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Según mi madre, la última vez que estuve aquí tenía 16 años; sin embargo no tengo recuerdo alguno después de haber despertado del coma. Todo lo que viví, sentí y soñé se esfumó de un día a otro. Lo que me rodeaba era una realidad inexistente de mi subconsciente.

Estuve fuera del pueblo durante dos años. Años en los que se me ocultó la verdad de mi vida y lo que alguna vez fue parte de ella.

Según los doctores no debería saber nada si no era que lo recordara, pero ha pasado un año desde que desperté y ningún recuerdo regresó. Los médicos perdieron las esperanzas al igual que todos, así que la última opción fue regresar al pueblo, lo que nos lleva al presente:

Por la ventana del vejestorio de mi madre veía pasar los frondosos árboles que ocultaban el cielo nublado y gris. No había gran cosa, pero era relajante verlo mientras escuchaba música. Sabía que mi madre me había reclamado por el volumen desde varias canciones atrás, pero de seguro se había cansado después de ver que ni siquiera la escuchaba.

Ella solía creer que todo estaría bien, que a pesar del accidente seguiría siendo la misma de antes. El problema es que ni siquiera sé cómo solía ser.

Había noches en que la escuchaba llorar sola, otras hablando con alguien por teléfono mientras decía "Ya no lo soporto, hijo".

Recuerdo haberle preguntado si tenía un hermano, pero ella dijo que no, que su único fruto era yo, así que nunca supe con quién hablaba. Tampoco pregunté ya que sabía que no me respondería. Es una señora bastante obstinada para ser sincera.

Bajé el volumen de la música en cuanto vi que el auto reducía su velocidad quedando al frente de una gran casa blanca y descuidada. La hierba era tan alta que un niño de cinco años podría perderse ahí. Del techo y las ventanas caían rastros de humedad y todo lo que parecía vegetación estaba marchita.

-Hogar dulce hogar - comentó mi madre con gracia, pero en lo personal no me hace ni cosquillas.

Era una mierda.

En California teníamos un pequeño departamento en el quinto piso de un edificio que no tenía elevador, estaba algo demacrado pero estaba cerca del hospital y de mi institución. Sin contar que la vecina a Gloria, una viejita de setenta y cuatro años. La señora solía darme de comer golosinas y chatarra a escondidas de mi madre, además de que me dejaba estar en su departamento cuando no quería tomar clases.

No era mucho, pero era mil veces mejor que ésto.

-Sé que el cambio es difícil, Alex, pero verás que de a poco recuperarás tu vida.

-Claro, mamá.

Ella caminó con alegría hasta la puerta de la gran casa mientras tarareaba una canción, irradiando felicidad por donde pasaba. Suspiré con pesadez y observé mi alrededor mientras ponía mis manos en los bolsillos traseros de mis pantalones negros: el pueblo era igual de triste que mi nueva casa y el camino, parecía que me había introducido en una película lúgubre.

Alrededor se hallaban más casas, éstas eran igual de grandes que la mía, sólo que estaban en perfectas condiciones, pero afuera de una se encontraba un Jeep negro en el cual había un grupo de chicos mixto.

Uno vestía con unos pantalones azules rasgados y una playera blanca con las mangas verdes, su cabello era rubio oscuro y lo peinaba hacia arriba como moicano, él iba abrazado de la chica con cabello lacio y café: vestía un top azul rey con una falda negra y unos zapatos negros. A su lado estaba la chica pelirosa con un vestido blanco y unas botas negras, ella estaba pegada hombro a hombro con el otro chico rubio, sólo que éste lo tenía más claro y vestía un pantalón negro y una jersey blanca mostrando sus músculos, y a un lado, un poco alejado, estaba un chico de cabello completamente oscuro: llevaba una camisa negra arremangada hasta los codos y unos pantalones negros. A plena vista intimidan bastante.

Zoferi. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora