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El sol no había salido aún

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El sol no había salido aún. Las estrellas y la luna todavía iluminaban tímidamente el ambiente y una lámpara que emanaba una luz naranja las acompañaba.

Loreen blandía la espada, luchando contra un oponente imaginario; recordando lo básico sobre la manipulación de una espada; la forma de sostenerla y de encontrar el equilibrio. Su anterior arma, que le había obsequiado su padre, era mucho más liviana que esa, la que Ethan le había otorgado en su primer día con él. Extrañaba su vieja espada, aunque su maestro no la consideraba un arma apropiada; "un juguete" la había llamado, un arma para enseñar a los niños pequeños y no una espada real como la que Loreen debía manejar si quería ser tomada en serio como guerrera.

Al tiempo que realizaba cortes al aire, mantenía un escudo de luz a su alrededor, intentando concentrarse en ambas cosas. El hechizo consumía su energía. Era así con la magia, con ella podía realizar casi cualquier cosa, mas algunos hechizos eran tan poderosos que resultaban agotadores. Usarlos en batalla era un suicidio a menos que fuese un acto desesperado, y conservar uno de esa complejidad por mucho tiempo ralentizaba sus movimientos al pelear.

—Pie adelante, flexiona más rodilla, vas a perder el equilibrio—murmuraba Ethan, espiándola desde la ventana de la habitación en el segundo piso.

Cometiendo varios errores, su discípula al menos obedecía. Entrenaba horas extra mientras los varones dormían.

Charleen se despertó y se asomó a la venta. Solo ver a la niña vestida y entrenando en la madrugada le causaba flojera.

—Lo está haciendo mal —protestó Ethan, queriendo bajar a corregirla. Su pareja lo detuvo.

—Déjala. Tus correcciones la presionan. Que entrene sola y a su modo, suficiente tiene contigo gritándole en el entrenamiento oficial, para que encima la molestes en horas extra.

Sin reproche, Ethan regresó a recostarse en el suelo. La cama de Charleen era muy pequeña para que cupieran ambos. Ese era uno de los muchos detalles que lo tenían de mal humor cada vez que iban a ese pueblo de visita. Hubiera preferido dormir en la intemperie o en el almacén con los niños. Encima, ya no podría seguir durmiente por la espina de imaginar a Loreen entrenando ahí afuera, haciéndolo todo mal, o al menos no de la forma en que a él le gustaría que lo hiciera.

 Encima, ya no podría seguir durmiente por la espina de imaginar a Loreen entrenando ahí afuera, haciéndolo todo mal, o al menos no de la forma en que a él le gustaría que lo hiciera

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La Quinta Nación (Foris #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora