El invierno los perseguía con tal avanzaban hacia la ciudad de Kupro. Recorrer la selva tropical del territorio sur y luego los bosques del noreste, alargaba su viaje. Las ciudades y pueblos debían ser bordeados, pues militares custodiaban las fronteras. Como la relación entre humanos y unuas era inestable, no sabían qué esperar y prevenían posibles ataques prohibiendo el ingreso o arrestando a cualquiera que no poseyera un pasaporte y fuese dueño de alguna marca.
Debido a la velocidad con la que debían avanzar, en esos días no hubo entrenamientos, ni juegos, ni charlas. Los pocos minutos de descanso que tomaban era para alimentarse, y las noches transcurrían entre vigilias y sueños livianos.
Cuando llegaron al pie de la cordillera de Galanto, la temperatura ya había descendido drásticamente. La nieve ralentizaba su caminata y esta vez era imposible evitar zonas pobladas. Ni siquiera los unuas podrían sobrevivir varias noches durmiendo a la intemperie en tan desafortunado clima. La primera noche encontraron una pequeña aldea desmilitarizada, donde la procedencia de los forasteros no les importó en absoluto al recibir veinte piezas de oro. Para la segunda, no corrieron con la misma suerte. El último poblado que los separaba de la ciudad de los alquimistas tenía una treintena de soldados vigilando. Si algún unua pretendía ir a Kupro sabían que ese era un paso casi obligado y el perfecto lugar para tomar a alguno en custodia.
Un kilómetro atrás, ocultos en una colina nevada, Ethan y Drake los espiaban, evaluando sus alternativas. La única forma de evitar a los soldados era rodeando la montaña, lo que equivalía a tres días de caminata sin un refugio. Atacar tampoco era una buena idea, aquello significaría una muestra de hostilidad hacia los humanos y una excusa para mermar las relaciones.
Thane, Loreene y Charleen esperaban noticias de los otros dos alrededor de una fogata, asando lo último de carne que les quedaba. En esa época del año los dragas inervaban; a veces se topaban con algún rezagado expulsado de su colmena, y siendo que aquellas criaturas eran su principal fuente de proteína en los viajes, encontrase con alguno de manera eventual no era suficiente. Necesitaban abastecerse con urgencia.
Charleen llenó una olla con nieve y la puso a derretir al fuego, le echó los trozos de carne cocida que les quedaba y Loreen le añadió un puñado de hierbas secas, para hacer una sopa de kabash, la mejor manera de hacer rendir el alimento cuando era poco.
Pasos en la nieve rompieron el sonido del viento y entre la penumbra Drake e Ethan se hicieron presentes, trayéndoles las novedades.
—Convirtieron la aldea en una base —les contó Ethan.
—¿Cuántos son? Podemos tomar su base a la fuerza —sugirió Thane.
—Te treinta a treinta y cinco, solo solados, en la aldea deben ser como setenta habitantes. Es imposible tomar el lugar sin matar a ninguno —explicó Drake.
—Tal vez podamos pasar desapercibidos durante el día y tendremos que aguantar la noche aquí —consideró Loreen, revolviendo la sopa con una vara, aprovechando el calor de la fogata y aspirando el delicioso aroma del kabash al que le había añadido menta.
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La Quinta Nación (Foris #2)
FantasyUna niña que fue criada como un monstruo por sus abuelos, dos jóvenes guerreros que buscan al responsable de la muerte de su hermano. Sus caminos van a cruzarse y cada uno descubrirá su papel para el futuro. Nada es igual en el mundo. Los humanos ya...