Prologo

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Brasil, 15 de noviembre del 1955.

Eran aproximadamente las 11 de la noche cuando en medio de una potente tormenta Anna María de Ivanov salió apresurada de su mansión en Sao Paulo, el conductor que la esperaba en la entrada,  apenas tuvo tiempo de abrirle la puerta del lujoso automóvil a la desesperada dama.

Anna sostenía fuertemente entre sus brazos el pequeño cuerpo de su bebe, que berreaba mientras pujaba con la cara colorada de puro arrebato, hacia frió afuera y el sonido de los truenos solo agitaba más a la criatura, pero nada de eso le importaba a Anna en ese momento.

Miraba por la ventana del automóvil con espanto,  como si algo o alguien fuese a aparecer en cualquier momento frente a ella, entre la penumbra  y eso era lo que realmente temía.

-vamos- dijo ella- rápido.

El chofer  quien no había hecho pregunta alguna de hacia donde se dirigían,  se puso en marcha,  alejándose de la mansión a toda velocidad, Anna aun tenia puesto su hermoso vestido de noche,  de lentejuelas doradas.  Aquel que le había regalado su marido de aniversario, y sobre su cuello aun colgaba el collar de diamantes, que le había dado justo esa mañana como regalo por el nacimiento de su primer hijo.

Anna no se había despedido de él al salir de la fiesta, dudaba mucho que siquiera se hubiese dado cuenta aún de su ausencia.

Mientras más se alejaba, adentrándose en la desolación de la madrugada,   más nerviosa se sentía, la calle oscuras, lo poco que le permitía ver la lluvia, el sonido de las gotas cayendo sobre el para brisas, la estaba volviendo loca... y el llanto, el maldito llanto que no cesaba.

-por favor, por favor, ya cállate- le susurro a la criatura entre sus brazos, casi como una súplica que pospuesto no seria entendida,  y entonces,  cuando no prestaba atención a el camino, repentinamente el auto se detuvo, en silencio, no se escuchó cuando freno, ni tampoco cuando dejaron de caer las gotas de lluvia sobre el parabrisas, todo lo que quedaba era el llanto de su bebe, sonando hueco en el espacio dentro del auto. 

El corazón de Anna se agito, miro hacia el asiento donde se suponía debía estar su chofer pero él había desaparecido, solo estaba ella con su hija, en medio de la carretera desolada.

-Dios mío, Dios mío santo- dijo con voz quebrada, cerró los ojos con fuerza, los volvió a abrir, pero seguía sola.

Se quedó allí quizás unos 10 minutos, estática, el terror la hacía temblar de los pies a la cabeza, y un escalofrió le bajaba por la espalda, sabía que era, sabia de que se trataba y eso solo le asustaba más.

Entonces ante sus propios ojos, algo se apareció justo frente al auto, en medio de la calle, vestida de blanco yacía una mujer, la miraba fijamente desde la carretera no hacía nada, no se acercaba o pestañeaba solo la miraba.

Ambas sabían quién era la otra, ambas sabían porque estaban allí, Anna era cociente de que ya no podría intentar escapar, era justo lo que hacía desde que su bebe habia nacido y siempre fracasaba.  La mujer fuera del auto, le hizo señas para que se bajara y con resignación, quizás por terror, así lo hizo.

Afuera ya no llovía, es más, parecía que jamás hubiera caído gota alguna, lo único que alumbraba la calle eran los faros del automóvil encendidos aun, solo estaban ellas dos y pronto estuvieron una frente a la otra.

La mujer de blanco era anciana con arrugas tan marcadas que parecían tatuadas, su pelo blanco estaba despeinado y tenía un collar de conchas marinas que hacia ruido cuando se movía.

-Has roto nuestro trato- dijo la mujer de blanco- te has atrevido a romper nuestro pacto, a pesar de que te di lo que querías, sigues intentando escapar.

Cuando Ya No Me Quieras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora