VII. Penitencia

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La película macabra de sus recuerdos se terminó: eso fue todo de lo que pudo acordarse. Cuando volvió en sí, dándose cuenta nuevamente de que estaba en su propia habitación, lloriqueando, vio hacia todas partes: el piso manchado con la sangre seca de sus pies, la puerta del baño abierta con el aroma a orina y alcohol derramados en el piso, las sábanas manchadas; sintió su cabeza aun dándole vueltas y la luz del bombillo en el techo lastimándole los ojos. Comenzó a dar varias arcadas y vomitó. Se quedó tirado en el suelo en posición fetal, llorando.

Pasados unos minutos, el llanto pareció acabársele y volvió a recuperar un poco de la cordura que extravió parcialmente por la bebida. Tomó el cuchillo y se puso de pie con mucha dificultad. Después salió al pasillo y bajó las escaleras por última vez, entre tropiezos y un par de pasos en falso.

Al llegar a la sala, se acercó a los cuerpos de sus padres y de sus dos hermanos. Los ojos se le volvieron a desbordar en llanto. Mientras pensaba en cortarse el cuello con el cuchillo de cocina, abrazó a cada uno de sus familiares, derramando tantas lágrimas y gimoteando como un bebé, balbuceando cuánto lo lamentaba, con una culpa y un arrepentimiento que le carcomían las entrañas y le estrujaban el pecho.

Volvió la vista y vio un trozo de cuerda tirada en el piso, en un rincón de la sala: era lo suficientemente larga como para hacer de ella un último nudo para colgarse a sí mismo.

Dejó el cuchillo sobre la mesa, se volvió y caminó en esa dirección para tomarla, enjugándose las lágrimas con sus manos sudorosas y llenas de la sangre de sus difuntos parientes. Se acercó una de las pesadas sillas del comedor y se subió a ella con el mayor esfuerzo que pudo. Repitió el lazo en un extremo de la soga, tal como lo hizo las cuatro veces anteriores. Luego amarró muy bien el otro cabo a la gruesa viga del techo, entre resuellos y sollozos de vergüenza.

Contempló una vez más a todos los cuerpos que pendían, a sólo unos metros de él, cada cual con el rostro y el torso apuntando en diferentes direcciones de la sala y el comedor.

Puso la cuerda alrededor de su cuello y, por un brevísimo y triste instante, extrañó la incertidumbre que la oscuridad le había ofrecido cuando despertó aquella misma madrugada. Lamentó terriblemente todas esas respuestas desoladoras y horrorosas que la luz le arrojó en la cara, como si le hubiese escupido con saña con cada foco que encendió en las distintas habitaciones de la casa, como escarmiento por el pecado que acababa de cometer,

Colocó los pies al borde de la silla, y de sus ojos escurrieron lágrimas amargas, mientras murmuraba lo mucho que se odiaba a sí mismo y se disculpaba una y otra vez con sus padres y sus hermanos muertos. Apretó una vez más los párpados y se dispuso a dejarse caer de la silla.

En ese momento, el ruido de un crujido se escuchó en el silencio de la habitación. Él abrió los ojos, desconcertado...




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A través del cuarto oscuro  © (18+)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora