Segmento 2: El encuentro cara a cara con el Destino

32 1 0
                                    

EL ENCUENTRO CARA A CARA CON EL DESTINO

Insistía con esa afirmación de que había nacido para algo sumamente importante, pero hasta ese instante, correspondía pagar con las personas a quien amara. Estaba seguro que el Destino lo controlaba. Al aire le conversaba, no lo podía ver, ni escuchar. Pero Él le contestaba con hechos…

Traicionero y eterno deseo de tenerlo allí para verle la cara… quería mirar al desgraciado quien le quitaba todo en cuanto amaba; su codicia por destruirlo era escalofriante.

Habitación oscura, helada aún en el estío. Todo estaba calmo aquí, ni el Silencio golpeaba la puerta.

Pero esperaba la oportunidad de verlo, por más sosiego contexto se sentía irritable. Ya los sentimientos no los podía detener del todo, de hecho… podrían contarse los minutos que le quedaban de control.

Era más que trillado… su mirada ya había cambiado, su manera de hablar, su forma de ser. Perdió una vida… Vampiro. “Tienes tratos diarios con el Diablo y finges que te asusta un ratón”. Hipócrita… no le tengas miedo a la oscuridad. ¡No te tapes la nariz, infeliz! Es el aroma de aquellas flores que colocaste en las lápidas de tus amadas; el Destino lo sabe. Todos sabemos que tienes un cementerio de mujeres debajo de tus pies.

Nosotros lo vamos a traer, si, a Él. ¿Acaso nos buscabas también? ¿No te parecía extraño que aún no hubiéramos intervenido? Ha llegado el momento… pocos sobreviven después de haber platicado con el Destino. ¿O piensas que eres el único en el mundo que desea tal desventura?

Hemos visto a los ángeles caer sobre sus pies. Serás distinto y especial en estas tierras… pero en dónde Él se encuentra, todos son iguales.

— No tengo nada para decirles — contestó.

¿Con nube imperturbable nos quieres cubrir? ¿Piensas que estás tratando con uno de tus amiguitos? ¿O con una de ellas?… perdón… con “ella”.

Te quedaste de brazos cruzados y la dejaste ir, y no solo eso, ahora no hablas de amor. Miénteles a todos estos humanos imbéciles, a nosotros no.

Te lo advertimos, dulce personita, sería tu fin… venir a ésta ciudad y confiando en su corazón. Necio.

Levantó la almohada de su cama y agarró el arma. En ese instante se asomaron, apenas…  y con rostros oscuros, demostrando asombro o tal vez acierto. Callaron.

— Es la solución que me propone —.

Insolente… no estás al tanto de nada, por suerte te falta poco para saberlo todo.

Lo observaban, suspiraban.

Levanta ese revolver, apóyalo en tu cabeza, muy cerca de tu masa de nervios el cual le llaman cerebro… y únete a nosotros… de una maldita vez por todas.

Miró hacia la ventana, definitivamente había perdido todo tipo de registro.

Levanta… muy lentamente… el revolver… y deja de sufrir. Te conseguiremos rosas negras, a ti que tanto te gustan.

Como si hubiera dormido una eternidad, abrió sus ojos. Le habían señalado el camino… todo era oscuro, gigantesco y apagado. El silencio era ahora espantoso, veía aureolas de blanco muy pálido, repartidas por diversos rincones.

Caminó… y caminó, no existía espacio ni tiempo. Tenebrosa apariencia de lo desconocido.

¿Sueño lúcido? ¿Has leído sobre ese tema? No pienses aquí… nada es lo que parece. Por más que vistas como un rey, sabes que vienes del fango. ¡Púdrete en él!

Varias voces unidas a un solo individuo, pero no eran las de antes. Ahora bien, sobre cada círculo pálido avistó las formas del espanto, violencia, odio, desesperación, hambre y guerra.

¿Crees que te has vuelto un mártir por entrar a mis dominios? Observa…

En uno de los redondeles se hallaba una niña. Vestida con un conjuntito jardinero de color negro. Una luna la vigilaba, un lobo le caminaba a su alrededor, en una mano portaba un Sol, en la otra una daga. Era rubia de cabellos largos y se coronaba con un árbol de plata. Y en sus pies corría el río de la felicidad.

Su rostro luminoso desprendía el canto más dulce de las hadas. Las pupilas de sus ojos eran de diamante. Las alas de los halcones formaban sus cejas, y en su sonrisa llevaba el poder de detener la guerra y curar a los enfermos.

Hermosa, codiciosa, salvaje, brillante. Se dice que en la silenciosa llegada de los barcos enemigos, ella convirtió las costas en aguas negras y los hundió.

Él se acercó, muy despacio, con un pequeño gesto de dulzura en su rostro. Pero cuando lo vio, demostró tristeza y lloró.

Es tu hija…

De repente la niña se desvaneció en una explosión de pétalos de cariño.

En un futuro podrías haberla visto más tiempo, sino hubieras entrado aquí.

La locura lo gobernó, lo arrastró en ira y terrorismo. — ¡¿Por qué?! —.

Insultó a aquella voz que se escondía por doquier. — ¡No me lo dijiste! —.

Sufría a tal punto que se arañaba el cuerpo, su decepción fue tal, que arrancó su corazón, lo pisoteó y luego se lo comió.

¡Pero no puedes encontrar tu alma!

— ¡Te condeno, demonio… a que sufras y odies diez vidas más que yo! —.

Un estruendo hizo temblar su mente. Había llegado el momento que tanto esperaba.

El suelo negro se levantó a lo alto, los pilares formaron un extraordinario castillo. Arrodillado ante el Destino lloró, bajo la lluvia y las luces de los relámpagos.

Fue casi eterno. La misma posición del llanto, la tragedia de su ser.

Cuando la lluvia se detuvo, el Destino apoyó su mano en la espalda y le hizo crecer alas.

Mira al frente, el abismo está a tus pies, y recuerda que no podemos cambiar lo que se escribe. Aún las personas no saben lo que tengo preparado. Solo ahora te ofrezco paz eterna.

Extendió sus alas produciendo un viento que desparramó el polvo de los cadáveres. Dio un paso hacia delante y rápidamente flotó. Se elevó más alto que las torres del castillo y en ese instante desenvainó la espada de la desolación, aquella que había forjado con sus lágrimas durante el  largo llanto.

Con ligereza, voló hacia el Destino cubierto con la ira de los relámpagos y se la clavó en la frente. No fue el filo que lo lastimó, sino el poder de la tristeza. Ambos cayeron sobre las piedras y docenas de sombras aparecieron de la nada, eran esos seres que siempre le hablaban, vestían con mantos negros y portaban hachas de largos mangos.

— ¡Lo maté, lo maté! — gritaba.

Arrancó sus alas, demostrando que no quería nada de Él. Y cuando esas cosas se le acercaban para castigarlo, se tiró nuevamente al abismo clavando la espada en su estómago.

Al instante despertó, se había quedado dormido sobre los documentos y las carpetas.

— Creo que encontré la manera — dijo. — ¿Acaso soy un dios si maté al Destino? —.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 27, 2014 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Proyecto ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora