que amar. Caía en picada cuando ellos discutían, porque pensaba que quizás ella se aterraría y se daría por vencida; en cambio, él nunca se aceptaría acabar con una relación demasiado magnífica como la suya. Él observó y analizó el lagrimeo directo en el pulcro espejo, sintiendo cómo la aflicción se detenía con una molesta lentitud cuando él deseaba que fuera con premura. El desconsuelo disminuía si la distracción se presenciaba, pero estudiándose en un cristal aseado con aquella expresión destrozada no le era de ayuda en nada. Corrió sus dedos por debajo de la piel, secando los rastros húmedos que el líquido abandonaba.

«Llamadas perdidas», se leía en su teléfono celular con una vibración causando ecos de fondo. Harry echó los hombros hacia atrás cuando su mente repitió el mensaje trasladado desde la localización de Giselle hacia él, atrayendo su suplicio.

[Harry, he sido una tonta.]

Llenó sus pulmones de aire una vez que los sintió arder como el fuego. Se espabiló del vahído que a medida de los segundos se adueñaba más de su cuerpo, mareándole. Sus dedos tocaron delicadamente por sobre el teclado, rozando con la yema del índice las letras donde se rezaba un «Te amo», lo que verdaderamente él le quería vociferar a aquella tía tan tozuda. Los penetrantes ojos de Harry recorrieron la réplica del enésimo «Lo siento» que el muchacho había enviado. Así que normalmente, Harry se encontraría frunciendo la comisura de los labios o elevándolas en una sonrisa asombrosa por vislumbrar aunque de lejos a su compañera.

Se levantó, evaluando su rostro para procurar que su madre no visualizara cualquier lágrima que se resbale por su cara. Decidió dirigirse hacia la casa de Giselle en un intento suicida por arreglar su relación, aguardando por aquellos finales felices que interiormente ellos esperaban. La aceptación del razonamiento le costó el orgullo, pero también le arrancó el calvario por el mero hecho

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